Son las 17.00 horas, y el joven Najeeb, de 26 años, se dirige a la plaza de los Àngels, frente al Museo de Arte Contemporáneo, a vender cervezas. Saluda los rostros conocidos, la mayoría de Pakistán, y empieza su canto diario: “Beer,cerveza. Beer,cerveza”. En un día puede llegar a vender 35 latas, realizando un barrido en una misma zona repetidas veces. Los fines de semana sube la demanda y a veces llega a vender unas 65 latas. “En verano hace más calor y la gente está más por la calle”, reconoce con sinceridad.

Las vende siempre a un euro, “a veces, si están calientes o si es tarde, las vendo a 80 céntimos. Pero no es habitual”, aclara. “No las pongo más baratas porque de cada lata tengo que pagar 50 céntimos”, explica. Najeeb no habla casi nada de español. Tampoco inglés. Lleva dos años y medio viviendo en Barcelona siguiendo la misma rutina. Se levanta hacia el mediodía y en sus quehaceres diarios lo primero que hace es bajar al supermercado más cercano a comprar cajas de latas de cerveza. Cada pack contiene 24 latas que guarda celosamente en la nevera de su casa. La comparte con sus dos compañeros, como el cuarto, el colchón y algunas prendas de ropa. Con uno de ellos también comparte profesión. Najeeb gana “400 euros al mes” o 20 al día. Buena parte se va en el alquiler. Todavía no tiene papeles y acarrea los problemas de cualquier inmigrante ilegal. “Si tengo papeles, dejo este trabajo”, dice. A media tarde deposita en una bolsa de plástico unas 12 cervezas y se dirige al puesto de venta. Siempre la misma ruta: camina haciendo círculos alrededor del Macba. Y en cuanto se acaban las latas vuelve a casa y carga la mercancía para seguir la venta. -