El migrante emigrado
El Universo, , 26-08-2007¡Y tanto que el Correa dijo que en su gobierno iba a crear las condiciones necesarias para que la gente no salga y se quede feliz aquí!
Nosotros, francamente, sí le creíamos porque él, en carne propia, había experimentado la dureza de la migración al irse a Bélgica, pobrecito, para estudiar en la universidad una carrera horrible, en que a los extranjeros les hacen aprender unas fórmulas de belga (¡ay, no, qué bruto!, unas fórmulas en belga, quise decir), leer autores que qué también dirán, memorizar teorías y todas esas cosas espantosas propias de la ciencia económica.
Bueno, lo cierto es que los emigrantes parecían que eran para el Correa una preocupación fundamental, tanto que creó una subsecretaría para que se ocupara de ellos, no sin antes buscar desesperadamente a alguien que tuviera nombre de emigrante, hasta que lo encontró. Cierto es que él hubiera preferido una Daysi Katherin para ocupar ese cargo, pero no había. O un John Bruce, que tampoco. Entonces se conformó con un William, que sí tenía nombre de migrante, aunque no mucho.
Total, ahora nos enteramos que la preocupación del Correa por los migrantes ha sido pura boca. Según contó el pobre William, el Correa le tuvo sumido en el abandono, en la más total lejanía, en el más absoluto destierro: no le recibía las llamadas ni por más que el William se iba a los locutorios para ver si desde allí podía comunicarse, no leía los e – mails que el pobrecito le escribía desde los café – net y, lo que es peor, no le enviaba las remesas que le había ofrecido para que el William y su combo sobrevivieran.
¡Ya lloro! ¡Pobre William! Él solito ahí, lejos, abandonado, tratando de batirse desesperadamente contra la desolación, contra la adversidad. Era un sin papeles dentro del Gabinete, un espalda mojada, víctima de los coyoteros que le engañaron diciéndole que le llevaban al paraíso, cuando en realidad le condujeron al infierno, donde estaba rodeado de puro malos, una de las cuales se le robaba los proyectos y los presentaba al Presidente como si hubieran sido hechos por ella, otro de los cuales le daba yuca cada vez que le veía, y así. No le dejaron ni decretar una nueva emergencia ni crear un nuevo ministerio ni nada.
Tonces el pobre William, con el corazón encogido, le escribió al Presidente una cartita de su puño y letra en que le contaba las penurias por las que estaba pasando pero, como no tenía para las estampillas, la misiva llegó a las manos de la Secretaría de Comunicación de la Presidencia, que anunció que el Presidente le aceptaba a William una renuncia que él nunca había presentado. ¡Ay! Los malos le hicieron emigrar al migrante, que ahora reconoce que se equivocó, que fue engañado y que lo que pasa con el Correa es que está rodeado por un círculo oscuro.
O sea que gracias al William por fin sabemos lo que pasa con el Correa.
Chuta, verán nomás que, a este paso, nosotros también nos convertimos en migrantes porque descubrimos que cierto ha sido que la patria ya es de todos, pero de todos los del círculo oscuro nomás.
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