Política en blanco y negro

El Universo, Paul Krugman |, 01-10-2007

Días atrás hubo una gran marcha en Jena, Louisiana, en protesta por el trato duro e injusto que se le había dado a seis estudiantes negros detenidos por haberle dado una golpiza a un compañero de clase blanco. Al principio se los acusó de tentativa de asesinato en segundo grado a los estudiantes que supuestamente protagonizaron la golpiza, y uno de los seis de Jena sigue en la cárcel, a pesar de que los tribunales de apelaciones anularon su sentencia bajo el argumento de que fue juzgado como adulto en forma inapropiada. Al mismo tiempo se suspendió tres días a los estudiantes que les advirtieron a los negros que no se sienten bajo un árbol “blanco”.

Muchas crónicas de prensa sobre la marcha tienen un tono de asombro. Escenas como las de Jena, parecían de los años sesenta y no del siglo XXI. El titular del artículo en el New York Times, ‘Protesta en el caso de Louisiana recuerda la era de los derechos civiles’, fue bastante típico.

Sin embargo, la realidad es que las cosas no han cambiado tanto como piensa la gente. Las tensiones raciales, en especial en el sur, nunca desaparecieron; no han dejado de ser importantes. Y la raza sigue siendo uno de los factores de definición en la política moderna estadounidense.

Considérese la votación en las elecciones legislativas del año pasado. Los republicanos, como lo reconoció el presidente Bush, recibieron una “paliza” porque casi todos los grupos demográficos importantes les dieron la espalda. La única gran excepción fueron los blancos sureños, 62 por ciento de los cuales votó por los republicanos en las contiendas por la Cámara de Representantes.

Y sí, la singularidad blanca sureña se trata de razas, mucho más que de valores morales, religión, apoyo al ejército o cualquier otra explicación que en ocasiones se proporciona. Hay muchísima literatura estadística sobre el tema, cuyas conclusiones las resume el politólogo Thomas F. Schaller: “A pesar de los mejores esfuerzos de los republicanos encargados de las relaciones públicas por presentar al conservadurismo estadounidense como un fenómeno no racista, el impacto partidista en las actitudes raciales en el sur es más fuerte hoy en día que en el pasado”.

Los políticos republicanos comprenden bastante bien que el éxito nacional de su partido desde los años setenta se debe sobre todo al giro político de los blancos sureños. Desde los días de Gerald Ford, casi todas las campañas presidenciales republicanas han incluido algún gesto simbólico de aprobación hacia cualquier buen racismo al estilo antiguo.

Ronald Reagan, que empezó su carrera política haciendo proselitismo contra la Ley de vivienda digna de California, inició su campaña de 1980 con un discurso en el que apoyaba el derecho de los estados y que lo pronunció justo en las afueras de Filadelfia, Mississippi, donde habían sido asesinados tres activistas de los derechos civiles. En el 2000, George Bush hizo un peregrinaje a la Universidad Bob Jones, famosa en ese entonces por prohibir los encuentros interraciales. Y los cuatro candidatos republicanos más importantes para la nominación del 2008 rechazaron una invitación para un debate sobre temas de las minorías programado para su transmisión esta semana.

No obstante, si los manifestantes de Jena nos recordaron que Estados Unidos aún no se ha purgado del legado ponzoñoso de la esclavitud, sería incorrecto creer que el país no ha progresado. Aun cuando no ha desaparecido el racismo, sí ha disminuido enormemente: tanto las encuestas de opinión como la experiencia cotidiana indican que realmente nos estamos convirtiendo en una sociedad abierta, más tolerante.

Así que el cinismo de la “estrategia sureña” introducido por Richard Nixon, que proporcionó décadas de victorias políticas a los republicanos, ahora empieza a parecer una trampa para el Partido Republicano.

Una de las características más notables en la contienda por la nominación republicana es la forma en que sus protagonistas han desairado no solo a los negros sino también los hispanos. En julio, los principales aspirantes rechazaron invitaciones para dirigirse al Consejo Nacional de la Raza, algo que Bush sí hizo en el 2000. Univisión, la cadena de televisión en español, tuvo que cancelar un debate programado para el 16 de septiembre porque solo John McCain estaba dispuesto a participar.

Esto suena como una buena forma de asegurar la derrota en elecciones futuras porque los hispanos son una fuerza en rápido crecimiento en el electorado.

Sin embargo, para conseguir la nominación republicana un candidato debe ser atractivo para los electores, que son en gran parte blancos sureños que, para empezar, tienen las mismas actitudes racistas hacia los inmigrantes que aquellas que los llevaron al redil republicano. Como resultado, Rudy Giuliani y Mitt Romney, que fueron muy pragmáticos en temas de inmigración cuando gobernaron estados con población diversa, ahora tratan de reinventarse como defensores del Estados Unidos fortaleza.

Tanto los hispanos como los asiáticos, otra fuerza creciente en el electorado, están recibiendo el mensaje. El año pasado votaron abrumadoramente por los demócratas, 69 por ciento y 62 por ciento, respectivamente.

En otras palabras, pareciera que el partido Republicano está a punto de empezar a pagar el precio de su historia de explotación del antagonismo racial. Si eso sucede, será profundamente irónico. Sin embargo, también será justicia poética.

© The New York Times
News Service.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)