Las rutas de la emigración entre el continente africano y el archipiélago canario se están convirtiendo en una trampa mortal para cientos de ciudadanos subsaharianos, que siguen arriesgándose con la llegada del frío a desesperadas travesías. La reiteración de drama exige el compromiso permanente de los países de origen para impedir el intolerable tráfico de seres humanos. Pero también perseverar en la vía de la cooperación económica y social con el objetivo de que los inmigrantes encuentren garantías para su porvenir en su propios estados, disuadiéndolos de jugarse la vida en unos viajes tan inciertos.