Cultura. Entrevista a Donato Ndongo

Se mira a los inmigrantes pero no se les ve

'El Metro' habla de las historias tras los inmigrantes que llegan a España

Canarias 7, Ángeles Jurado. Las Palmas de Gran Canaria, 27-11-2007

Procede de Guinea Ecuatorial, una especie de hueco en nuestro mapa del continente africano. Presentó recientemente su novela ‘El Metro’, con la que pone historias a las caras de los inmigrantes que llegan a España. También disertó en Casa África sobre literatura guineana.

—¿Por qué ignoramos tanto sobre Guinea Ecuatorial en España?
— Es una realidad que España vivió durante muchos siglos de espaldas a África. El continente había dejado de ser de interés prácticamente desde que descubrieron América y fueron franceses, portugueses o belgas los que se ocuparon de él. España ni siquiera se ocupó del pequeño territorio que le correspondió en África tras la Conferencia de Berlín y el posterior tratado con Francia. No es hasta 1986, cuando Wole Soyinka gana el Nobel de Literatura y nadie ha oído hablar de él, que España no empieza a sacudirse esa ignorancia supina. También ha «ayudado» a tomar interés en África la situación de pobreza tremenda del continente, la proliferación de ONGs y las guerras en Sierra leona, Liberia, Congo o Angola. A partir de ahora y sin echar campanas al vuelo, comienza a darse una mayor interacción entre África y España. También es cierto que Guinea Ecuatorial ha sufrido dos regímenes desde que alcanzó la independencia en 1968, el de Macías y el de Obiang, que no han hecho demasiado por promover el conocimiento de Guinea Ecuatorial fuera. Macías cerró a cal y canto el país y en once años de gobierno no entró ni un periodista. Ahora mismo se cumplen 29 años con Teodoro Obiang y tampoco existe interés del gobierno guineano en abrirse al mundo.

—¿Qué autores africanos piensa que debemos conocer?
— La literatura africana está cogiendo un impulso importante, que tiene que ver con que buena parte de los autores africanos estén en el exilio y, por tanto, tienen mayor facilidad para entrar en contacto con editoriales y público de Occidente. Hay algunos escritores africanos muy interesantes traducidos al español. Están el novelista nigeriano Ben Okri, la camerunesa Calixte Beyala o Emmanuel Dongala, de Congo Brazzaville. Pocos intelectuales africanos residen en su país y lo cierto es que están abriendo la visión occidental, que estaba anquilosándose, y aportando una nueva vitalidad a culturas antiguas.

—¿Qué opinión tiene sobre los occidentales que escriben sobre África?
— Siempre he sido un poco escéptico. Tenemos que preguntarnos por qué se le hace más caso a un español que va dos o tres días a ver el Río Congo, regresa, se le publica y se forra, llámese Javier Reverte o Ryszard Kapucinski, que a un africano, por ejemplo, que lleve tiempo aquí, interesándose por su continente y que conozca la doble realidad de Europa y áfrica. Creo que es cuestión de eurocentrismo: que lo que dice el blanco va a misa y lo que digamos los demás no cuenta, aunque sepamos de qué hablamos y forme parte de nosotros. Los africanos decimos lo mismo o aportamos nuestra propia visión sobre nuestros países y nuestra realidad. Pero todo tiene que pasar por el tamiz europeo o no existe. Nosotros conocemos bien nuestros problemas y las soluciones.

— Su novela El metro pretende contar la historia que hay tras los inmigrantes que llegan a Europa …
— Sí. Lo que pasa es que la gente no conoce las historias, sino que ve sombras que pasan más que caras. Se mira a los inmigrantes, pero no se les ve, no se sabe quiénes son, ni que son personas humanas con sus culturas, historias, anhelos, frustraciones, cosas que los humanizan. Quería explicar que ese vendedor ambulante que comercia con figuritas de ébano en la puerta del metro tiene una historia y es una persona.

—¿Puede ser la literatura un arma contra la xenofobia y el racismo?
— Como soy africano, de la etnia fang, para mí no existe el arte por el arte. Sí que procuro escribir de forma bella y armoniosa, pero ése no es mi objetivo fundamental. Víctor Hugo o Zola influyeron muchísimo en la literatura y ayudaron a cambios en su época y, como diría Neruda, yo tengo la obligación de dar testimonio de nuestro tiempo. A los africanos nos está preocupando que nuestros jóvenes tengan que huir de nuestro continente. A muy corto plazo, eso tendrá una repercusión económica y en todos los sentidos. Se atrasará todavía más la situación y habrá más pobreza.

—¿Y el racismo creciente en la sociedad española?
— Hace años que vengo advirtiendo de que España está caminando hacia una mayor xenofobia y exclusión social. Algunos lectores me recriminaban que era alarmista y se indignaban, pero estamos viendo que tenía razón. Antes, España tenía a orgullo decir que no era racista, pero lo cierto es que no podía ser racista porque no había con quién serlo. Ahora que hay inmigrantes de todas las culturas, están empezando a aflorar las actitudes de intolerancia que ya se dieron en Francia, Gran Bretaña y otros países europeos. Si no se ataja y si no se toman estas cosas en serio, va a haber conflictos. Basta una sola persona para matar a alguien. En las manifestaciones antirracistas en Madrid, por ejemplo, siempre hay cien o ciento cincuenta personas ¿Dónde están los cuatro o cinco millones de vecinos de Madrid? Sigo la actualidad y sé que se está caminando hacia la intolerancia. Hay que acabar con eufemismos absolutamente nocivos como el racismo de baja intensidad . Están pasando cosas y va a ir a mayores, mientras sigamos minimizándolas. Así empiezan los movimientos fascistas:van creciendo y acabamos en campos de concentración. Hay que recordar que a Hitler le votaron, no tomó el poder por la fuerza.

—El final de su novela El Metro no es muy edificante, ni optimista.
— Es una metáfora, es decirle al lector que aquí no encontramos el Edén. La inmigración no soluciona nada y puede crear problemas mucho más graves. Se proponen reflexiones a través del personaje y soluciones para resolver la cuestión de la inmigración. Las soluciones deben ser de raíz, no poniendo parches. No funcionan la represión ni los muros en las fronteras. Viene inducida por la pobreza en países que son inmensamente ricos y por los dictadores que nos asolan, torturan y matan.

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