Lo que debía ser un acto de repulsa contra el asesinato el pasado 11 de noviembre del joven de 16 años Carlos Javier Palomino en Madrid, cuando acudía a boicotear una manifestación contra la inmigración, acabó sumiendo el centro de Barcelona en el caos en plena tarde. Cargas descontroladas de los Mossos, manifestantes que huían de la policía y se refugiaban en los comercios que permanecían abiertos y un espectacular despliegue policial sorprendió a propios y extraños. Algunos comercios acabarían por cerrar sus puertas con clientes y manifestantes dentro. La manifestación no había sido ni siquiera anunciada a la subdelegación del Gobierno y fue convocada a través de SMS y correos electrónicos. El balance final: siete detenidos y 22 mossos heridos. La cuestión que cabe plantearse cómo un acto contra la intolerancia y la violencia acaba en una explosión de violencia gratuita. Los Mossos aseguran que cargaron cuando los manifestantes empezaron a cruzar contenedores de basura y a lanzarles objetos. Sea como sea, hay que aclarar por qué el acto acabó como acabó y por qué es tan fácil que los jóvenes, si es cierto lo que explican los Mossos, recurren con tanta facilidad a la violencia y reducen sus consignas a simples pretextos.