Lecciones del Este
La Vanguardia, , 13-11-2007Dos películas basadas en sendos guiones del británico Steven Knight describen con crudeza el riesgo que corren los inmigrantes más pobres de caer en las redes de mafias. La primera, Dirty pretty things (2002), abordaba la compraventa de órganos, mientras que la segunda, la recién estrenada Promesas del Este (2007), entra de lleno en el asunto del tráfico de mujeres.
Pocas veces la prostitución ha sido abordada de forma tan despiadada por el cine. Recientemente hemos tenido ejemplos de películas muy celebradas que se desarrollaban en ambientes relativamente apacibles, incluso entrañables, en los que las mujeres que se prostituían eran más o menos dueñas de su destino. Transitando por la misma senda, a menudo se evoca en los medios la Barcelona canalla de la posguerra que elevó a sus prostitutas a la categoría de referentes literarios. Es en este modelo de mujer que se prostituye libremente en el que se basan no pocas propuestas de legalizar esta actividad.
Pero la inmigración masiva y la consolidación de los guetos étnicos en las urbes de Europa han cambiado el panorama tal vez para siempre. Promesas del Este se refiere a esta nueva realidad. Las vaporosas bellezas rusas con las que soñábamos los adolescentes lectores de Tolstoi o Dostoyevsky se han hecho de carne y hueso bajo la piel de esas niñas prostituidas que nos muestra el realizador David Cronenberg, jovencitas llegadas desde aldeas de la Europa oriental a unos submundos que gobiernan sin escrúpulos sus mismos raptores.
Dirty pretty things – protagonizada por un brillante Sergi López- advertía al espectador sobre lo frágil que es un sistema de convivencia cuando se toleran zonas oscuras para la ley. Promesas del Este nos define con mayor precisión la magnitud del problema. Sin afán de criminalizar a ningún colectivo en concreto, la película subraya la indefensión que sufren los más vulnerables cuando caen en manos de mafias que se rigen por códigos de conducta desconocidos en la sociedad de acogida. Las policías de este lado de Europa pueden conocer más o menos esos códigos. La ciudadanía, no.
Por ese desconocimiento, habrá quien evoque sus ensueños de infancia cuando contrate a una prostituta eslava, fantaseando con poseer a una Karenina que ha huido por su cuenta a Occidente para olvidar el desamor de un joven Vronsky… Harán falta muchas películas como ésta para que el cliente asuma que, a quien en realidad tiene entre los brazos, es a una joven promesa del Este con la personalidad diluida por los narcóticos y la voluntad sometida a un traficante de esclavas.
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