Ruta de esperanza y muerte

La Prensa Gráfica, Roberto Turcios/Columnista de LA PRENSA GRÁFICA, 23-10-2007

Decenas de miles alcanzaron su meta atravesando el desierto, los ríos o el mar. Otros encontraron la muerte por la misma ruta. Aunque sean muchos los itinerarios, el destino deseado es uno: pasar por la frontera sin autorización legal y trabajar en los Estados Unidos. Y lo que son las cosas en este tiempo: por esa vía mueren en un año más personas que todas las víctimas mortales del muro de Berlín.

Aquel muro, un símbolo de las disputas políticas durante la Guerra Fría, recibió muchos nombres, uno de ellos aludía a la vergüenza de su construcción para impedir que la gente atravesara la frontera. Duró 28 años impidiendo el encuentro de los alemanes; en ese tiempo hubo, según los historiadores Bern Eisenfeld y Roger Engelmann, 240 víctimas mortales y 75 mil encarcelados por el intento de traspasarlo. Según ese recuento, 2 mil 500 personas atravesaron de manera ilegal aquella frontera político – ideológica del siglo pasado.

Cayó el muro de Berlín, en 1989, cuando cambiaban los tiempos políticos y sus fronteras. Entonces se impuso otro ritmo económico en el planeta y crecieron los enfoques represivos sobre las fronteras. Donde más se aplican estos enfoques es en la que tiene mayor movimiento en el mundo, la que separa a México y Estados Unidos. Allí queda un número asombroso de cadáveres. 2007 será &8220;el año negro de los migrantes&8221;, advirtió Edmundo Ramírez, quien es miembro de la comisión de fronteras de la Cámara de Diputados de México. Solo en el primer semestre de este año había un saldo de 275 mexicanos muertos en el intento de pasar la frontera. Entre 1995 y 2004 fueron encontrados 2 mil 978 cuerpos sin vida de indocumentados en territorio estadounidense, según Wayne Cornelius.

La travesía de la gente salvadoreña es dura, porque debe pasar por tres zonas fronterizas. Cada una de ellas tiene sus propias dificultades; tal vez la menos complicada es la de Guatemala. En cambio, la de México es dificilísima; unos 100 centroamericanos mueren cada año en el intento de cruzarla. Por eso, mujeres y hombres no dudaron en aceptar la embarcación que llevaría a 26 personas, por mar, el pasado martes 16, de Guatemala a Oaxaca, en México. Y la travesía de la esperanza resultó de muerte. Unas horas después de embarcarse, esa misma noche, vivieron la tragedia. Nadie les advirtió sobre el mal tiempo; o tal vez sí lo hizo alguien, pero decidieron jugarse la carta de la travesía. Para llegar al destino, en el que se basa la esperanza de cambiar las condiciones de la vida cotidiana, hay que jugárselas; en el desierto o en el mar no queda más que ponerse la camiseta de la audacia y vivir con ella un asunto de esperanza o muerte.

Ya va llegando la hora en que la política asuma estos asuntos. Con creatividad, audacia e inteligencia se podrían crear propuestas importantes, para presentarlas al país y a los Estados Unidos. Una imprescindible podría referirse al financiamiento del desarrollo empresarial, basado en las iniciativas de los productores pequeños y medianos. Esa sería una vía de esperanza; no sería fácil concretarla, pues requeriría genuinos compromisos gubernamentales con los pequeños productores, pero ofrecería una ruta diferente, sin tantas angustias y muertes como las de ahora.

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