El cuarto robo de cable en seis días deja sin teléfono a vecinos de Bergara y Azkoitia

Telefónica restableció ayer la línea en Amezketa y hoy prevé hacerlo en Aia El aumento del precio de los metales dispara los saqueos en infraestructuras

Diario Vasco, ARANTXA ALDAZ, 29-09-2007

SAN SEBASTIÁN. DV. Los ladrones de cobre continúan su particular viaje por Gipuzkoa. El jueves por la noche se desplazaron hasta un punto situado entre Zumarraga y Azkoitia de donde se llevaron 250 metros de cable de telefonía. Es el cuarto hurto con idénticas características en menos de una semana: iniciaron el pillaje en Amezketa, donde la línea de teléfono quedó ayer restablecida tras seis intensos días de reparaciones. Le siguieron dos golpes en Aia (se prevé solucionar hoy la avería) y el de ayer, que ha afectado a cincuenta familias de Bergara y Azkoitia.

Telefónica no ha sido la única damnificada. Con anterioridad los cacos dejaron su huella en Bidania y también en empresas navarras de Betelu, Arano y Latasa. Cualquier lugar es idóneo con tal de que reluzca el metal, convertido en auténtico objeto de deseo de los ladrones. En Abadiño, por ejemplo, el ayuntamiento optó por sellar las tapas del alcantarillado después de que se esfumaran un centenar de cubiertas de la vía pública. El mismo problema han tenido sus homólogos en Londres, Pekín y Shangai. También se ha extremado la precaución en obras, polígonos y otras infraestructuras urbanas que son saqueadas con cada vez más frecuencia.

La fiebre del metal se desató hace tres años, explican fuentes del sector consultadas por este periódico. Los precios de la chatarra se han duplicado y hasta triplicado desde entonces por el incremento de la demanda mundial, especialmente de China, cuyos hornos de fundición no dan abasto.

Pero el problema, claro, es que con los precios al alza también se han disparado los robos en un mercado negro floreciente. El material hurtado se abre camino sin dificultad en pequeñas y medianas chatarrerías que compran los metales de deshecho para luego revenderlos a los hornos de fundición. «Es difícil saber si una chatarra es robada o no», aseguran desde una empresa del sector. Los chatarreros se nutren de proveedores habituales como talleres, carpinterías de aluminio, desguaces e instaladores. También hacen negocio con particulares y es ahí donde surge el problema porque los controles son escasos, prácticamente inexistentes.

Entrar en el juego

«Hay veces – cuentan desde una chatarrería – que si son piezas nuevas o paquetes ya hechos, sospechamos y no lo compramos. Pero si te viene chatarra normal es muy difícil identificarla como robada. También es verdad que el que roba ya se preocupa de maquillarla. Pero a nosotros no nos controla nadie el material que compramos».

El gremio se queja de tener «mala fama» pero no esconde que muchos chatarreros entran en el juego ilegal. «Si roban metal es porque alguien lo compra», responden desde una empresa guipuzcoana.

Héctor (el nombre es ficticio) heredó la empresa familiar que anteriormente gestionaba su padre. Prefiere no especificar su ubicación pues él mismo ya ha sido víctima de varios robos. «Antes no era así. Hace tres años el precio era más bajo y pocos se molestaban en recoger metales. Cuando empezó a subir el precio, la cosa cambió y entraron otros – en alusión a los inmigrantes provenientes del Este – . No son ladrones cualquiera, de los que vemos recogiendo chatarra de los contenedores. Son grupos auténticamente organizados que saquean lo que encuentran sin dejar huella». El último grito entre los cacos es el cobre, que se llega a pagar en el mercado negro a más de 4 euros el kilo. Los precios oscilan en función de la demanda, como en cualquier compra venta. El aluminio, por ejemplo, ha perdido valor durante los últimos tres meses (ahora se vende a un euro el kilo) y el hierro, al parecer, tampoco es lo más rentable. «Demasiado pesado para transportar», apunta Héctor, quien reconoce hacer negocio con los ladrones. «Sé que a veces el material que me traen es robado. Pero el negocio es así. O lo tomas o lo dejas. Y si yo no lo compro sé que el de al lado lo va a hacer. Hace pocas semanas sí rechacé una mercancía. Me vino un señor con una tonelada de lingotes de bronce. No se los cogí porque era evidente que los había robado y podía haber tenido problemas con la acería a la hora de revenderlo», confiesa.

«El ladrón, en casa»

Pilar, que también quiere guardar el anonimato, se pregunta «cómo atajar el problema si el ladrón está en casa». Es la pescadilla que se muerde la cola: «Nos quejamos, pero somos nosotros mismos los que tenemos la solución», afirma. Critican además que «hay poca vigilancia por parte de la Policía». Los robos en chatarrerías son frecuentes, sostienen los propietarios. «Cuando el camionero para en una estación de servicio para tomarse un café tiene que andar con cuidado. También en las empresas. Nosotros hemos tenido que instalar un sistema de seguridad después de varios robos», cuenta.

Héctor no le quita peso al asunto y cree que hay cierta permisividad en un negocio del que subraya su función. «No estamos bien vistos y se nos asocia con los chorizos, pero al fin y al cabo recogemos los metales de deshecho. Alguien lo tiene que hacer». Pilar coincide en lavar la cara a sus compañeros. «Hay empresas como la nuestra con cincuenta años de experiencia que hace una labor importante ya que recuperamos materias primas para su reutilización. En realidad somos recicladores».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)