Como las demás

El Periodico, SIETE X SIETE // ROSA CULLELL, 09-10-2007

ROSA CULLELL

Sobreviví en cinco colegios. A la madre portera del segundo, muy distinto de mi escuela de provincias, había que llamarla germana. Por las mañanas me daba la bienvenida y elogiaba mi peinado, una coleta estirada con litros de colonia fresca. Las niñas, que llevaban falda escocesa y melena al viento, se sentaban con sus parejas de toda la vida frente a unas mesas que no parecían pupitres. En el patio no saltaban a la comba. Volaban sobre unas extrañas gomas negras, mientras cantaban que Don Melitón tenía tres gatos. Durante los recreos, como nadie me hacía puñetero caso, aprovechaba para memorizar la canción y prepararme para un futuro mejor. Casi me había hecho a la soledad de los raros, cuando me preguntaron si me gustaba el cole. “Los pupitres eran mejores en el antiguo, pero el uniforme es muy bonico”, contesté. La carcajada rebotó en la pizarra. En casa se interesaban por mis amigas. “Bien. No me han pegado”, resumía. Pero decidí ser igual que las demás. Me solté la coleta, sujeté la melena con una cinta, sustituí los calcetines cortos por unos hasta la rodilla y abandoné el ico. Dio resultado. Jugábamos a la viudita del conde Laurel, cuando la rubia de la clase se me plantó delante y dijo: “Escojo a esta niña por ser la más bella y pura doncella que adorna el jar- dín”. Estaba dentro.
Tras una larga experiencia en supervivencia escolar, creo que lo que necesita cualquier niño al llegar a un nuevo lugar es entrar en el corro, hacer amigos y ser uno de tantos. A Shaima, ese pañuelo decidido por sus mayores la dejará fuera. Cuando crezca, que se ponga gorra o hiyab. Ahora toca jugar, aprender y hacer gimnasia. Como las demás.

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