EN LA COLUMNA DE UMBRAL / 95

Sudaca

El Mundo, CARMEN POSADAS, 11-12-2007

Paco Umbral era un malabarista de la palabra. Uno de estos días alguien debería hacer un glosario de todas las palabras que, o bien inventó o bien tomó de la calle para convertirlas en voces que todos usamos de forma habitual. Sin embargo, hasta ese día que auguro no lejano y para abrir boca, me gustaría hablarles de un solo término que él contribuyó a reinventar, o mejor aún, a redimir. Me refiero a la palabra «sudaca». Yo he vivido en España en dos etapas diferentes de mi vida. La primera, cuando era adolescente y hasta los veintitantos años; y la segunda a partir de los treinta y tres hasta llegar al momento actual. Pertenezco por tanto a la generación de sudacas llegados hace mucho tiempo para los que no había mote, tal vez porque éramos muy pocos.


La percepción que se tenía antes de nosotros era muy distinta de la de ahora. Para que se hagan una idea, cuando nosotros llegamos a España en el año 65, los sudamericanos éramos unos elementos exóticos a los que se relacionaba inconscientemente con lo que entonces se llamaba «el tío de América». En el imaginario general, el tío de América era un individuo rumboso y ricachón que tenía un cochazo o haiga, usaba zapatos de dos colores y se hospedaba en el Palace. Un personaje, por tanto, al que se miraba con admiración. A ello contribuía, naturalmente, el que hecho de que, a diferencia de lo que ocurre ahora, América era rica y España no. No sé exactamente cuando se acuñó el término sudaca. Lo que sí sé es que cuando volví a España en el 88, después de vivir en Inglaterra unos años, yo ya era una sudaca. A principios de los 90, y después de la muerte violenta de una inmigrante dominicana llamada Lucrecia Pérez, creamos un grupo llamado Sudacas Reunidas. Nuestra idea era entregar un premio negativo y otro positivo a personas que se distinguieran por su relación, de uno u otro signo, con la comunidad latinoamericana en España. Si adoptamos deliberadamente el nombre de sudacas fue con la idea de desposeer a dicho término de su sentido negativo. ¿Pero qué podíamos lograr media docena de mujeres por muy decididas e idealistas que fuéramos? Muy poco en realidad. Un día, se nos ocurrió la idea de invitar a almorzar a Umbral para hablarle de nuestra reivindicación. No tuvimos mucho éxito, la verdad. El contestó que no tenía tiempo para «monsergas».


Por cierto, un inciso: a nosotros, sudacas – y no importa cuántos años llevemos en España – siempre nos sorprende y asusta esa forma de ser castellana tan hosca que casi siempre pone un «no» por delante. Para nuestro alivio, los castellanos, al contrario que otros pueblos con mejor fama, son hoscos de entrada pero muy generosos. Así era Umbral. Nos soltó un gruñido pero luego, y para nuestra sorpresa, empezó a usar la palabra sudaca de forma amable, quitándole toda connotación xenófoba hasta cambiarla de signo. Porque eso es lo que logran los gurús de la palabra que, como él, son capaces hasta de cambiar el sentido de las cosas. Si en el principio fue el Verbo, como dice la Biblia, y ese es el motor que mueve el mundo, quienes tienen el raro don de dominar la palabra o de marcar con ellas un nuevo rumbo y cambiar la forma de pensar de las gentes, son sin duda dioses. O semi dioses para que no se me ofenda nadie. Es el caso de Umbral al que, desde su misma columna, quiero agradecer su generosidad. Como decimos en el Río de la Plata, «Gracias por la gauchada, viejo».

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