LOS DÍAS VENCIDOS //
La bestia humana
El Periodico, , 25-10-2007No somos héroes. Probablemente porque el heroísmo solo lo valoran los otros cuando ya hemos muerto en el empeño. No somos héroes porque el instinto de conservación ha dejado de ser un instinto para ser una necesidad. No somos héroes, en definitiva, porque el miedo es libre y el mayor miedo que sentimos es que el hombre que se nos acerca sea realmente un lobo para el hombre. Lo hemos visto por televisión, grabado por una cámara de un vagón de ferrocarril y hemos creído estar allí.
Descripción de un paisaje. En un tren semivacío un individuo habla por teléfono. Sin dejar de hablar golpea, humilla, insulta y patea el rostro de una chica muy joven. La llegada a la estación la salva de males peores. El agresor no es tan limitado. Demuestra que puede hacer dos cosas a la vez: ser sociable con su interlocutor telefónico y ser un asocial violento con una persona claramente más frágil y vulnerable. El agresor ni siquiera piensa en la posibilidad que otros viajeros salgan en defensa de la chica. Sabe que la violencia extrema y arbitraria jamás se persigue. Sabe que él es el autor del miedo de todos. Dos días después, cuando, por esa extraña maquinaria judicial que tenemos, el individuo salga en libertad, increpará y amenazará a los colegas de la televisión. ¿Por qué habría de actuar de otra manera? Nadie lo detuvo por la fuerza, sino por la cámara. ¿Cuánta violencia se va expresando por ahí sin que haya una cámara que la capture?
Pero no estamos solos. Tenemos la sensación que la gente va a venir en nuestra ayuda. Gritaremos “¡Socorro!” y ahí estará la ciudadanía dispuesta a anular el Mal para que el pequeño bien vaya haciendo su sendero por la vida. No les aconsejo que prueben esa experiencia. No pidan ayuda en un mundo complejo que se refugia en el “algo habrá hecho”. Hoy las multitudes no son necesariamente sinónimo de seguridad. Una multitud puede -y debe- proteger al débil contra la arbitrariedad como sucedió hace unos días con el pediatra africano del tren de Figueres. Pero cuando el adversario no es la injusticia sino la violencia, la multitud se funde y mira hacia otro lado. Hay excepciones, naturalmente. Pero muchas de ellas se encuentran en los depósitos de cadáveres.
Me pregunto cómo vamos a educar a nuestros hijos en un mundo donde florecen las naranjas mecánicas. Les decimos que no se metan en líos, pero al mismo tiempo les instamos a ser valientes y protectores de los débiles. No somos héroes porque para nuestra defensa ya tenemos al Estado y la autodefensa es una palabra cargada de sospechas. Y sin embargo, cuando llega la agresión a un semejante, nos quedamos quietos, vencidos, resignados, a veces incluso mudos. Porque la bestia humana anda suelta y no necesita ni un triste pretexto para actuar. Simplemente golpea, insulta y se va con la convicción de que acaba de imponer su ley a las leyes del mundo.
Carecemos de manuales. No nos educan en la ley del Talión. Pero limitarnos a poner la otra mejilla nos deja una demoledora melancolía de mal cuerpo.
Destino
Encuentro unas radiografías abandonadas por la calle. No tienen nombre ni diagnóstico. Ahí está el tabaco de muchos años, las arterias ocluídas, el espesor de las válvulas. De pronto, llega corriendo un hombre joven. “Gracias por recogerlas. Me ha salvado usted la vida”. Se aleja con el sobre y antes de llegar a la esquina, cae muerto.
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