Ilusión para los inmigrantes

La Vanguardia, , 13-09-2007

JOSEP MARIA PUIGJANER
Como indicaba Vicens Vives hace cincuenta años, es importante que los pueblos se tomen, de vez en cuando, el pulso, escuchen su alma y adquieran conciencia de su consistencia colectiva. Eso es lo que ha venido haciendo con Catalunya, en estos últimos años y con gran acierto, el Institut Català de la Mediterrània. Quiero fijarme aquí en ciertos datos que ofrecía uno de sus últimos estudios.

Desde la óptica estrictamente política, sabemos cuál es la vibración de nuestros sentimientos identitarios: un 42% se siente tan español como catalán, un 27% se siente más catalán que español, y un 16% está sentimentalmente más próximo a España que a Catalunya. Los que se consideran sólo catalanes rondan el 6%, mientras que los que sólo se identifican con España son un 9%. La catalanización de los sentimientos de pertenencia se ha incrementado notablemente en los últimos quince años. A la vista de estos datos, llega uno a la conclusión de que, hasta el día de hoy, la consistencia de la nación catalana aguanta bien los cambios demográficos producidos en ese periodo de tiempo.

Con todo, la enorme presión que la inmigración ejerce sobre Catalunya causa una gran preocupación. Hace escasas semanas Jordi Pujol incidió a fondo en este tema. En su línea habitual de pensamiento esperanzado sobre el país y sus posibilidades de futuro, afirmó que en el caleidoscopio de pueblos, identidades y comunidades nacionales, Catalunya sigue existiendo y manifiesta una visible vitalidad. Añadió que si se preguntara si Catalunya tiene futuro como sociedad diferenciada, la respuesta mayoritaria de la ciudadanía sería positiva. Pujol trató de nuevo – lo lleva en las venas desde siempre- de transmitir la pasión nacional a las gentes de este país. Como receta imprescindible, insistió en la necesidad de que los ciudadanos catalanes tengan ambición e ilusión. Con esos dos sustantivos en la mente y en el corazón, habrá un futuro para Catalunya.

Ambición e ilusión que deberían echar profundas raíces entre los ciudadanos que ya están identificados con esta tierra. Ambición e ilusión que no sólo hay que tener, sino que hay que comunicar a las gentes que han recalado en Catalunya. Me pregunto si hoy es eso posible. Hace cuarenta años sabíamos que integrar a los inmigrantes procedentes de toda España era introducirlos poco a poco en un ambiente civil, en una estructura social, en una tradición cultural, en un ámbito lingüístico, en una red de posibilidades de todo orden. Entonces, quien quiso hacerse catalán no tuvo que saltar barreras infranqueables. Pero hoy el panorama no es el mismo. Estamos ante una inmigración de procedencia extranjera múltiple: magrebíes, subsaharianos, gentes del este de Europa, sudamericanos, etcétera, que presentan una problemática racial, social, cultural y lingüística mucho más difícil de abordar. Es evidente que la escuela y los medios de comunicación en catalán son elementos básicos para la integración, que a la larga darán sus frutos. Además, hay que confiar, hoy también, en que se cumpla en Catalunya aquella afirmación de Walter Schubart, según la cual las fuerzas de la tierra son superiores a las fuerzas de la sangre, y que, por consiguiente, el espíritu de este país llegue a calar hondo en los recién llegados.

El actual Gobierno tripartito debería reflexionar a fondo sobre la inmigración y su repercusión en la vida de la nación catalana. Al Gobierno parece que le basta con gestionar el día a día, pero presenta un encefalograma plano en los temas esenciales de reflexión y prospectiva nacional. En cambio, personalidades políticas tanto de la oposición como del propio Gobierno se preguntan dónde estamos y hacia dónde vamos desde la perspectiva de país, de nación. Todos ellos se percatan de que, como escribía Joan Maragall hace un siglo, un pueblo sólo puede vivir en la medida en que siente dentro de sí un espíritu propio y una misión que realizar.

Esa necesaria reflexión pendiente, en clave de presente y sobre todo de futuro, podría comenzar esta misma semana, después de haber cantado aquello del “Ara és hora, segadors, ara és hora d´estar alerta”, en el Onze de Setembre.

JOSEP MARIA PUIGJANER, escritor y periodista
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