Las premisas del debate del velo

El Periodico, JOSEP ANTONI Duran Lleida*, 20-10-2007

Desde hace unos días, la posibilidad del uso o no del velo islámico en los colegios genera un amplio debate que va mucho más allá del caso concreto vivido en la escuela pública Annexa –
Joan Puigbert de Girona. En este contexto, unas declaraciones mías solicitando una regulación clara de la cuestión han sido motivo suficiente para recibir más descalificaciones que razonamientos. El pasado día 9, el señor Abdennur Prado, presidente de la Junta Islàmica Catalana, cargaba sin ambages contra mi persona en estas páginas. Otros, invocando el nombre de la multiculturalidad, y con un descarado reduccionismo, también se han sumado tan contentos al debate.
A pesar de empezar recibiendo estas descalificaciones que aportan bien poca cosa, bienvenidas sean si todo esto nos permite avanzar hacia un debate serio y bastante más constructivo que el que se ha llevado a cabo hasta ahora. Creo que en el asunto del velo se mezclan argumentos diversos, algunos de ellos de un peso aplastante. La libertad religiosa tiene que ser respetada, el derecho de los padres a decidir la formación de sus hijos es, sin duda, de una importancia fundamental: nadie está obligado a renunciar a su cultura. En esto no creo que discrepe ni un ápice de lo que dice opinar, por ejemplo, el señor Prado.

EL PROBLEMA radica en definir exactamente las premisas del debate. No podemos empezar a debatir nada si no sabemos con qué criterios tenemos que hacerlo. Mi opinión es que cualquier debate sobre la libertad religiosa o la pluralidad cultural tiene que hacerse situándolo siempre en el marco del respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Las libertades democráticas no son las reglas propias de ningún club cristiano ni de ninguna sociedad occidental, sino conquistas de la humanidad, avances irrenunciables por los que muchas personas han muerto y se han sacrificado de manera heroica. La Declaración Universal de los Derechos Humanos no puede ser mediatizada por ninguna costumbre ni por nin – gún afán disfrazado de respeto multicultural. Las consecuencias de las costumbres e incluso de las manifestaciones públicas religiosas nunca pueden suponer una violación de estos derechos. En esto, el señor Prado y yo también estaríamos de acuerdo, y si él no está de acuerdo conmigo, yo no puedo estar de acuerdo con él.
Ello significa que el uso del velo, por sí mismo, no posee ningún elemento que no merezca el mayor respeto. En cambio, no sería legítimo si obedeciera a una práctica que lo impusiera por razón de la supeditación de la mujer al hombre. En asuntos del propio velo, san Pablo, en su primera Carta a los Corintios, afirma que la mujer tiene que cubrirse el pelo, así como su sumisión al hombre. Un velo islámico o cristiano que se fundamente en esta argumentación propia de épocas y de mentalidades que ya hemos dejado atrás topa frontalmente con el principio aún más importante de la plena igualdad entre todas las personas, sin distinción de sexo, raza o creencias.
Tampoco la invocación de la “multiculturalidad” o el derecho a mantener la propia cultura están por encima del respeto a los derechos y a las libertades fundamentales. Se ha dicho muchas veces que todas las culturas son valiosas, pero ni la evolución ni los avances en materia de derechos humanos pueden verse recortados ni hipotecados por ningún multiculturalismo acrítico. Si fuese así, los derechos afectados no serían ni universales ni fundamentales. El debate no debe ser tanto si puede o no llevar un velo como síntoma y garantía del pluralismo religioso, sino si tras él existe imposición o libertad. El velo ¿es una libre opción o una consecuencia de la sumisión de la mujer al hombre de la cultura del islam&63; En el primer caso, sería un debate que afectaría por igual al velo o a cualquier otro signo visible y ostentoso de otra religión. En el segundo caso, no es un debate religioso, sino mucho más complejo.

SI ES, POR tanto, exclusivamente religioso, nada que decir. Si va más allá, quiero añadir alguna reflexión más. Los derechos fundamentales de la persona no habitan solo en el teórico mundo de la abstracción académica, sino que se materializan en sociedades concretas. Giovanni Sartori, en un par de libros sobre el pluralismo, multiculturalismo e inmigración extranjera, habla con claridad del multiculturalismo, y yo comparto su posición. El multiculturalismo no busca una integración diferenciada, sino una diferenciación multiétnica. No todas las culturas merecen respeto ni todas tienen el mismo valor. Atribuirles a todas el mismo valor es adoptar un relativismo que destruye la noción misma del valor: si todo vale, nada vale: el valor pierde todo valor. Nuestra cultura se fundamenta en el respeto a los derechos de la persona, en su dignidad, de la mujer y del hombre, y estos son valores superiores a cualquier otro.
Mantengo mi respeto por todo el mundo, incluso cuando, en una entrevista en este mismo periódico el pasado 3 de octubre, le preguntan al padre de Shaima, Belkasen Saidani, si apoyaría la posibilidad de que la niña se quitara el velo a los 18 años, ya que el islam no obliga a ello, y él responde: “No, y mi mujer tampoco. A partir de los 16 años, las chicas tienen que llevarlo”. ¿Estamos, pues, ante un debate de valores culturales más que de pluralismo religioso&63; Si este fuese el caso, hay que debatirlo a fondo. Es más, creo que hay que hacerlo antes de que la sociedad empiece a dividirse.
Presidente del Comité de Gobierno de UDC y secretario general de CiU.

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