TRIBUNA LIBRE
TRIBUNA LIBRE: El factor subjetivo de la inmigración
El Mundo, , 06-09-2007Es fácil caer en la idea de que el fenómeno migratorio se debe siempre y de modo exclusivo a razones económicas. A poco que se conozca el mundo de la inmigración, es fácil comprobar que si bien la necesidad económica es factor exclusivo y determinante en muchos casos, hay otros muchos en los que el asunto es más complejo. Para un buen número de inmigrantes, el deseo de mejorar su condición económica es una consideración fundamental, pero no exclusiva, a la hora de trasladarse a otro país. Otras consideraciones más subjetivas también tienen su peso a la hora de tomar la trascendental decisión de abandonar su país, y de decidir a qué otro ir.
Junto al deseo de experimentar una mejora en las condiciones materiales de vida, hay importantes factores culturales, sociales, y personales que influyen en tan importante decisión. Un ejemplo obvio es el de los numerosos ciudadanos de la UE que viven y trabajan en España, un grupo más numeroso de lo que generalmente se piensa, pese a que en sus países de origen podrían ganar mejores salarios. El caso de los latinoamericanos ofrece también otro buen ejemplo. La preferencia de muchos por emigrar a España tiene mucho que ver con el hecho de que forman parte de una misma comunidad cultural con nosotros, y hablan nuestra misma lengua. Claro está, las oportunidades económicas que ofrece nuestro país son un factor de central importancia, pero otros países ofrecen oportunidades económicas mejores y, especialmente en años anteriores, podrían haber emigrado a ellos con la misma facilidad que al nuestro, pese a lo cual la elección de muchos ha sido venir aquí.
Muchos latinoamericanos sienten a España como su segunda patria. Es para ellos el emblema más visible de su cultura a nivel mundial, y de un modo quizás inconfesable cualquier éxito de España a nivel internacional lo viven como propio. De ese orgullo españolista, llamémoslo así, se deriva en buena parte su deseo de integrarse en la vida del país y, en última instancia, de contribuir al mayor engrandecimiento de esta nación que viven como propia. Esto, que a más de uno sonará como ingenuamente idealista es, sin embargo, profundamente real. Y es verdad, en particular, en el caso de aquellos inmigrantes con más alto nivel educativo, como es generalmente el caso de los procedentes, por ejemplo, de Argentina.
El caso de Argentina es, además, subjetivamente especial por otras razones. A una gran afinidad cultural y a la tradicional simpatía que hay en España hacia ese país, se une un importante dato en la conciencia colectiva de los españoles, especialmente de las generaciones que vivieron los años del hambre tras la Guerra Civil. Aquellos buques cargados de alimentos que, sin que España tuviera dinero para pagarlos, llegaban procedentes de Argentina, un país boyante en aquel entonces, salvaron la vida de muchos. Para que aquello no pareciera una limosna, el régimen de Franco pagó en parte esas ingentes cantidades de grano y carne con envíos de hierro, y con créditos blandos concedidos por el mismo Gobierno argentino. Pero incluso cuando esos envíos de metales se retrasaban indefinidamente en salir, los buques argentinos seguían llegando puntualmente a los puertos españoles cargados de comida.
Quienes vivieron el horror del hambre no olvidan el agradecimiento que despertaba en ellos la palabra «Argentina». Ahora que la nación sudamericana atraviesa una crisis, es natural que muchos españoles sientan una especial apertura hacia los ciudadanos que emigran al nuestro porque, refraneros como somos, «de bien nacidos es ser agradecidos».
También pesa sobre nuestra conciencia colectiva el hecho de que hasta bien recientemente, España ha sido una nación de emigrantes. En la segunda parte del siglo XX a otros países europeos, y en décadas anteriores a Latinoamérica (de modo particular a Argentina). Quien más y quien menos tiene familiares o al menos conoce o tiene referencias de alguna familia que emigró a Francia, Alemania, Suiza u Holanda en las décadas que siguieron a la Guerra Civil, o emigró él mismo, y sabe de los problemas y penurias que tuvieron que afrontar. Ello hace que haya ahora, en muchos españoles, un cierto sentido de identificación con el inmigrante.
Se habla del efecto llamada, como si tal efecto fuera causado exclusivamente por los procesos de regularización. E interesadamente se intenta hacer ver que Zapatero lamenta haber realizado el último proceso de regularización, algo que me parece extremadamente dudoso a la vista del éxito manifiesto que fue y de los beneficios para las arcas públicas – y en general para todos – que de él se han derivado. Sin la inmigración masiva de los últimos 10 años, España aún tendría una altísima tasa de desempleo.
No olvidemos que en 1996 la tasa de paro estaba en torno a un astronómico 24%. La inmigración masiva, en combinación con otras medidas, resultó ser la fórmula mágica para sacarnos del atolladero. Todos los estudios realizados – tanto los llevados a cabo por entidades financieras españolas como los realizados por Naciones Unidas – coinciden en reconocer los enormes beneficios que para la economía española ha supuesto y está suponiendo la inmigración. Más aún, todos coinciden en señalar la necesidad de que el flujo masivo de inmigrantes continúe, si es que queremos mantener y mejorar nuestro nivel de vida. Dicho de modo simple:un frenazo a la inmigración sería un desastre para la economía.
El inmigrante que se siente bien tratado proyecta una positiva imagen de nuestro país hacia el exterior a través de familiares y conocidos en su país de origen. Eso, a largo plazo, es de un incalculable valor para la imagen de España, y de ello se derivarán grandes beneficios. Lamentablemente, el inmigrante no es siempre bien tratado. En Madrid, por ejemplo, vemos como en torno a la única comisaría que se encarga de cuestiones de extranjería se forman colas literalmente de miles de personas que se ven frecuentemente obligadas a pasar la noche a la intemperie para poder realizar algún trámite
A veces, tras esperar toda la noche, no les llega el turno y tienen que volver a hacer cola otra noche más. Frecuentemente, todo esto no sirve para nada, pues el trámite que necesitan resulta que hay que hacerlo en otro lugar, o bien les falta algún documento del que no tenían conocimiento. Y ni la Policía, que hace gala de un trato frío y distante, ni nadie, les da la información adecuada a tiempo para evitarles tan enorme estrés. Hay que ver esto de cerca para entender el trato inhumano que supone y que debería avergonzarnos a todos, al Gobierno antes que a nadie. Aquí ve uno al hombre pequeño de la calle, peor aún, al inmigrante, al que no tiene voz, pisoteado por la brutal maquinaria de la Administración sin la mas elemental consideración humana. Ha hecho falta que un inmigrante se prenda fuego para llamar la atención sobre el inhumano trato que reciben de las autoridades.
Me decía precisamente un inmigrante que había sido objeto de ese degradante trato que estaba convencido de que Zapatero no sabe que esto está ocurriendo, porque si lo supiera no lo permitiría. Sólo se me ocurre pensar que si no lo sabe debería saberlo. O quizás debería saber que hay elementos en la maquinaria burocrática dispuestos a boicotear por cuenta propia la política inmigratoria del Gobierno.
Juan A. Herrero Brasas es profesor de Etica y Política Pública en la Universidad del Estado de California.
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