Castillos en la tierra en Arinaga

Canarias 7, Daida I. Rodríguez, 02-12-2007

Se oye un pequeño murmullo a final de la clase. Los revoltosos de siempre ríen por lo bajo mientras la profesora se concentra en un compañero que aprende a escribir. Una situación cotidiana en todos los colegios canarios, sin embargo ellos son considerados diferentes porque entraron en la escuela a bordo de una patera.

En Arinaga se encuentra uno de los centros de acogida de emergencia de menores inmigrantes no acompañados. En total hay 127 chicos de entre 14 y casi 18 años a la espera de conseguir un trabajo que es lo que vinieron a buscar cuando se subieron en un cayuco con proa a Canarias. Sin embargo las leyes españolas le impiden acceder al mundo laboral siendo menores de edad y además sin documentación.

Baba Olit Siaka Kane llegó a Canarias en el año 2002 con 17 años de edad. Partió de Mali hacia Argelia, allí cogió una guagua y fue hasta Marruecos donde se subió en un Land Rover y llegó al Sáhara. Embarcó en una patera y en dos días llegó a Canarias. «Vine en busca de trabajo», cuando llegué me di cuenta de que no me iban a dejar, fue frustrante», explica Kane. Ahora su misión es explicarle a los chicos que llegan cuál es la situación y sus opciones. «Los niños vienen muy despistados y asustados, creen que van a trabajar, no entienden lo que pasa cuando desembarcan», señala, «yo hablo con ellos, les explico su situación y les tranquilizo». Kane trabaja como traductor para la ONG Mundo Nuevo, encargada de atender a los menores inmigrantes, desde 2006 y habla francés, inglés, árabe y bambara.

De los 127 niños que se encuentran acogidos en este Deamenac 84 están integrados en distintos colegios de Gran Canaria, en Arucas, Agüimes, Maspalomas, Las Palmas de Gran Canaria… La mayoría de ellos se encuentran en ciclos de Formación Profesional para formarse lo mejor posible de cara al mundo laboral. Sólo 25 chicos se encuentran cursando Secundaria pero ninguno ha logrado pasar a Bachillerato. «Es muy difícil que se puedan promocionar en un Instituto pues cuentan con graves deficiencias educativas además de las limitaciones que les provoca el idioma», explica Gabriel Orihuela, director del centro. Muchos de estos chicos trabajan desde los siete años de edad en sus países de origen «hay quien no sabe ni coger un bolígrafo, hay que empezar de cero», indica Orihuela.

Es el caso de Fouad Buhafa. Sus padres le enviaron desde Marruecos al Sáhara a trabajar con 8 años de edad. «Mi familia no tiene nada, había que ayudar», relata. A los 15 años decidió subirse a una patera sin decir nada a nadie con la idea de buscar un lugar donde sacar más dinero para su familia. Se encontró con la cruda realidad, aquí no le dejaron trabajar pero no se queja. «Puedo estudiar y dentro de poco (tiene 17 años) trabajar como camarero en un buen sitio», asevera, «si hablas español, tienes formación y papeles es fácil encontrar trabajo, mi familia está muy contenta de que esté aquí», añade.

Fouad cuenta con muy buena actitud para el estudio una de las claves para conseguir acceder a la escuela. Todos los chicos pasan un mes en el centro como periodo de adaptación y se les enseña español, a partir de ahí se les busca un centro educativo donde integrarlos. Sin embargo no todos van al colegio, sólo aquellos que tengan una buena predisposición para el estudio y no sean especialmente conflictivos para evitar la alteración en los nuevos centros con el consiguiente rechazo.

Idrisa Yambe lleva toda la noche vomitando y los profesores le han dicho que descanse en la enfermería, «no mejor me quedo en clase aprendiendo» replica con respeto. No se hable más.

Gabriel Orihuela reconoce que la edad de estos chicos, en plena adolescencia, complica las cosas «pero contamos con profesionales titulados para actuar de manera correcta teniendo en cuenta las características de cada uno de los muchachos».

Y es que no hay que olvidar, a pesar de que ya no recuerdan cuando vivieron como tales, que son niños. «Ya dejaste de toser después de lo de anoche» comenta un chico en el patio a un compañero, «los polvos del extintor te dejaron hecho polvo ¿eh?» comenta entre risas. El jueves tocó la gamberrada del extintor. Hoy jugar al baloncesto en el patio. Mañana acudir a una romería con su propia carroza y divertirse con las nuevas costumbres que les ha tocado vivir hasta que llegue la realidad que buscan.

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