CENTRO
Las cámaras de la calle de Montera desunen y enfrentan a las prostitutas de la zona
El Mundo, , 30-09-2007MADRID. - El anuncio por parte del Ayuntamiento de Madrid de la posible colocación de 31 cámaras en la calle de Montera y adyacentes con el propósito de aumentar la seguridad y rebajar los elevados índices de delincuencia ha alterado la convivencia de las prostitutas madrileñas de esta zona que va de Sol a Gran Vía.
El aviso de la instalación, seguido de una repercusión mediática que muchas no han entendido, ha provocado que el fino hilo en el que se mantenía la paz en la zona se haya roto.
Donde antes había compañerismo, ahora hay malas caras, y la competencia que siempre ha existido en el negocio aflora ahora en una especie de separación dentro del colectivo, potenciado por un seguidismo claramente racial: como la mayoría no conoce muy bien cómo les va a afectar la videovigilancia, se dejan llevar por sus compañeras de confianza, que por regla general son de su misma nacionalidad. Y resulta que cada grupo tiene una opinión distinta sobre las repercusiones inmediatas de las medidas que puede tomar la Administración.
Así, las prostitutas españolas y sudamericanas se oponen a que se les grabe noche y día, aunque sea para un circuito cerrado. Las mujeres procedentes de países del Este, con las de nacionalidad rumana a la cabeza, aceptan la medida y hasta la apoyan, siempre que el trabajo no se vea resentido. Y las ciudadanas nacidas en el continente africano pasan directamente del tema. No saben, no contestan.
El grupo de prostitutas españolas y sudamericanas que frecuenta la calle de Montera lo tiene claro. Considera que la medida es inconstitucional y viola su derecho a la intimidad. Por esta razón, y con el colectivo Hetaira a la cabeza, anuncia que pondrá el tema en manos de la Justicia.
Mucho menos informado y reivindicativo se encuentra el colectivo de meretrices de países del Este. De las que trabajan en Montera, la mayoría son rumanas y muy jóvenes. Se arreglan mucho y se colocan en zig – zag por los alrededores de los cines Acteón, los antiguos almacenes Arias. Suelen pasarse las horas laborables separadas por una distancia prudencial para que el cliente pueda acceder a ellas sin problemas, pero estos días, cuando forman un corrillo bajo un árbol en los descansos, siempre es para hablar de lo mismo: las cámaras.
Sin importancia
«No vamos a hacer nada. Si dice la gente que es mejor que las pongan, nosotras no vamos a hacer nada», asegura Pitica, al parecer, la prostituta que más trabaja en Montera.
Pequeña de estatura, pero de cabellos rubios, ojos claros y escote sugerente, a Pitica no le hace falta echarse flores. Mientras habla con sus amigas, varios hombres pasan a su lado tan sólo para alabarla. Según dicen las rumanas, esto es habitual con ellas, ya que cada una tiene un mote por su parecido con una famosa. A una la comparan con Najwa Nimri, y, paradójicamente, como si hubiese estudiado el habitual tono de la actriz y cantante, aparece y desaparece hablando con una voz particular. «No me molestan, no me molestan. Yo no tengo ni chulo ni nada, así que las cámaras no me molestan», comenta a gran velocidad mientras la doble de Catherine Zeta – Jones la mira con cara rara, sin articular palabra.
Gio, en cambio, sí habla. Ella dice llamarse María de la Noche, pero cuando dice ese nombre sus amigas se ríen de ella y la llaman por el verdadero. Lleva cinco años en Montera, y aunque su madre intuye cuál es su trabajo, no quiere que la graben porque le han dicho «que luego me pueden ver en internet».
Todas las rumanas dicen desconocer a fondo la noticia, y la mayoría cree que es una estupidez protestar contra la medida. «Somos extranjeras, no nos harían caso y se reirían de nosotras. Además, yo creo que si lo que graban las cámaras sólo lo ven los policías, nos podría venir bien, para que si nos roban sepan quién fue», reflexiona.
También coinciden en otro punto: si los clientes se cohiben y dejan de ir a Montera, ellas cogen el macuto y se largan a otro lado. «Yo he estado en Italia y también en Alemania. Si Montera se cierra, me voy a otro país», puntualiza Pitica.
La tercera parte en discordia, la de las prostitutas africanas, se mantiene en silencio. Sólo alzan la voz para quejarse de que la instalación de las cámaras ha llamado la atención de los medios de comunicación.
Finalmente, la tensión acumulada y la incertidumbre del desconocimiento se ha extendido no sólo por la calle de Montera, sino por todo el futuro recorrido en el que previsiblemente se instalarán las 31 cámaras de seguridad.
La inseguridad y el malestar han provocado que las prostitutas españolas que hacen la calle, por lo general algo talluditas (las jóvenes nacionales son muy demandadas en los clubes de alto standing), ya no oculten su envidia de la chicas del Este, por regla general más juveniles y bellas.
Por su parte, las que nacieron en países no hispanos, ven el momento oportuno para plantarle cara a las rivales que se consideran dueñas de la calle por tener pasaporte español. Y las chicas de color miran con desdén a ambos grupos.
Como la noche del viernes, cuando en una calle cercana a Montera, una norteafricana fue testigo directo de cómo una prostituta española respondía a golpe de botellazo de Coca – Cola Light el insulto de una colega polaca. En el enfrentamiento cayeron anillos, profilácticos y casi algún diente. Finalmente tuvo que intervenir la Policía.
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