¿Quién, con qué vagas promesas de gobiernos propios o ajenos, va a convencer a los habitantes de países paupérrimos de que no merece la pena arriesgar la vida – ¿qué vida? – ante la posibilidad de mejorarla? El hombre es sólo una esperanza. No hay otro efecto llamada que ella. No hay otra convicción. Los movimientos migratorios han existido siempre y siempre existirán. Mientras las desigualdades sean abismáticas y todo se oponga a su disminución. Si los niños soldados o vendidos como esclavos a otros esclavos no aspiraran a sobrevivir en todos los sentidos, el hombre habría dejado de serlo. Los xenófobos son los que están arriba y se sienten mejor dotados. Ellos serán los culpables de que, llegada la hora, se subviertan la vida y sus valores. No conozco más religión que la fraternidad.