El naufragio que Noemy quiso compartir

La Prensa Gráfica, Erick Rivera Orellana, 29-10-2007

La encontraron con la piel quemada. Sin ropa. Nadó 100 horas. No comió, no lloró y vio morir a muchos cerca suyo. Noemy Estela Martínez narró su historia, esa que llevará para siempre en su mente y ante la cual no llora, sino que al recordarla se enorgullece de decir que siempre tuvo la esperanza para seguir aferrada a la vida y a la idea de los suyos, que la esperaban.

Ese martes, luego de la tempestad, el miedo murió un instante ante la imagen: un grupo de delfines nadaba en círculo cerca de los náufragos, que se aferraban a salvavidas.

&8220;Fueron los únicos animales que vimos, y no eran para tenerles miedo, porque son bien bonitos&8221;, contó Noemy Estela Martínez, sobreviviente del naufragio de una lancha que transportaba a unos 25 inmigrantes, la mayoría de ellos salvadoreños. Pretendían llegar a Salinas Cruz, en Oaxaca, México, para luego continuar el camino hacia Estados Unidos. Pero el sobrepeso y la cercanía de la tormenta tropical Kiko cambiaron el rumbo de sus sueños.

Noemy salió de Puerto Bus, en San Salvador, el viernes 12 de octubre a las 5:30 de la mañana. Había pagado ya $2,500 al coyote, y otra parte del dinero debería ser cancelada al finalizar el camino.

En Sonsonate se le unió Ana Marlene Martínez, su amiga, y una de las personas que había influido para que se decidiera.

Ese viernes llegaron a Tecún Umán, Guatemala. Ahí, &8220;un contacto&8221; las identificó. El hombre sabía incluso cómo irían vestidas. Una menor se unió a las mujeres, y juntas pasaron a descansar en un rancho de la ciudad. Ese fin de semana comieron bien, durmieron en tranquilidad y hasta pudieron hacer algo de turismo en la ciudad, conocida por la delincuencia y el tráfico de personas.

Ni el sábado ni el domingo pudieron realizar el siguiente paso del camino por las lluvias constantes en Guatemala. El lunes, sí.
El viaje

A la 1 de la tarde de ese 15 de octubre, las llevaron a Puerto Ocós. Una pequeña lancha las trasladó mar adentro, a donde ninguna había ido.

Las trasladaron a una lancha más grande, en la que había cerca de 25 personas y 10 bidones con combustible. El conductor se amarró a los extremos de la embarcación para maniobrar con comodidad, y los &8220;guías&8221; se situaron en la proa. Se dispuso entonces la marcha.

Noemy sintió paz, pensó en su madre y en su prima de ocho años, se enrolló el jeans azul hasta las rodillas y disfrutó de la vista.

Adelante, con un par de horas de viaje, empezó a cambiar el panorama. El cielo dejó de ser azul y cambió a gris. La lluvia asustó a los viajeros, e inició un fuerte oleaje. Nunca se optó por regresar o buscar tierra, pese a este cambio del clima, sino por evadir la tormenta.

De pronto, una ola aplastó la nave. El agua entró por todas partes, y tripulantes y viajeros gritaban con una desesperación que nunca previeron, mientras Noemy se aferró a un salvavidas.

&8220;¡Calma, agarren un flotador!&8221;, gritaba un hombre sin rostro porque nadie miraba nada frente a la lluvia y al movimiento de las aguas. Se intentó tirar los bidones para rescatar la nave, pero se abrieron y anegaron los cuerpos de los viajeros. Ahora luchaban contra el agua y contra la gasolina color verde que les quemó la piel.

En un instante, todos estaban en el agua, y atrás solo se escuchaba al conductor de la lancha que forcejeaba consigo mismo para desamarrarse del vehículo, algo que nunca consiguió. La nave se había hundido.

Hacia el martes y con la luz del día hubo paz, pero nunca un cielo azul. Los delfines, en su nado estilizado y cansino, observaron a los náufragos aferrados a sus hules. &8220;Hay que conservar la tranquilidad, alguien nos va a rescatar&8221;, dijeron los coyotes. Pero nada cambió, y muchos empezaron oraciones en voz alta, con la fe en Dios ante el destino.

Por la noche, varios se rindieron al mar; otros gritaron, desfallecieron por el sueño y por el miedo. Así, hubo quienes, en la madrugada del miércoles, deslizaron sus cuerpos bajo los flotadores, tragaron agua y sucumbieron. Noemy no lo hizo. &8220;Voy a vivir&8221;, se dijo.

El miércoles por la noche y el jueves de madrugada hubo otros males: la lluvia volvió a arreciar incluso al punto de separar al grupo y a arrastrar muchos de los salvavidas. Pero también sirvió para mantener vivos a otros, que bebían del líquido del cielo. Noemy, que no podía casi mover sus brazos, colocó uno de sus colochos en la frente y chupaba de las gotas que ahí se deslizaban.

Algunos deliraron ese jueves, blasfemaron y lloraron. Otros, encomendaron su vida a Dios antes de dejarse morir. &8220;Nunca has sido bueno conmigo&8221;, gritó alguien entre el llanto, mientras miraba al cielo.

Ese día, jueves 18, Walter Alas, otro de los sobrevivientes, se reunió en uno de los pequeños grupos con Noemy. Pero el suceso duró poco, porque al ver morir a Óscar, otro de los viajeros, optó por dejar sola a la mujer, con dos salvavidas. Walter nadó solo y apareció vivo el sábado.

Noemy, a la noche, desfallecía; su pantalón, hasta las rodillas y desecho, quemó su pierna. Horas después, Noemy nadaba desnuda, con la piel echa jirones y casi sin vida. Pronto el oleaje la sacó de su letargo, y tuvo miedo, y se pensó muerta, pues cada vez había más y más olas que la embestían. La noche no la dejaba ver, pero sí sintió de pronto arena bajo sus pies. &8220;Tierra&8221;, se dijo, y cayó moribunda en una playa.

Durmió no sabe cuánto y no podía moverse. Vio que la alumbraban con una lámpara y gritó por auxilio. De ahí la levantó Juan Toledo, le dio su ropa, y un bastón. &8220;Quiero agua, deme agua por favor, y déjeme aquí, y vaya por la Policía que yo aquí espero&8221;, le dijo jadeante.

Toledo la ayudó y, luego de atenderla en un rancho improvisado por los pescadores locales, la llevó con él en una canoa que parecía dormitar en un estero, pues aún no terminaba su faena de recolección de camarones.

Ella en principio no se quería subir. &8220;Estas son aguas mansas&8221;, le dijo Toledo. No había más lluvia y navegaron hasta tierra. El camino de Noemy terminó en la casa del pescador. Ahí durmió, le dieron agua, ropa y alimentos, antes de cualquier otra intervención de las autoridades.

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