LA ERA SARKOZY En Villiers-le-Bel muchos no creen la versión oficial y se muestran comprensivos con los jóvenes violentos

"Hay odio, verdadero odio"

La Vanguardia, , 28-11-2007

LLUÍS URÍA – París. Corresponsal

VIOLENCIA “Sólo así se darán cuenta de nuestra indignación”, justifica una adolescente

VANDALISMO “Han utilizado el accidente como pretexto para el pillaje”, dice un joyero
Veinticuatro kilómetros separan Clichy-sous-Bois (Sena-Saint-Denis), cuna de la revuelta de las banlieues del otoño del 2005, de Villiers-le-Bel (Val-d´Oise), donde la ira de los jóvenes de los suburbios de París volvió a explotar con enorme violencia el pasado domingo. Veinticuatro kilómetros y algunas diferencias abismales. Villiers, cuyo apelativo Le Bel no alude a su belleza sino al nombre de los señores del lugar en el siglo XI, es una ciudad modesta pero bien cuidada y aparentemente apacible, con un centro antiguo digno de este nombre – nucleado en torno al Ayuntamiento y la iglesia de Saint Didier-, casas con jardín y algunos barrios de viviendas sociales de dimensiones humanas y en gran parte rehabilitados. Poco que ver con la degradación que se ve en Clichy.

Y, sin embargo, enfrentadas a la misma tragedia – la muerte accidental de dos muchachos a causa de la actuación de la policía-, ambas ciudades han sido escenario de la misma violencia ciega. Unas adolescentes negras, aún unas niñas, coquetas y bien vestidas, justifican los disturbios protagonizados en las últimas dos noches por grupos incontrolados de jóvenes en Villiers. Los ataques a la policía, la quema de coches, el destrozo de comercios, especialmente visibles en el lugar por donde pasean, la avenida Pierre Semart, que conduce a la estación del tren RER. “Sólo así se darán cuenta de nuestra indignación”, argumenta una. “Hay odio, verdadero odio”, añade otra.

Odio a la policía. Como en Clichy, como en tantos barrios de los suburbios. Odio a esa policía que acosa a los jóvenes – lejos de ser todos unos santos, cierto- con modos bruscos y prepotentes, siempre con la amenaza en la boca. Odio a esa policía a la que a veces se le va la mano… “Son policías novatos, poco preparados, que no han visto a un inmigrante en su vida, y que demuestran miedo y una torpeza descabellada en el trato con los jóvenes”, explica Raymonde Letexier, senadora socialista y ex alcaldesa de Villiers, a escasa distancia de los restos calcinados de la biblioteca y una escuela infantil destruidos por los violentos la noche del lunes. Imposible acercarse a ella: una banda de una veintena de jóvenes enmascarados y armados de palos ahuyenta a los curiosos, periodistas especialmente. Nadie diría que a apenas 200 metros de aquí, protegida por una nutrida escolta policial, está la ministra del Interior, Michèle Alliot-Marie, reunida en al Ayuntamiento con el alcalde de la población.

“Los jóvenes sólo quieren una vida normal, un trabajo, una vivienda… Pero no tienen el color adecuado, ni el apellido adecuado, y nadie les contrata”. Serge Lotery, concejal de Villiers, pone el dedo en la llaga cuando alude a la discriminación, a la exclusión, como origen de todos los males. Los jóvenes procedentes de la inmigración no tienen trabajo y la República – ese ideal de igualdad- sólo les envía la policía. Un razonamiento simple, pero de una eficacia demoledora.

Lacerante sarcasmo, uno de los dos chicos muertos – Larami, de 16 años- había logrado franquear la puerta del mundo laboral y desde septiembre trabajaba como aprendiz en la panadería Burteaux, en la Cité de la Cerisaie. El propietario, Habib, le recuerda como un joven “simpático y correcto que hacía su trabajo y le gustaba el oficio”.

En el barrio donde se produjo el choque mortal con el vehículo policial que costó la vida a Larami y a Moushin, de 15 años, el pasado domingo, nadie cree en la versión oficial. “Está claro que hubo una voluntad deliberada de derribar la moto en la que iban los chicos”, asegura Mussa Dialou junto al improvisado homenaje a los dos muchachos – tres ramos de flores y un emocionado texto: “Todos os queremos, que Dios os guarde”- colocado en la calle Louise Michel, donde se produjo el accidente. Tampoco lo cree Yussef, taxista, para quien los jóvenes “tienen toda la razón al destrozarlo todo”. “Si no, archivarían el caso y ya está. Ahora tendrá que haber una investigación”, argumenta. Y añade: “Sólo queremos la verdad, pero la verdad verdadera, no su verdad”.

Conforme uno se aleja del barrio, la visión de las cosas cambia. Gabriela Lopes, de origen portugués, se enciende cuando comenta en el autobús 268 los actos vandálicos de las últimas noches. “Los causantes de todo esto son los que están todo el día en la calle, sin hacer nada, en lugar de levantarse cada día a las cinco de la madrugada para ir a trabajar”, dice. Los discursos sobre la exclusión tampoco convencen a Georges Selet, propietario de una joyería cercana a la estación parcialmente desvalijada el domingo. “Han utilizado el accidente como pretexto para el pillaje”, afirma. Su escaparate está destrozado, mientras que la carnicería de al lado permanece intacta.

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