Desde Dentro Ricardo Peytaví
Una labor silenciosa
El Día, , 23-08-2007HACE DOS DÍAS, una patrullera de la Guardia Civil llamada “Río Ara”, adscrita al Frontex en las costas del Senegal, localizó a un cayuco que en ese momento navegaba de mala manera a 60 millas de Dakar. A bordo iban 188 senegaleses cuyo destino más probable era la muerte en el mar, pues una embarcación tan cargada difícilmente hubiese podido alcanzar las costas canarias. En la patrullera iban ocho guardias civiles y dos agentes de la Gendarmería senegalesa. Se aproximaron al cayuco y rescataron, uno a uno, a todos sus ocupantes. Es decir, les salvaron la vida.
Ese mismo día el martes de esta semana partían varios vuelos de Tenerife, Las Palmas y Fuerteventura con destino a Senegal y Marruecos. Casi cuatrocientos subsaharianos y unos treinta magrebíes, llegados clandestinamente a las Islas, eran repatriados a sus países de origen. Un drama humano añadido, porque esas personas están hoy de nuevo en la miseria de la que partieron con una circunstancia agravante: tanto ellos como sus familiares se encuentran ahora endeudados hasta la desesperación. Los delincuentes que organizan los viajes en patera o cayuco no son precisamente hermanos de la caridad. Cada plaza hay que pagarla muy cara. Primero con dinero y después, en demasiados casos, con la propia vida.
De vez en cuando conviene recordar hechos como estos porque cada vez que se produce una avalancha de embarcaciones repletas de inmigrantes, cunde la sensación de que nadie está haciendo nada para solucionar el problema. Especialmente significativas son las acusaciones, denuncias y otros aspavientos de varias organizaciones humanitarias y algún sindicato. Un día se reclaman más medios de rescate, y al siguiente se culpa a los miembros de salvamento marítimo por permitir que mueran medio centenar de personas, cuando intentaban rescatarlas en alta mar de noche y con olas de cinco metros. No hace mucho me preguntó un oficial de la marina mercante si quienes escriben sobre estos asuntos saben lo que supone acometer una operación de auxilio en tales condiciones. Supongo que no. Entre otras cosas porque un país rodeado de mar por todas partes salvo el trocito montañoso de los Pirineos, es marítimamente analfabeto. De hecho, ha situado su capital en el punto más alejado de la costa. Una dolorosa verdad a la que no es ajena Canarias.
En cuanto a que no se está haciendo nada en África…, en fin. La semana pasada visité las obras de un nuevo complejo turístico en la costa marroquí, construido por una empresa canaria en colaboración con otras de varios países. Tres campos de golf y 22.000 camas de lujo. Estará terminado dentro de nueve años y dará empleo, cabe supone, a bastantes africanos. Y no es lo único que se está poniendo en pie ahí enfrente.
No obstante, mientras África adquiere ese mínimo desarrollo que desaconseje las tragedias de pateras y cayucos, hay que mantener esa labor paliativa y silenciosa con las personas que llegan a Canarias. Una tarea que tiene nombre y apellidos: José Segura Clavell. El delegado del Gobierno no quiere volver a ser diputado, como se comenta, a pesar de ser el preferido no sólo por los votantes socialistas. Únicamente aspira a seguir en su puesto hasta que le llegue el momento del relevo. Aunque de eso es mejor hablar con más detalle otro día.
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