Regreso con los pies por delante
ABC, 01-10-2007TEXTO Y FOTO: LUIS DE VEGA
CORRESPONSAL
BUIZAKARN (MARRUECOS). Bachir El Mrabat, de 47 años, se enjuga las lágrimas con el turbante negro que le cubre la cabeza. Incrédulo y hundido se cubre el rostro con sus manos morenas de piel curtida. Ya no le quedan mejillas para que el destino le abofetee. La última en la mañana del sábado, cuando le anuncian que el tercero de sus hijos, Mohamed, es uno de los ahogados de la patera que naufragó en una playa de Tenerife el pasado 7 de septiembre. Más de dos semanas ha tardado en enterarse.
El hombre, de profesión hombros encogidos, ha conseguido salir deprisa y corriendo de Sboya, el remoto rincón apartado del mundo por 17 kilómetros de pista donde vive con su mujer y otros ocho hijos. La última Jadiya, de seis meses.
El cuerpo de Mohamed El Mrabat, al igual que el de los otros nueve muertos, resultó deformado por los golpes de las rocas que había a sólo diez metros de la costa de Agüimes, donde encalló la patera. Su foto y la de los otros nueve ahogados, todos retratados en el proceso forense, han llegado a Buizakarn por correo electrónico. Los rostros del horror de estos conocidos ya han echado a más de uno para atrás en su intento de echarse al mar. De los 18 se salvaron ocho, uno de ellos era el patrón, que ya duerme entre rejas.
Buizakarn, de unos 14.000 habitantes y a las puertas del Sahara, dio sepultura ayer a tres de los nueve féretros repatriados desde Canarias a Marruecos en un último e inédito viaje de regreso a casa con los pies por delante. A tres horas del impulso turístico que lanza hacia delante la economía en Agadir, esta región, con centro en Guelmim, es una encrucijada de las reivindicaciones de los bereberes.
La caravana de ambulancias con los féretros entró en la avenida principal a las seis y media de la mañana. Papeleo en la Gendarmería a las siete, una breve oración en la mezquita a las ocho y a las nueve, ya estaban bajo tierra entre murmullos de «Alá es grande».
Muchos de los aproximadamente 150 asistentes hicieron de enterradores y el trago se pasó rápido, plegaria colectiva incluida. Entre los que más se afanó estaba El Mrabat, sin más compañía que su turbante negro empapado en lágrimas. No tiene medios para enterrar a su hijo en Sboya ni para que su familia venga a Buizakarn.
«Permanecemos al margen de las inversiones estatales desde la independencia», se queja Abdalá Badú, presidente de la sección local de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y uno de los líderes del movimiento beberer.
Las familias de los jóvenes fallecidos, casi todas muy numerosas, relatan historias miles de veces repetidas entre los sacudidos por la tragedia de la emigración clandestina. Pobreza, abandono escolar, paro casi sistemático…
Husein Abuah nos abre la puerta de su casa de adobe, donde vivía también su hermano Ahmed, otro de los muertos, compartiendo espacio con su madre, otros cuatro hermanos, gatos y gallinas. «A veces trabajábamos tres días a la semana en el campo por 30 dirhams (2,7 euros) la jornada».
Otros como los Riad, que han perdido a Mbarek, tienen una vivienda más digna con un colmadito en la planta baja. «Me llamó desde Bojador (la playa del Sahara desde la que partieron) antes de embarcar. No pude hacerle volver», explica su hermano Bubakar, uno de los diez que quedan. Mbarek vendía pollos por los zocos, pero pidió un crédito de 10.000 dirhams (unos 900 euros) para pagar la patera que ahora ha de afrontar su familia. Lahucine Bujair le dejó a su hermano Bachir 4.000 dirhams y ahora se lamenta, mientras acaricia la cabeza de su hijo Yasim, de 3 años, que ya pide ir a España. «Espero que algún día lo haga, pero con visado».
(Puede haber caducado)