A propósito del apartheid
La Vanguardia, , 02-10-2007Miquel Molina
La exposición del CCCB utiliza el racismo blanco de Sudáfrica para advertirnos sobre otras xenofobias
Como su propio título indica, la exposición del Centre de Cultura Contemporània (CCCB) Apartheid, el espejo sudafricano se sirve de una detallada descripción de las miserias del régimen racista de Pretoria para situar hábilmente al visitante frente a las formas de exclusión, más o menos sutiles, que se practican en su entorno más próximo. Tal vez por ello, conmueven, incluso más que las fotos del sometimiento sufrido por los negros sudafricanos, los murales que enumeran una tragedia que nos resulta mucho más cercana: la muerte de 8.855 personas en su intento de alcanzar las costas de Europa.
Los profesores que comulguen con las conclusiones del estudio del CSIC que describe cómo en las aulas se practican actitudes xenófobas camufladas tienen en esta exposición una buena herramienta en que apoyarse. El racismo se manifiesta entre los niños de una forma menos evidente. Hay que buscarlo en ese menosprecio hacia el que está hablando, en las miradas displicentes, en el no querer sentarse al lado del otro, actitudes que citaba un profesor el domingo en este diario. En este sentido, la exposición nos dice que, más allá de la prohibición de que los negros compartieran espacio público con los sudafricanos blancos, han existido y existen formas de racismo mucho más sutiles. Y maneras muy eficaces de no combatirlo.
Porque, recorriendo la exposición, asalta la duda de hasta qué punto el apoyo a la causa de Mandela y los suyos, con toda su parafernalia rockera y festivalera, se convirtió en realidad en la coartada involuntaria para no acabar identificando el enemigo racista en ninguna parte que no fuera en la denostada Sudáfrica gobernada por los blancos. Así, la música que nos acompaña por las salas, con su potencial evocador, nos traslada hasta los macroconciertos solidarios de los 80 y los 90, donde las apelaciones a ritmo de reggae a la liberación del líder del Congreso Nacional Africano nos reconciliaban a menudo con nuestra propia conciencia, permitiéndonos lucir en la solapa el salvoconducto de antirracistas. O la pintura deliciosamente panfletaria de Willie Bester o Keith Dietrich, capaz, aún hoy, de contagiar al espectador aquel espíritu grafitero que alentaba la revuelta global contra los sátrapas del mundo. Capaz de transmitirnos un estado de ánimo que, eso sí, no era entonces incompatible con la desconfianza hacia aquellos vecinos nada glamourosos que, llegados desde los arrabales de la opulencia, empezaban a poblar nuestros barrios.
Los jóvenes ahogados en la patera no siempre reciben homenajes, pero su muerte figura ahora en un mural del CCCB similar a los que levantaron ciudades de media Europa en recuerdo de sus hijos fallecidos en las guerras. Para cerrar este artículo, elegimos al azar al joven maliense, sin nombre conocido, que apareció ahogado el 21 de agosto de 2004, en Los Pajaritos, tras naufragar junto a Fuerteventura.
mmolina@lavanguardia.es
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