El último pueblo del Congo en dirección a Gabón se llama Mbie. Por Mbie pasa la principal ruta que comunica los dos países, una pista de arena con profundas roderas, solo accesible para todoterrenos y camiones. Seguramente este es uno de los motivos del poco comercio entre los dos países y del tráfico casi nulo, con un promedio de uno o dos vehículos diarios. Los pocos 4×4 que circulan se dirigen a la cercana ciudad de Franceville, en Gabón, y vuelven cargados de cajas de bebidas o de bidones de combustible, más económicos que en el Congo.
A veces también transita algún tráiler arrastrando uno o dos contenedores que cargan en el puerto de Libreville, la capital gabonesa, porque resulta más seguro cruzar Gabón que pasar por el sur del Congo, donde se han producido casos de pillaje. Los pocos vehículos que atraviesan la frontera también acostumbran a ir cargados de algunos congoleses que van a trabajar temporalmente a Gabón o que vuelven para descansar hasta que se les acabe el dinero.

Sin electricidad ni teléfono
En cualquier caso, el comercio probablemente se incrementará en los próximos tres años, cuando los chinos terminen la construcción de una carretera asfaltada que conectará Gabón y el Congo. Pero, aunque entonces aumente el tráfico, Mbie seguirá siendo el mismo. Según Anton, el policía de inmigración de la frontera, Mbie seguirá siendo un pueblo de casas de paja, sin electricidad ni teléfono (ni cobertura de telefonía móvil), ni mercado semanal, ni tiendas de comestibles, y con sus habitantes viviendo en la miseria.
“Los habitantes de Mbie viven como en los tiempos antiguos, se tienen rencor, son celosos y no quieren que sus vecinos prosperen”, explica Anton. Así pues, los hombres que vuelven de trabajar de Gabón, en vez de invertir el dinero ganado para mejorar, prefieren gastarlo en el único bar del pueblo o ocultarlo bajo tierra. Anton cuenta una tradición de la región que la deja anclada en el pasado, al mismo tiempo que discrimina a las mujeres. Antes de casarse, los hombres deben pagar una dote a los padres de la futura esposa. Aunque acostumbra a ser costosa, tiene su parte positiva para el hombre, porque en caso de divorcio provocado por la mujer, él la recupera. De esta manera la esposa es más dócil, para no crear problemas a sus padres.
Stevy, un trabajador de una constructora francesa cercana, describe una visión similar del pueblo y de la región en general. Por los alrededores de Mbie hay extensos prados de hierba alta en los que podrían pastar rebaños de cabras. Stevy explica que los hombres de Mbie – – de la tribu bateke, insiste – – no tienen ganas de trabajar duro (contrariamente a las mujeres), pero tampoco quieren que lleguen forasteros y aprovechen los recursos del pueblo para enriquecerse. De la misma manera, aunque no acostumbren a cazar ni pescar, odian que los extranjeros lo hagan en las tierras cercanas.
Pero no todo son críticas. Según Stevy, entre los habitantes de Mbie no se producen robos, porque matarían al ladrón utilizando vudú, aunque a los forasteros sí se les puede robar, porque su magia no puede afectar al pueblo. En Brazzaville es diferente, porque hay muchas armas desde la guerra civil y si se quiere matar a alguien es más fácil tomar el fusil o una granada.
Mientras, la gente de Mbie sigue viviendo despreocupada de su subdesarrollo. Por la mañana, los hombres conversan alegremente a la sombra de una palmera, mientras sus mujeres caminan una decena de kilómetros para recolectar frutas y tubérculos. Al mediodía, los hombres siguen con la conversación y apagan el calor con una cerveza, mientras las mujeres preparan fufu, una pasta a base de yuca. Por la tarde, algunos hombres se bañan en el río mientras las mujeres lavan la ropa y vuelven a sus casas cargadas con bidones de agua en la cabeza. Por la noche, los hombres descansan del duro día junto al fuego mientras sus mujeres alimentan las llamas y hacen la cena. Y en todo momento, los niños juegan y corretean arriba y abajo, ignorando que el futuro del pueblo quizá esté en sus manos.