Pescadores de sueños
ABC, 01-10-2007TEXTO Y FOTO: CRUZ MORCILLO
ENVIADA ESPECIAL
YOFF (SENEGAL). Son las tres de la tarde y Mamadou Diop se apresura en el patio de la casa de cemento encalada a capricho en la que vive toda la familia. Es Ramadán y sólo comen los niños pequeños. Cinco, diez, veinte; sonrisas sin deshacer que aparecen por cada esquina de la vivienda, modesta, limpia, ordenada. Se acomodan en el suelo de arena entre dos lebrillos metálicos llenos de arroz y mastican en silencio. «Son mis sobrinos y mis vecinos, la gente no está muy sobrada de dinero», nos explica Mamadou.
Sus manos y sus brazos de pescador fueron su pasaporte a España. Lleva más de dos años faenando en La Coruña. Su hijo, al que dejó con seis meses, no le reconoció a la vuelta. Ahora es el sostén de los Diop; cada uno de los seis hermanos con sus hijos ocupa un dormitorio de la casa; su padre, enfermo y gastado, nos desea suerte desde la cama.
El viaje de Mamadou no es el viaje de los cayucos. Él voló con un contrato bajo el brazo y aspira a convertirse en profeta en su Yoff natal. La playa, uno de los enclaves pesqueros con más tradición del país, es un hervidero de voces, colores y actividad; eso sí, al ritmo de África. «Yo explico a mis amigos y conocidos que no vayan a España en piragua, les cuento los peligros, lo que está ocurriendo pero muchos no escuchan. Es muy duro estar aquí. Casi nada vale nada».
Organizadores y pasadores
Convertido en guía por unas horas, estruja una toalla entre sus manos sin dejar de llevársela a los labios. Es Ramadán, aunque en Senegal la religión dista mucho de vivirse con radicalismo y prima la fachada, con toques occidentales llegados al calor de la emigración.
Yoff, a media hora de Dakar, no es un punto de salida de cayucos, pero sí de abastecimiento tanto de piraguas (se alquilan) como de individuos poco escrupulosos. Organizadores y pasadores menudean entre sus cerca de 60.000 habitantes con una promesa de sueño en la boca para quien pague 600 euros. La discreción los oculta a miradas ajenas y preguntas impertinentes. Pero el corro de aspirantes al viaje convocados por Mamadou es incesante, y junto a ellos los que han regresado a la fuerza porque los expulsó el mar o las patrulleras.
«Logramos llegar hasta Marruecos pero la piragua no podía seguir, el viento nos tumbaba. Esperamos un día y todo siguió igual. Decidimos volver, era mejor que morir. No lo intentaré nunca más, seguiré siendo pescador hasta el final», relata Kayaq mientras mordisquea un hilo de pesca. Vestido con el «sabador», su porte imponente contrasta con su tristeza de siglos. Todos callan para escucharlo.
«La mayoría de los que mueren es porque no saben nada del mar. Mi sueño es ir a España y pronto lo haré, cogeré el cayuco en cuanto tenga una oportunidad», tercia Niang. Un corro de muchachos que no superan los veinte años asiente pese a que Mamadou repite que lo mejor es conseguir un visado.
Saca a relucir la palabra mágica. Cada esquina de Yoff y de Dakar y de medio Senegal parece perseguir un visado, de turista para más señas, el salvoconducto para trabajar, para olvidarse del cayuco.
Assane Ba también intentó hacerse con el suyo. No lo consiguió, así que emprendió viaje. Es patrón y no tuvo que pagar; era uno de los responsables de la expedición. Cuenta que pasó hambre, frío, miedo, que al navegar por Mauritania el mar parecía otro mar. Superaron Nuadibú y allí los detuvieron y los repatriaron. Dice que fue su último viaje, que nunca más repetirá y su mirada oscura, como a veces se pone el Atlántico, acompaña las palabras.
Cuando llegan las noticias de la muerte a veces han pasado días, meses de incertidumbre en los que hay tiempo para crear esperanzas y para olvidarlas. Rogera vende pescado en la playa. Su hermano, su suegro y su sobrino embarcaron en el mismo cayuco. El chico murió en la travesía y su cadáver acabó en el mar, pero ella lo supo mucho después. «Ya hemos rezado a Alá por él. Su cuerpo nunca vendrá», rememora al tiempo que el imán empieza a llamar al rezo. Un avión se pierde en el horizonte y los pescadores van llegando a la playa en sus cayucos uno tras otro. Europa está ahí a la vuelta de cuatro horas o de seis días. Tan lejos tan cerca.
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