INMIGRANTES EXPLOTACION EN GRAN BRETAÑA

JARDINERO EN LOS PISOS DE CANNABIS

El Mundo, EDUARDO SUAREZ. Londres, 21-10-2007

LA HISTORIA de Tuan es la de decenas de niños: duerme en un rincón de un pequeño piso, iluminado día y noche, improvisada fábrica de producción de droga. Son huérfanos vietnamitas. Lo sorprendente: sucede en Gran Bretaña uan Nguyen no es Oliver Twist pero su peripecia parece nacida de la pluma de Charles Dickens. En agosto, la policía echó abajo la puerta de una casita con jardín en un suburbio de Manchester y se dio de bruces con él, único jardinero fiel de lo que resultó ser una fábrica de cannabis.


La penuria en la que vivía Tuan no tiene nada que envidiar a la de los diminutos antihéroes de las buhardillas dickensianas, pero aquí no se hacinaban niños, sino una auténtica amazonia de plantas de marihuana, que invadían cada una de las habitaciones de los dos pisos de la casa, incluidos los baños y la cocina. Tuan – entre 11 y 14 años – tenía un colchón en una esquina, pero apenas dormía, con el sueño trastornado por el calor húmedo, los vapores del cannabis y la exposición perpetua a los faros halógenos con los que se acelera el crecimiento de las plantas.


Los vecinos no habían notado nada. La casa había sido alquilada a mediados de julio, pero desde fuera no se apreciaba mucho movimiento. «Una mujer se presentó diciendo que se llamaba Amy. La vimos con otro hombre durante algunos días, pero nunca reparamos en ningún niño», decía un lugareño, como quien trata de excusarse por no haber descubierto lo evidente.


Apenas fue encontrado, a Tuan – que casi no sabe inglés – le recogieron transitoriamente los servicios sociales en un centro de menores de Eccles, pero el 9 de septiembre desapareció y nadie lo ha vuelto a ver. La policía teme que la mafia para la que trabajaba haya organizado su fuga. Probablemente, ya trabaja en alguna otra granja clandestina de Manchester o cualquier otra ciudad del Reino Unido. «Tuan es un chico joven en un país extraño y no domina el idioma. No sabemos si tiene aquí familia o amigos y estamos realmente preocupados por su paradero», afirman los servicios sociales.


Las fábricas de cannabis no son un fenómeno extraño en el Reino Unido. Desde hace unos años se ha disparado este modelo de producción, que comenzó en Canadá y en Australia en los años 90 y que ahora se propaga por Europa. «Las razones son sencillas», dice Christine Beddoe, de la ONG ECPAT, «ofrece la posibilidad a las mafias de conseguir el máximo beneficio con el mínimo riesgo. Si la policía toma una fábrica, los ingresos apenas se resienten… Es una forma de diversificar las inversiones».


Tal vez ésa sea la razón por la que se ha disparado el consumo de cannabis cultivado y producido en el Reino Unido. En sólo cinco años, ha pasado de ser el 11% a rozar el 60% de lo que se consume en el país, según datos de la ONG Drugslope, que cada año examina las tendencias en el mercado británico de las drogas.


Estas fábricas son patrimonio casi exclusivo de las mafias vietnamitas y se hallan desperdigadas por toda la isla. Desde abril de 2005, la policía ha descubierto más de 300 sólo en el área metropolitana de Londres, pero el fenómeno – que empezó en la capital y en las afueras de Manchester – se ha extendido como la pólvora por pueblecitos y ciudades de provincias, dificultando el acoso policial.


Los agentes llegan en ocasiones a las fábricas por las facturas – no siempre pagadas – de la luz, que reflejan inusitados picos de consumo. Otras veces, por un chivatazo de los vecinos, atraídos por idas y venidas extemporáneas o por el hedor entre húmedo y mareante que supura la madera de las puertas. Hubo una vez en que fue un ratero quien se topó con la plantación cuando una noche forzó la puerta de una casa.


Así las cosas, y para evitar las suspicacias del vecindario, han empezado a recurrir a niños como Tuan, que pernoctan y malcomen dentro de las casas mientras cuidan día y noche la plantación. Normalmente, estos chiquillos – de edades entre los 11 y los 17 años – apenas tienen un colchón, un orinal y una bombona de cámping – gas para cocinar. Uno de ellos dormía dentro de un armario de cocina.


¿Por qué menores? «Es fácil», explica Martin Barnes, responsable de Drugslope, «son seres muy vulnerables en un entorno hostil, fáciles de controlar por los capos».


Las condiciones en las que viven son tan insanas como peligrosas. «Están expuestos a vapores cuya inhalación es gravemente dañina, sin olvidar el riesgo de incendios y electrocución en unas casas tomadas literalmente por lámparas y cables», recuerda Beddoe. La exposición continua a la luz es especialmente peligrosa para la salud mental de los muchachos: «Puede provocar ansiedad, angustia y trastornos del sueño. No hay que olvidar que es una de las torturas que usan las policías en los países totalitarios…». Por si fuera poco, el cannabis que se cultiva en las casas es skunk, variedad especialmente peligrosa por los altos niveles de productos químicos que presenta.


PROSPERAS PLANTACIONES


La peripecia de Tuan Ngoyen es similar a la de muchos otros niños. El informe anual del Ministerio del Interior británico cifra en 330 los casos de explotación infantil en el Reino Unido el año pasado. De ellos, algo más de una decena procede de fábricas de cannabis. Sin embargo, trabajadores sociales y ONG insisten en que se trata de un fenómeno más extendido de lo que parece a primera vista. No les falta razón. El asunto apenas ha visitado los platós de las grandes cadenas o las primeras páginas de los periódicos nacionales, pero basta una búsqueda rápida en Internet para comprobar que la prensa regional británica está llena de historias de casas corrientes convertidas de la noche a la mañana en prósperas plantaciones de cannabis. Newcastle, Sheffield, Southampton… La lista de ciudades donde se han hallado es interminable. La apariencia, casi siempre la misma.


En parte, es el resultado del súbito interés de la policía, que el año pasado lanzó la operación Keymer contra las redes de producción de cannabis en el Reino Unido. Cientos de redadas más tarde, da la impresión de que la policía intenta atrapar arena con las manos. Cada vez hay más fábricas clandestinas.


«La policía sabe desde hace años lo que está ocurriendo», asegura Christine Beddoe, «pero hasta ahora no han tomado conciencia de que los chicos que cuidan las plantas son las víctimas y no los verdugos de la historia». Y eso, a pesar de que tanto la Fiscalía como Interior han dado órdenes de que los menores involucrados en este tipo de negocios no sean perseguidos.


Ha sucedido, por ejemplo, con Mo Thi Hoang, una vietnamita de 14 años que trabajaba en una granja de cannabis en los alrededores de Southampton y que, según la ONG Drugslope, se halla actualmente en prisión preventiva y esperando juicio. El delito del que se le acusa podría acarrearle hasta 14 años de cárcel. También con un vietnamita condenado en Bristol a 15 meses por regar, alimentar y cosechar unas 200 plantas en una casa donde dormía en el suelo de la cocina.


De todas formas, hay síntomas de que el viento está empezando a cambiar también en este aspecto. En julio hubo un juez – Christopher Mitchell – que se negó a condenar a un niño de 16 años que cuidaba una plantación en Basildon (Essex) porque consideró que era una víctima de «una forma moderna de esclavitud». En realidad, lo hizo casi por casualidad, tras leer un artículo de periódico que hablaba de la penuria de los vietnamitas en las granjas de cannabis.


El propio caso de Tuan Ngoyen es la prueba de la nueva actitud de las autoridades, que por primera vez han difundido la fotografía de uno de estos esclavos para tratar de dar con él y rescatarle de las mafias. «En cierto modo, es una victoria», dice Christine Beddoe, «hace unos años le habrían metido en la cárcel. Hoy ponen carteles para encontrarlo».


En realidad, la cosa no es tan fácil como parece. Sean o no imputados por el cultivo de cannabis, estos menores son casi siempre culpables de un delito de residencia ilegal en el Reino Unido, lo que les convierte en carne de expulsión a sus países de origen. Es prácticamente imposible conseguirles asilo y muchos de ellos vuelven enseguida al redil de los capos de las mafias, a los que les une una supuesta eterna deuda de gratitud que les acompañará mientras vivan.


Las mafias vietnamitas captan a los niños casi siempre en Vietnam del Norte. El caso de Tuan es paradigmático. Huérfano de padre y madre, fue acogido por una señora mayor. A su muerte, se convirtió en un niño de la calle. Fue entonces cuando fue reclutado para ir al Reino Unido, rumbo al floreciente negocio del cannabis vietnamita.


El viaje a Europa ronda casi siempre los tres meses e incluye un recorrido en autobús por las carreteras secundarias de China, el traqueteo interminable del Transiberiano de Vladivostok a Moscú y una azarosa entrada en Europa que, a menudo, incluye hazañas como ir dentro del maletero de un coche o colgarse de forma suicida en los bajos de un camión cisterna.


Cuando finalmente ponen pie en Occidente, no les espera un horizonte mucho más halagüeño. Algunos entran directamente a trabajar en las fábricas de cannabis. Otros se meten en la prostitución o en negocios legales como lavanderías y restaurantes. Cuando la policía les coge y quedan en libertad, nadie vuelve a saber nada de ellos. «Hubo un caso escalofriante», recuerda Christine Beddoe, «uno de los niños les dijo a sus jefes que quería volver a su país porque echaba de menos a sus amigos, éstos le llevaron a Vietnam, le siguieron y volvieron al Reino Unido con nuevas víctimas para el negocio». Hubo otro de un chico de 15 años que desapareció mientras los servicios sociales le estaban buscando un intérprete.


Las autoridades conocen perfectamente la magnitud del problema, pero las ONG denuncian falta de voluntad política para abordarlo. Martin Barnes, responsable de Drugslope, es meridiano: «Estamos cansados de presentar informes ante el Gobierno, ante el Parlamento y que nadie se lo tome en serio». La Asociación de Jefes de Policía comparte el mismo punto de vista e instó el año pasado a desarrollar una conciencia de la explotación de menores en el cultivo del cannabis en el Reino Unido. Una victoria simbólica para las ONG, que luchan desde hace años precisamente por ese objetivo.


12 MESES SOLLOZANDO


La solución pasa por centros de acogida donde los menores puedan reponerse y aportar pistas para desarticular a las mafias que los explotan. Centros que deben contar con intérpretes que sepan vietnamita y eviten dramas como el de una chica de 17 años, que, no hace mucho, pasó 12 meses sollozando en una institución y sin cruzar una palabra con los educadores. De todas formas, estos centros apenas existen y no pueden hacerse cargo de los niños más allá de los primeros días. El propio Gobierno reconoce en un informe oficial que «hay una ausencia de entendimiento, capacidad, recursos, voluntad y calidad en relación a los procedimientos y responsabilidades de las instituciones en este asunto».


Hay quien asegura que este tipo de explotación se esfumaría si las autoridades legalizaran las drogas. El comisario jefe de Gales, Richard Brunstrom, ha rescatado el debate esta semana haciendo un llamamiento al fin de la prohibición de todas las sustancias, incluidas la heroína y la cocaína. «Si la política en este asunto es en el futuro más pragmática y menos moralista, más conducida por la ética que por el dogma, entonces el prohibicionismo actual tendrá que terminar porque es inoperante e inmoral y será reemplazado por un sistema unificado basado en la experiencia del tabaco y el alcohol y en la minimización de los peligros para la sociedad».


Un escenario de legalización es impensable en el Reino Unido. Menos aún ahora, con la llegada al poder del puritano Gordon Brown, que quiere restaurar la catalogación del cannabis como droga dura, revocar la posibilidad de los pubs de abrir 24 horas y hacer una campaña contra el alcoholismo juvenil entre los británicos.


De todas formas, las ONG que trabajan en este campo tampoco son partidarias de un escenario más abierto. «Nosotros no creemos que la legalización fuese a arreglar el problema de la explotación», dice Martin Barnes, de Drugslope: «Si el cannabis estuviese disponible en las farmacias o en los estancos, la gente seguiría intentando venderlo más barato en cualquier esquina».


Entretanto, siguen apareciendo fábricas de cannabis en todo el Reino Unido. El ritmo, según las últimas estadísticas, es de tres redadas diarias, pero las plantaciones brotan como cabezas de hidra de Manchester a Dorset, de Plymouth a Hertfordshire, en una sucesión imposible de atajar. En cada una de ellas hay alguien como Tuan, maldurmiendo, malcomiendo, cuidando más de las plantas que de sí mismo, convertido en el Oliver Twist del siglo XXI.

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