Buenos Días Florilán

Cuestión de integración

El Día, 19-12-2007

NO SIEMPRE es fácil integrarse en otra comunidad cuando
uno emigra de su país. Como en los trasplantes de órganos, hay cuerpos que
presentan rechazo; como también los hay que admiten, como aquel que dice, “todo
lo que le echen”. Cuando nosotros emigramos a Venezuela – que no se parecía nada
a ésta que ahora están llevando a cabo los subsaharianos, aunque algunos quieran
hacérnoslo ver así – , no tuvimos problema en este sentido. Apenas llegábamos y
estábamos en Caracas una semana, ya estábamos integrados. Algunas veces,
inclusive, antes.

Recuerdo que allá por los años cincuenta, me encontré a
un conocido en Santa Cruz que hablaba puro venezolano. Le salían vainas por
todos lados, por lo que me atreví a preguntarle:

- Ah, ¿pero tú has estado ya en la tierra de Simón
Bolívar?

- No, me contestó, me estoy preparando para irme el mes
que entra.

Renunciábamos a todo lo que había que renunciar, y ya
desde el principio, repito, parecíamos unos venezolanos más. La prueba era que
en entidades sociales ocupamos siempre papeles relevantes. Por otra parte,
también hay que decirlo, el canario que venía a las islas para pasar una
temporada y visitar a sus familiares, al poco tiempo de estar aquí, ya echaba de
menos aquella tierra y quería volverse. Se había hecho a la vida venezolana.
Compartía su existencia entre el amor a este Archipiélago y a aquella República.
Tanto que allá los llamaban “el canario”, y aquí, “el venezolano”.

En fin, que vivíamos entre dos amores. Nada comparable,
como ven, con lo de hoy.

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