La mujer puede ser tan inteligente como un negro

Público, por manolosaco , 18-10-2007

James Watson era uno de mis héroes, en mis lecturas de literatura científica. Había recibido con su colega Francis Crick el premio Nobel, por sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos, y aquella representación tan bonita de la doble hélice del ADN, que hasta yo logré entender, me hizo sentir que los de letras no somos gente tan obtusa como nos cuelga la leyenda. En un mundo lleno de religiones y curas que las administran, yo había mitificado a los científicos por suponer que no se fiaban de ni dios, artesanos de la razón y el análisis, que los utilizan como instrumentos para el estudio de la naturaleza.
Watson ha entrado como elefante en mi cacharrería de los mitos, y me los ha hecho añicos. He leído que anda diciendo cosas por ahí de mi mujer y de los negros que le adscriben más a los hombres de fe que a los de ciencia, y no sé si ello es debido a una merma en la calidad de sus neuronas envejecidas o a que ha caído víctima de sus prejuicios. Allá él, pero le aconsejo que, si se encuentra con mi señora de frente, se cambie de acera.
Hace tiempo que la comunidad científica se escandalizó por unas declaraciones suyas en las que ponía en duda que la inteligencia de la mujer tuviese la misma calidad que la del hombre. Y ahora, más explícito, en unas declaraciones al The Sunday Times no ha dudado en asegurar que los negros son menos inteligentes que los blancos, lo que explicaría el retraso de los países donde son mayoría.
Dice no tener pruebas aún, por lo que toda esta línea de pensamiento, salida de la boca de un premio Nobel, cobra un tinte aterrador. Es la auctoritas quien habla, como cuando el Papa dice que tocarse es pecado, como cuando sus antecesores condenaban a la hoguera a quien pusiese en duda que el sol giraba en torno a la Tierra, como cuando Bush asegura que la teoría creacionista tiene más visos de realidad que la de la evolución de las especies.
Así que mucho cuidado. Porque las consecuencias de que un premio Nobel abandone la experimentación y se eche en brazos de los prejuicios pueden ser más devastadoras que dejar que el Santo Oficio dicte las asignaturas que deberán estudiar nuestros hijos en el bachillerato. Al menos a las religiones se les ve venir.

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