Un «espantoso olor a muerte» llevó a un pesquero a un cayuco con siete cadáveres y un superviviente

ABC, ERENA CALVO. LAS PALMAS., 26-10-2007

«Todo lo que os pueda contar es poco, hay que estar aquí para alcanzar a comprender el grado de sufrimiento de estas personas y la dificultad de salvar una situación como ésta». Fatigado, apenado y con el «susto todavía en el cuerpo», José María Abreu, capitán del «Tiburón III», relataba ayer por la tarde a ABC su «peripecia» del día anterior. «De verdad, es muy duro, nunca había vivido una experiencia similar en alta mar y espero no tener que repetirla». Abreu y los suyos habían partido de la isla caboverdiana de San Vicente rumbo a Vigo cuando se toparon en su camino «con una pequeña embarcación que en un principio no reconocimos como un cayuco».

A medida que se iban aproximando, «eran cerca de las siete de la tarde», se dieron cuenta de que era una piragua. «Creíamos que estaba vacía, pero cuando ya estábamos casi a su lado, un espantoso olor a muerto nos sacó de dudas, estaba lleno de cadáveres», siete exactamente. Poco después, «vimos cómo alguien gritaba y levantaba la mano en señal de socorro». Sin pensarlo, se aproximaron al cayuco y pidieron auxilio al Centro Coordinador de Salvamento Marítimo, que les dio instrucciones para subir al superviviente al «Tiburón III», un palangrero con base en La Guardia y asociado a la Cooperativa de Vigo, y establecieron un punto de encuentro con el buque hospital «Esperanza del Mar», que ayer a las dos y media de la tarde recogía a los siete cadáveres y al superviviente, en muy mal estado.

«Un punto distante de todo»

Todo sucedía a 300 millas al oeste de Cabo Blanco, en Mauritania; 600 al sur de Gran Canaria, y 300 al norte de las islas de Cabo Verde. «Un punto distante de todos los territorios», explicó a este periódico Aníbal Carrillo, jefe de Salvamento Marítimo en la provincia de Las Palmas.

En ese punto fue donde se hizo el intercambio. El superviviente «evoluciona favorablemente, pero su estado física y psicólogicamente es deplorable», relata Aníbal. A última hora de ayer, todos los datos apuntaban a que el buque hospital regresaría con el enfermo y los siete cadáveres a Las Palmas, donde tiene su base, este mismo sábado; aunque fuentes informadas indicaron que se estaban realizando también gestiones con Senegal para desembarcar allí al superviviente para ser atendido. El inmigrante, además, reconoció ser natural de Senegal, aunque, según dijo, la expedición partió de Nuadibú. «Debieron perderse o fueron arrastrados por la corriente, porque se les estropeó el motor de la embarcación», valora el jefe de Salvamento en Las Palmas. «La travesía debió ser dramática», lamenta Aníbal con amargura.

Abreu coincide con él. «El espectáculo era horrible, dantesco». Arrimaron el cayuco al «Tiburón III», «había siete personas muertas semi flotando», y tras subir al barco al único superviviente, «achicamos agua del cayuco para que no terminara de hundirse». Los cadáveres «no los tocamos porque estaban en avanzado estado de descomposición, muertos posiblemente hacía ya muchos días y muy afectados por las agresiones del mar y del sol, que abrasa durante el día».

Para el único con suerte, comida, bebida y ropa limpia. «Le ayudamos en todo lo que estaba en esos momentos a nuestro alcance». Con el nuevo pasajero atendido y más tranquilo, «pudimos saber que viajaban con otras 49 personas y que llevaban veinte días a la deriva». Abreu guarda un «papelito» donde el joven senegalés, de poco más de veinte años, «me escribió las dos cifras (57 y 20) para explicarme cuánta gente había muerto y cuántos días llevaban de camino». A última hora no se descartaba que entre los miembros de la expedición viajasen varias mujeres y niños. «No puedo ni descansar, pienso en todo lo que ha pasado y me duele pensar en las dimensiones de la tragedia de esta gente; es demoledor». Sobre todo, explica Abreu casi entre lágrimas, «cuando imaginas a estos jóvenes sin nada que comer, ni beber, en medio del Atlántico, lanzando por la borda a sus compatriotas, amigos, hermanos… Muy triste».

El 13 de marzo del año pasado fue localizada una embarcación a la deriva, esta vez más próxima a Cabo Verde, con una docena de cadáveres a bordo. Era una tragedia casi aislada que este año ha dejado de serlo. El pasado julio naufragaba un cayuco a 185 kilómetros de Tenerife. Se recuperaban cinco cuerpos de los más de setenta desaparecidos. Sobrevivieron cerca de cincuenta personas. Dos meses después encallaba una patera en Gran Canaria y morían otros diez inmigrantes. Son sólo dos ejemplos de los cientos de sueños rotos, cada vez más, en el mar.

Más muertes

Lo reconocía esta semana el director del Centro de Coordinación Regional de Canarias, el general de la Guardia Civil Francisco Gabella, que explicaba que si bien ha descendido la cifra de llegadas de indocumentados a las costas canarias, se ha incrementado la de los inmigrantes muertos durante el viaje o en hospitales de las Islas. De 26 fallecidos en 2006, se ha pasado a 33 en 2007, dijo.

Sólo se cuentan los cadáveres recuperados, no puede estimarse cuántos son los engullidos por el Atlántico. Miles y miles de personas, según las organizaciones humanitarias, que han sido lanzadas por la borda por sus compañeros o embarcaciones enteras que nunca llegaron a su destino.

Los que tuvieron más suerte fueron los 116 varones que Salvamento Marítimo interceptó ayer a una milla del muelle de Los Cristianos a bordo de un cayuco; con ellos ya son más de medio centenar los indocumentados que han alcanzado las Islas durante esta semana. Una de las expediciones, este miércoles, se salvaba de milagro de un naufragio seguro. La llamada de uno de los ocupantes de la embarcación puso sobre aviso a las autoridades, y la Guardia Civil acudió a su rescate a cincuenta kilómetros de Fuerteventura. Consiguieron escapar gracias a la actuación de los agentes.

Otras veces es gracias a pesqueros españoles, como el «Francisco y Catalina», el «Gober IV», el «Monte Falcó», el «Corisco»… y ahora el «Tiburón III». Hombres de mar, héroes por un día, que han salvado la vida a decenas de africanos perdidos en el océano. Los tripulantes del «Tiburón III» llevan ya cuatro meses navegando, ahora regresan a casa.

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