EL ZOO DEL SIGLO XXI / HOWARD JACKSON

El 'Mortadelo' del semáforo

El Mundo, NACHO GONZALEZ, 13-12-2007

Inmigrante liberiano, es el vendedor de ‘kleenex’ más popular de Sevilla por su afición a trabajar disfrazado Pocos saben cómo se llama, pero todos le conocen. No hay automovilista que conduzca su vehículo por la plaza de Armas de Sevilla que no esboce una sonrisa al verle. Y a veces, hasta una carcajada. Mientras se contonea entre los coches con la soltura propia de una experimentada modelo sobre la pasarela, él hace aspavientos, saluda, baila, da los buenos días a gritos, canta, y, sobre todo, sonríe a todo el mundo, sin excepciones. Es el dueño y señor del semáforo, de la calle y del barrio gracias a su carácter y a su peculiar forma de entender su trabajo.


El liberiano Howard Jackson, además del nombre, tiene mucho de estrella de cine. Desde hace cuatro años, vende pañuelos de papel en el semáforo de la plaza, frente a un centro comercial. La diferencia con muchos compatriotas y compañeros inmigrantes es que Howard lo hace disfrazado. Ayer lo hizo de gánster «de Nueva York», pero para la foto se puso el disfraz de flamenca. No sólo porque es uno de los que más le gustan, también porque es uno de los que más triunfa entre su público, habida cuenta de la inevitable debilidad por el folclore de buena parte de los sevillanos. Hoy vendrá vestido de Ramsés, mañana de Príncipe de Asturias, pasado mañana de monja…


La vida de Howard, como la de casi cualquiera de sus compañeros de profesión, no da para un artículo en la contraportada de un periódico ni para el minuto final de un telediario sensiblero en época navideña. Da para mucho más. Porque, como buen cómico y, para más inri, inmigrante en la Europa rica, la biografía del liberiano está marcada por la tragedia. La de desconocer qué ocurrió con Jeffrey y Elizabeth, sus padres, cuando su país estalló en guerra. La de escapar a su destino como niño soldado cinco días antes de que lo enviaran a combatir desde el campamento de entrenamiento militar donde lo internaron los soldados que lo cogieron en el colegio junto a otros tres amigos. La de tener que cruzar, escondido en camiones o a pie, buena parte de Africa en dos ocasiones. La de tener que saborear la culata del fusil de muchos soldados fronterizos ávidos de sangre con poco respeto por la vida ajena.


«He tenido siempre mucha suerte y he escapado de la enfermedad y la muerte muchas veces», recuerda abriendo mucho los ojos bajo los rizos de su peluca rubia. Howard es capaz de relatar el episodio más dramático de su vida con la sonrisa más abierta. «Ahora, por fin, vivo bien y he olvidado los sufrimientos del pasado. No me gusta recordar cómo era mi vida antes».


En Monrovia, la capital liberiana, quiso estudiar Ciencias Políticas por su afición a «hacer cosas buenas por la gente». Escapó de la guerra civil como pudo y, para llegar a España, atravesó Costa de Marfil, Senegal, Níger, Argelia y Marruecos. Sin papeles, sin dinero, sin más ropa que la puesta, viajó en camiones de mercancía y anduvo, siempre de noche, durante miles de kilómetros. Para contratar a los guías que le indicaban cómo seguir, trabajaba durante meses de lo que fuera, sobre todo de mozo de carga en mercadillos.


Se perdió en el desierto, se encontró con cadáveres de los que lo habían intentado antes que él, soportó vejaciones y hasta bebió su propia orina para sobrevivir.


Descartó Canarias por su atávico miedo al mar. Cruzó a Melilla en 1996, «cuando no había problemas con la policía, ni valla, ni nada. Era muy fácil, sólo pasar al otro lado y ya está», recuerda. «No sabía nada de España, sólo lo que oí en el colegio, que era un país rico».


Las autoridades españolas lo deportaron a Guinea Bissau junto a más de un centenar de compañeros de todas las nacionalidades africanas. Allí vivió un nuevo infierno, confinado en una cárcel y vigilado por soldados. Consiguió escapar y repetir su viaje hasta Melilla desde donde, esta vez sí, lo trasladaron a Málaga. Y de allí, a la capital andaluza.


Desde entonces, y tras un periodo como jornalero en Jaén y vendedor del periódico La Farola, se dedica a la venta de pañuelos en el semáforo. «Un día me propusieron hacer de rey Baltasar en una cabalgata de Reyes Magos. Porque a mí no tienen que pintarme de negro», espeta con una sonora carcajada. «Me gustó mucho la experiencia y ver la cara que ponían los niños al verme. Y entonces se me ocurrió la idea de disfrazarme para vender pañuelos. Creo que la gente es más feliz al verme porque se ríe mucho conmigo, nunca de mí. He hecho muchos amigos en el semáforo y a veces vienen a verme».


La guerra civil en Liberia dejó atrás un país arrasado y Howard no quiere volver. Allí no tiene ni familia, ni casa, ni tierras. Aquí, en cambio, tiene amigos que hasta ahora le han ayudado. Un día recibió una llamada desde Sudáfrica. Uno de sus cinco hermanos lo había localizado a través de una carta que él envió a una iglesia en Monrovia. Es cuanto sabe de su familia. Aquí lo han ayudado asociaciones, ONG y parroquias como la de Nuestra Señora de la Guía, en la cercana localidad de Camas. «Quiero dar las gracias a todos los que me ayudan cada día. Cuando una mano da uno, yo recibo 10», resume el liberiano antes de perderse de nuevo entre las filas de coches cuyos conductores hacen sonar el claxon para reclamar su atención.


LO DICHO Y HECHO


«Creo que la gente es más feliz al verme porque se ríe mucho conmigo. Nunca de mí»


1977: Nace en Monrovia, capital de Liberia. 1993: Huye, junto a tres amigos, del campamento militar de entrenamiento donde fue internado a la fuerza. 1996: Tras un largo viaje por varios países africanos, cruza a Melilla. 1997: Tras ser deportado a Guinea Bissau, emprende de nuevo el camino a España, donde llega a finales de año. 2004: Recibe una llamada desde Sudáfrica de uno de sus hermanos, la primera y última noticia de su familia.

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