Tienen la mirada perdida en el horizonte de la nada; en la otra orilla, allí donde el infinito es el sueño de una tierra lejana.

De tanto caminar tienen los pies martirizados y descalzos. Martirizada también llevan el alma y el hambre sobre sus cuerpos es la más pesada de las cargas, sólo en el corazón, apenas sí sienten el tímido palpitar de la esperanza.

La desesperación, en pateras y cayucos les embarca.

Muchos son los que mueren pensando que en la otra orilla está el pan que les falta. Las rutas por el mar son singladuras muy largas, y no todas acaban en la placidez de la playa.

Las olas son fieras con fauces de agua salada que a las pequeñas embarcaciones casi siempre se las traga, y los pocos seres que se salvan, de aquel maná que soñaron, sólo encuentran la caridad de las migajas.

Al otro lado de la cómoda existencia hay un pueblo que desde la miseria clama y sus voces casi nunca son escuchadas. Emigrar no es la solución porque no llegarán a ser más que nómadas sin patria. La solución está en que los nativos administren las riquezas que aún quedan en África y los corsarios que la explotan dejen de ser los reyes de las finanzas.

Es necesario que aquellos que tengan de la solidaridad una conciencia clara, ayuden a esta tierra de históricas civilizaciones a encontrar la prosperidad, y sus hombres dejen de tener la mirada perdida en el horizonte de la nada… y en el mar.

Adolfo García López

CARTAGENA