DIARIO LIBRE
Talento venezolano se refugia en el sur de La Florida
El Mundo, , 06-10-2007Un buen puñado de directores de orquesta, compositores, gente del teatro, del ballet y del espectáculo de Venezuela se abren camino en el mundo competitivo de los escenarios de Miami
Martes
Visas para el talento
Es una realidad. Nadie puede (ni quiere) ocultar ahora la presencia en el sur de la Florida de centenares de artistas de Venezuela que se han refugiado allí en los últimos años, mientras Hugo Chávez, con un sombrero de charro y su camisa roja, canta en televisión El rey, de José Alfredo Jiménez.
Ha sido una invasión silenciosa. Un camino que puede comenzar en cualquier punto del país sudamericano, pero termina casi siempre en una zona definida de Miami, El Doral, al oeste del aeropuerto internacional. Esa es la parte de la geografía que ya todo el mundo identifica como territorio venezolano. Como es Sweet Water de los nicaragüenses y Healeah de los cubanos.
Llegan sin grandes coberturas de prensa y con discretos (o ningún) discurso político. Y comienzan a hacerse su espacio, a buscar un sitio para trabajar y decir lo suyo con libertad.
Son compositores, actores, cantantes, empresarios del espectáculo, educadores y directores de orquesta. Un riguroso artículo del periodista Casto Ocando dibuja esta semana el panorama de la participación de los venezolanos en la vida cultural de Miami y escribe: «Un numeroso grupo de profesionales, muchos de ellos con una discreta vida en el sur de La Florida, están considerados entre los mejores de su categoría en el competitivo mundo del espectáculo y las artes escénicas. En disciplinas tan diversas como la música académica, el ballet clásico y la producción de música popular».
Uno de los ejemplos que presenta el comunicador venezolano es el del compositor y director caraqueño Eduardo Marturet, que dirigió durante 14 años la Sinfónica de Berlín y dirige, desde 2005, la de Miami.
Ocando recordó también que la obra Visa para un sueño, de Raúl González, llevó al Teatro Miracle, de Coral Gables, en dos temporadas, a unos 21.000 espectadores, un récord de público en la región.
En la comunidad de El Doral, funcionan dos escuelas de música clásica, una orquesta sinfónica juvenil y se ofrecen cursos de ballet y de actuación para niños y jóvenes.
Un artista del hip hop que firma como Dax dice, en el reportaje, que la situación de su país ha llenado Miami de refugiados venezolanos y que esa circunstancia ha provocado una gran familiaridad. «Mis amigos son mis hermanos y así nos ayudamos», dijo.
Venezuela se hace sentir en todos los dominios de la vida. Funcionan con normalidad gran cantidad de restaurantes, empresas, despachos de abogados y centenares de establecimientos comerciales y de servicios. Hay también emisoras de radio y estudios de televisión.
Aunque no se conocen cifras oficiales, algunas instituciones y especialistas en el tema calculan en más de 200.000 los venezolanos residentes en el sur de La Florida.
Además de El Doral, los sudamericanos se han hecho fuertes en la ciudad de Weston, a unos 60 kilómetros al norte de Miami. Y a la comunidad hispana la conocen con este montaje bilingüe: Westonzuela.
Los amigos de Maracaibo, Valencia, Caracas, Barinas o Mérida que te reencuentras en Miami después de la aventura del exilio suelen convidarte a beber unas polarcitas (cervezas) con unos pasapalos (tapas) y unas arepas en el restaurante que lleva el nombre de Caballo Viejo, la canción que es el himno sentimental venezolano, escrita por el maestro Simón Díaz. La barra del Caballo Viejo está abierta en la calle 40 de Westchester, en el condado de Dade. Dentro, uno llega a creerse que ha vuelto a Venezuela.
Jueves
Hombre de paso
Por aquí anda, con una maleta llena de libros y revistas y una cámara fotográfica. Ha regresado a España después de muchos años, y lo primero que hizo fue retratar a Juan Gelman, el poeta argentino, quien paseaba solitario por la Puerta del Sol. Después se fue a comer con Luis Antonio de Villena y Luis Muñoz, y a darle un abrazo a José Manuel Caballero Bonald.
Es Harold Alvarado Tenorio, el escritor y periodista colombiano, que realiza un viaje a su pasado con la esperanza de verse tan joven como cuando estudiaba letras en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró con una tesis sobre Jorge Luis Borges. Se propone, además, que Angel González lo reciba y lo escuche hasta el amanecer, y quiere que la excursión le sea propicia para adivinar en la ciudad el recuerdo del poeta Jaime Gil de Biedma.
Trajo el número 33 de la revista que dirige: Arquitrave. La publicación comienza con un homenaje al poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar (Pueblorrico, Colombia, 1932) y termina con una nota sobre la vida y la obra de Paco Umbral.
Alvarado nació en Buga, en 1945, y pertenece a la llamada generación desencantada. Junto a la revista, viene un libro suyo, Ultraje. Una selección de los poemas que escribió entre 1965 y 2005.
Traductor y ensayista, Alvarado publicó en 1980 la antología Cinco poetas españoles de la Generación del Cincuenta y estudios críticos sobre la poesía de T. S. Elliot y de Kavafis. Summa del cuerpo, Poemas chinos de amor y Fragmentos y despojos son algunos de sus libros más conocidos.
Es un poeta sensual, explosivo, provocador. Alguien que odia la violencia física, se confiesa seguidor de Buda, entrenó a un perro para que se alimentara de relojes y se hace retratar con un gato que se llama Borges. Al mismo tiempo, jura en público que no sabe quién es Harold Alvarado Tenorio.
Muchos críticos aseguran que su poesía tiene sus soportes más leales en el placer. Y que él usa ese placer como arma para reaccionar contra las represiones que imponen la sociedad y el Estado.
El poeta responde: «El placer ha sido siempre subversivo, pero es un camino de doble vía. Luchamos por el placer pero si caemos en su trampa seremos de nuevo sus víctimas. Todo es una vana ilusión, una mentira. Lo único cierto es que debemos luchar por ofrecer alguna luz a los que nada tienen».
Viernes
Leer en el ‘livin run’
Para ser, en estos tiempos, un profesional competente en el sector de la salud en ciertas zonas de Estados Unidos, hay que hablar español. Así lo exigen las autoridades, y eso se debe, desde luego, a que en aquel país viven en la actualidad 42 millones de seres humanos que se expresan en esa lengua.
Es una presencia creciente, una penetración con sordina y, de todas formas, polémica por los métodos que usa alguna gente del sur para llegar a esa nación. Ese desfile que no cesa ensancha también las puertas de un mercado: el de los bienes culturales. Hablo, en particular, del que tiene que ver con la publicación, la distribución y la venta de libros.
Creo que, por encima de los intereses financieros, las instituciones culturales de Hispanoamérica y de España, así como el universo académico norteamericano, tienen un extenso y difícil campo de trabajo en ese dominio. Se necesitan políticas editoriales coherentes para enriquecer espiritualmente a esos millones de personas. Para preservar las esencias de la lengua castellana en medio del delirio de las variantes del idioma que se usan allá y para comprender y asimilar la fuerza que gana todos los días la literatura en espanglish.
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