Extraños en dos trenes
Diario Vasco, , 02-11-2007El primero partió de Barcelona sobre la medianoche del domingo 7 de Octubre, con destino a una de las ciudades de su cinturón industrial. A bordo viajaban tres pasajeros que no se conocían y a los que, sin embargo, todos hemos acabado conociendo. Una joven ecuatoriana de 17 años, un macarra catalán de 21, y otro joven inmigrante, este argentino. La cámara de seguridad del convoy nos ha contado cómo sucedieron los hechos. La manera abyecta en que el macarra insultó y agredió a la joven ecuatoriana, la pasividad del testigo atenazado por el miedo, la sensación de barbarie e impunidad total que acabaría generando una considerable alarma social.
A menudo demonizamos a los medios de comunicación por su aparente complacencia en difundir escenas truculentas. Recordemos el episodio de aquel rumano que se quemó a lo bonzo en el centro de Valencia. Las imágenes de su cuerpo desollándose en vivo y en directo se nos sirvieron a todas horas y bajo todas las coberturas, sin mayor eficacia social que la del sensacionalismo puro y duro. En el caso del tren de Barcelona al menos han servido para algo. Gracias a ellas reaccionó al fin nuestro sistema judicial. Pero sólo para generar un segundo escándalo. A tenor de lo que muestra el video, hay fundamento para imputar a Sergi Xavier Martín, el autor de la agresión, al menos tres delitos que conllevan cárcel: uno contra la integridad moral, otro de lesiones físicas y psicológicas, y un tercero de agresión sexual con el agravante de xenofobia. Pues bien, ya sabemos que el agresor ha salido de su paso por los tribunales en principio impune, mientras que su víctima aún no se atreve a salir de su casa.
¿Es España un país más racista de lo que se cree y parece? Tal vez nos vanagloriábamos de no serlo porque apenas convivíamos con otras etnias. A medida que el porcentaje de población inmigrante crece comenzamos a advertir reacciones preocupantes. ¿Se acuerdan de los episodios de El Ejido, en febrero del 2001, donde se desencadenó, literalmente, una «caza de moros» en toda la comarca almeriense? No tuvo nada de accidental: a mayor densidad inmigrante, mayor rechazo. En El Ejido miles de inmigrantes fueron perseguidos, apaleados, linchados. La violencia llegó a cebarse incluso con los «sospechosos» de ayudar a los inmigrantes, desde miembros de oenegés hasta medios de comunicación.
También los medios de comunicación y las oenegés fueron acusados de «defender» a los inmigrantes cuando se generó un episodio de cierta tensión en Tolosa, a finales de 2006. Entonces la polémica estaba centrada en un centro de acogida de menores, y hubo alcaldes que profirieron frases radicalmente racistas creyendo que hablaban «en nombre del sentido común». Apenas un mes después, a comienzos de este mismo año, tuvieron lugar los enfrentamientos de Alcorcón entre grupos de jóvenes españoles y latinos a raíz de un incidente puntual.
Es sabido que cuando este tipo de chispas saltan, siempre hay pirómanos dispuestos a atizarlas alentando los más bajos instintos. Ahora bien, de una manera subrepticia, también es cierto que llevamos años siendo bombardeados con mensajes que incrementan el recelo de la población frente a lo que se ha dado en llamar, de manera tan elocuente como perversa, el «problema de la inmigración».
Por lo común, casi todo lo que se refiere a los inmigrantes es presentado como una amenaza: la «invasión de cayucos» y la «polémica del velo», las «bandas latinas» y la «demografía galopante». El corolario de esta escalada denigratoria siempre apunta a una abusiva contracción de la relación entre inmigración y delincuencia, olvidando los delitos no menos relevantes contra la seguridad pública que tienen a los inmigrantes como víctimas, desde agresiones xenófobas a formas de discriminación vulneradoras de derechos.
Frecuentemente los inmigrantes sirven de chivos expiatorios como catalizadores de múltiples frustraciones. Simmel ha comparado la situación de los inmigrantes en la Viena actual – sin duda Austria es hoy el país más racista de Europa – con la de los judíos en la Alemania nazi. También entonces hubo quien alegó que el conflicto no era racial, sino social. Por supuesto, primero se margina al diferente hasta reducirlo en un geto inhabitable, y luego se le acusa de generar delincuencia y hábitos antisociales.
En las ciudades del cinturón industrial de Barcelona o Madrid se conoce lo explosivo de la situación. Una masa social híbrida, con muchas desigualdades y muchas frustraciones acumuladas, bastante desasistida en políticas de integración y aun más en el cultivo de las pautas que fundan la convivencia. La pasividad de las instituciones tiene mucho que ver con este deterioro, pues gobernar no es sólo perseguir las prácticas delictivas. Gobernar, sobre todo, es prevenir.
Ya que hemos comenzado hablando de trenes podríamos recordar lo mal que se ha gobernado la política de infraestructuras en Cataluña, pues cada día nos desayunamos con un nuevo socavón en las obras del AVE, mientras permanecemos a la espera de un nuevo apagón cataclismático. Lo que sucedió en aquel tren de Barcelona, el tren del macarra y la inmigrante, también ha abierto un socavón de considerables dimensiones en la conciencia de esta ciudad. El apagón, sin embargo, no ha sido tan grande. Y no lo fue gracias a un «momento de luz» del que apenas se ha hablado en los medios. Discúlpenme si he aguardado hasta este momento para contarles la historia del segundo tren.
Este partió de Gerona con destino Figueres, a las 7,25 de la mañana del mismo día. A bordo viajaba un pasajero de origen cubano y raza negra llamado Iván Ramos. A medio trayecto entró un revisor en el vagón y se dirigió a él pidiéndole el billete. Sólo a él. Si se lo hubiese solicitado también a los demás viajeros no hubiese sucedido nada. Y asimismo, si el revisor hubiese sabido que se trataba de un médico, probablemente se hubiese abstenido de hostigarle. El resto de los pasajeros tampoco conocían la profesión de Iván pero, entonces, eso era lo de menos. Uno tras otro y al fin todos, reaccionaron con una airada protesta colectiva ante el trato discriminatorio del revisor para con el único pasajero de color de aquel convoy.
Cuando el tren llegó a Figueres la ola de solidaridad, tan emocionante como ejemplar, había envuelto de tal manera al joven médico cubano que poco faltó para que los «mossos» se llevaran detenido no ya al inmigrante insurrecto, sino al más que incorrecto revisor.
Esos dos trenes, el de Barcelona y el de Gerona, reflejan las dos caras de una misma realidad social. No pongamos el énfasis exclusivamente en la agresión. Hagamos también noticia de los episodios de integración, pues la democracia no consiste tan sólo en un mecanismo electoral, sino sobremanera en un conjunto de valores sociales de cuya construcción y prevalencia todos somos responsables. En cuestión de racismo, no hay conducta más reprobable que la ambigüedad.
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