ÉGIDE RWAMATWARA, HUTU RUANDÉS. OBRERO DE LA PAZ

«África es mucho más peligrosa que una patera»

Este emigrante hutu participa en Bilbao en un encuentro de jóvenes llamados a ser líderes en sus comunidades y que abogan por el diálogo como método para superar conflictos

El Correo, 17-12-2007

Égide Rwamatwara es un hutu ruandés de 37 años. Superviviente de las matanzas étnicas que asolaron su país en 1995 es un emigrante forzoso, un tipo que, junto a cuatro amigos, atravesó África durante tres meses burlando controles de policía y pelotones militares. Pasaron sed y hambre, mucha hambre. Untó con los viejos y arrugados billetes africanos a aduaneros y policías para que miraran hacia otro lado y olió el miedo. Recorrió Zaire, Tanzania, Zambia, Malaui y Mozambique hasta llegar a Zimbabue, donde ahora reside y trabaja. Los cinco (Égide, Paul, Eugène, Emmanuel y Bonaventure) sobrevivieron 90 días con apenas 400 dólares (poco más de 300 euros), todos los ahorros juntados por sus familias. Égide despide todavía el acre aroma de los perseguidos.

El joven hutu entiende como nadie el drama de los emigrantes, de esos tipos que se juegan el tipo recorriendo África de punta a punta para ventilarse el destino en la ruleta de los contrabandistas de cuerpos. «África es mucho más peligrosa que una patera», resume el secretario regional de Pax Romana para África en Bilbao, donde participa en el encuentro sobre ciudadanía en sociedades multiculturales y religiosas protagonizado por jóvenes líderes de todo el mundo.

Rwamatwara usa gafas, gorra beisbolera y una bufanda con los típicos dibujos geométricos negros, blancos, rojos y verdes de Zimbabue. El anillo de oro de su mano derecha brilla como un cometa en su piel.

– ¿Qué recuerda de aquellos meses de masacres?

– Perdimos a mi padre en las matanzas con machetes. Recuerdo los cadáveres en las calles, aunque no vi matar a nadie. Eso no abandona nunca tu cabeza. Somos siete hermanos y mi familia decidió que yo, que estudiaba Derecho, dejara el país para buscar otra vida. Y así lo hice.

– ¿Cómo?

– Nos juntamos cinco amigos, compañeros en la escuela de la misión religiosa y en la universidad. Entre todos logramos juntar 400 dólares y decidimos encaminarnos a Zimbabue. Tardamos tres meses. Era un hombre solo, pobre, joven, con todos mis sueños y ambiciones rotas. Tuve que empezar de cero. Tenía 22 años. Adopté una estrategia de supervivencia.

– Explíquemela.

– Para sobrevivir tienes que pasar desapercibido, no hacerte notar. Si no hablas, no es tan difícil. Por nuestros rasgos podemos pasar por locales en casi cualquier país de África. Aprendimos a saltarnos los controles de fronteras, a esquivar al Ejército, a sobornar a quien hiciera falta, a dormir en mitad del bosque, a aceptar la ayuda de desconocidos… Hay que estar muy atento. Puedes caer en una zona con militares que matan sin hacer preguntas. Viajamos a pie, en autostop, atravesamos lagos gigantescos… En África ¿sabe? las fronteras están hechas con una regla, las culturas atraviesan fronteras.

– Y llegaron a Zimbabue.

– Sí, pero allí no creyeron nuestra historia. No sabían si éramos militares, mercenarios o refugiados. Estuvimos tres meses retenidos en un campo. En ese viaje aprendí mucho: a ser prudente y responsable para sobrevivir. Y el valor de la solidaridad.

– Trate de explicarme qué mueve a un africano a venir a Europa.

– Mire, yo soy un emigrante como ellos y les entiendo. Las guerras, la pobreza, mueven a decenas de miles de personas. En Zaire hay mil kilómetros de selva poblada por fieras, plagada de enfermedades, donde se refugian miles de personas sin esperanza. Huyen de la guerra. África es mucho más peligrosa que la patera. ¿Sabe por qué?

– Algo intuyo.

– Allí no hay porvenir ni esperanza. Si se quedan les espera la muerte. Si llegan a Canarias o a Europa pueden morir en el intento. O salvarse. Tienen una opción, ¿entiende?

Inversión para escapar

- Sí.

– Por eso las familias envían a sus hijos más fuertes y mejor preparados a ese viaje. No tienen más que un animal o una pequeña huerta que apenas les da para comer. Venden las cabras o la vaca que tienen para dar a ese hijo el dinero con que pagar a los contrabandistas de hombres. Si él pasa saben que va a trabajar duro para mandarles dinero. Y si le va bien tratará de rescatarles, de que se unan a él.

– Pero esto no es el paraíso.

– Por eso están dispuestos a hacer cualquier cosa en Europa. Si son mujeres, se prostituirán. Si son hombres, venderán droga. Son capaces de todo. Pero al principio todos evitarán hacer cosas peligrosas por el miedo a que les cojan y les devuelvan a África. Entonces se acaba el sueño.

– ¿Conoce algún remedio?

– Sé que algunos están tan desesperados por no llegar aquí que se suicidan. No tienen futuro en sus países. Para que lo tengan hay que invertir en educación, en escuelas que les enseñen un oficio para que sean creativos…

– ¿Y a usted no le tienta Europa?

– No. Vengo un par de veces al año (y sufro los problemas en los aeropuertos, donde siempre nos detienen a los negros) y soy feliz con mis clases en Harare. África es mi cultura, allí me siento en casa, con mis amigos. Sé que la mayoría de los jóvenes, los que han estudiado y tienen un empleo, quieren venir a Europa o a Estados Unidos. Es un problema. Nuestros países gastan mucho dinero en formarlos. Pero ya ve, nuestros médicos se van de África para trabajar fuera. Es una fuga de cerebros. Pasa lo mismo que con los futbolistas o los deportistas. Los mejores no están, se marchan. Y son muy pocos (Henry, Eto’o, Diarra) los que se acuerdan de lo que dejaron atrás.

¿Son suficientes las medidas existentes?, ¿cómo combatirías la violencia contra las mujeres?, ¿qué propones?

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