INMIGRACION / VIDA DESPUES DE LA VALLA

DENNOS VISADOS O MICROCREDITOS

El Mundo, EDUARDO DEL CAMPO. Bamako (Malí), 12-08-2007

SEYDOU, Sama, Ousoumani… sólo vieron Europa a través de la alambrada de Ceuta y de Melilla. «Crónica» encuentra en la capital de Malí a más de 150 jóvenes deportados tras intentar saltar la valla. Han creado una asociación para rehacer su vida Ousoumani tuvo España, literalmente, al alcance de la mano. Cientos de compatriotas lograron saltar la doble alambrada cortante de seis metros de altura en Ceuta o en Melilla. El no. Después de viajar hacia Europa durante meses, sólo pudo echarle una ojeada impotente y dolorosa a través de la verja. Guardias civiles españoles y gendarmes y militares marroquíes que vigilan la frontera Norte – Sur, lo rechazaron a bastonazos, con pelotas de goma, gases lacrimógenos y balas reales.


Ya han pasado dos años. Ousoumani Keita tiene ahora 25. Y un recuerdo brutal de aquel fracaso. «Mira», dice mientras enseña una cicatriz en la espinilla derecha en un patio de Bamako, la capital de Malí. «Me lo hizo un guardia civil de un bastonazo». En el hombro derecho le sobresale otro bulto.


«Nos pegaron los dos, marroquíes y españoles, los dos nos detuvieron», precisa, a su lado, Seydou Coulibaly, de 26 años, otro que se dejó los sueños colgando del espino de las vallas de Ceuta y Melilla. Como Samakoun Dembele, al que todos por aquí llaman Sama, y Daouda Fofana. Malvivieron como animales en los campamentos improvisados del monte Gurugú, frente a Melilla, y del bosque de Beliones, junto a Ceuta. Para nada.


Dos años después, la vida de estos dos jóvenes y docenas de otros estudiantes, comerciantes, artesanos, mecánicos o parados malienses sigue siendo tan precaria como cuando partieron hacia España con el cerebro convertido en una brújula obsesionada con el Norte. Una quincena de compañeros de aventura, entre los que había compatriotas, pero también senegaleses, guineanos o cameruneses, murieron aquellos días, entre septiembre y octubre de 2005, al pie de las ciudades españolas del norte de Africa.


Ellos volvieron a Malí atravesando de vuelta el Sáhara en condiciones peores que a la ida. Y ahora sólo esperan una segunda oportunidad para volver a intentarlo. Aunque esta vez, aseguran, únicamente por la vía legal.


Para lograrlo, y con la ayuda de la intelectual y ex ministra de Cultura del país africano Aminata Traoré, se han agrupado en una asociación de expulsados a la que han bautizado Retorno – Trabajo – Dignidad. Pretenden recordar a la sociedad sus sufrimientos y reclamar ayuda.


«Los africanos son los más débiles y, encima, son a los que más maltratan», protesta Traoré. «Eso es lo que me duele. En Europa tenemos la imagen de inútiles. Pero si España ha ganado competitividad es porque dispone de mano de obra barata. Les dan una patada cuando en realidad los necesitan. No lo soporto. Si los europeos vienen aquí nosotros podemos ir allá, no hay una invasión de africanos. Es Europa la que invade Africa con sus falsos valores y sus productos subvencionados. Con toda esa energía que gastaron los chicos para saltar las vallas de Ceuta y Melilla podríamos cambiar el mundo».


Encontramos a un grupo de los expulsados en el barrio de Missira de Bamako, frente al hotel Djenné de Aminata Traoré. Allí, en un patio – taller, se ganan la vida haciendo collares por los que, si hay pedidos, ganarán 50.000 francos CFA al mes, 75 euros. «No es suficiente para casarse y tener una familia», se queja uno.


Los dirigentes de la asociación nos piden una nueva reunión para el día siguiente. Seydou nos cita junto a la valla. ¿Qué valla? Parece una fijación del subconsciente. Ha señalado como referencia la alta alambrada de un campo de fútbol junto a la avenida del Hipódromo, que recuerda a las de Ceuta y Melilla.


De allí nos lleva a una calle cercana, como tantas otras de Bamako, con casitas humildes de una planta, muchos niños, cabras y gallinas por aquí y por allá, y las aguas residuales que emanan su hedor de las alcantarillas a cielo abierto. En una banqueta nos esperan el presidente, Issa Coulibaly, de 37 años, y los secretarios Ismael Samassékou y Omar Keita.


«Para nosotros no ha cambiado nada desde que hemos vuelto. Nuestra situación es muy difícil», protesta Issa, que pasó 18 meses en la odisea del viaje hacia Europa. «Tenemos oficios, pero nos faltan recursos para ejercerlos. Muchos están en el paro». El es taxista; Ismael, de 26 años, estudia Derecho y Omar trabaja en un taller mecánico. La asociación agrupa a 160 expulsados, pero en todo el país suman más de mil los que fueron deportados por Marruecos desde Oujda y el Sáhara sólo en 12 vuelos en octubre de 2005, sin contar los que el Ministerio del Interior español o el francés han expulsado en sus propios aviones.


En realidad, las repatriaciones no son algo nuevo. El primer vuelo con deportados desde España aterrizó en Malí en 1996. Cada uno de los repatriados recibió en compensación 10.000 francos, unas 250.000 pesetas, a cambio de cesar en su resistencia a apearse del avión.


Pero sus sucesores no han tenido esa fortuna. Vuelven con las manos vacías y a menudo heridas. El recuerdo de la pesadilla vivida en la frontera con España les quema aún en el alma. El pasado octubre organizaron en Bamako un foro internacional sobre los sucesos de Ceuta y Melilla con deportados de diferentes países africanos y este año repetirán la experiencia.


«Cuando estábamos en la valla de Melilla vi a nueve personas muertas. Había muertos y muchos heridos. Huimos. Un amigo murió. Otro perdió la visión de un ojo», recuerda Issa.


«Es como una batalla. Vuelven vencidos. Con la asociación queremos recuperar la dignidad y ver cómo podemos ayudar a Malí sin arriesgar la vida», explica Somita Coulibaly, de 25 años, uno de los secretarios de la asociación. Y dice «vuelven», pero podría decir «volvemos».


A él lo repatriaron en avión, después de un penoso viaje por el norte de Africa, el 10 de octubre de 2005. «Había muchas autoridades en el aeropuerto», relata. «Prometieron que nos darían trabajo para retenernos, pero no han hecho nada. No nos han dado nada, ni un CFA, ni información ni nada».


Como había hecho antes con otros siete primos de Somita – los siete hoy viviendo regularizados en distintas ciudades de España – , su tío Noumu, que trabaja de topógrafo del Gobierno, le había dado el dinero necesario para intentarlo, aproximadamente el cuádruple de lo que vale un vuelo chárter de Senegal a España. En agosto de 2005 Somita dejó sus estudios y su trabajo de soldador en un taller y partió de su casa con un primo que se llama igual que él. La intención: cruzar Senegal, Mauritania y el Sáhara Occidental para tratar de llegar a Canarias desde El Aaiún.


EN EL DESIERTO


«Pagué 1.250.000 francos CFA [unos 1.900 euros]», prosigue. Tras atravesar clandestinamente varias fronteras en todoterrenos o a pie – «en fila india, con un guía delante y otro detrás que te daban con un palo si te salías de la fila porque había minas a los lados» – llegaron hasta El Aaiún, de donde partieron de noche hacia la playa para embarcar. Pero…


«Nos descubrió un helicóptero. Estuve 22 días detenido en El Aaiún, en un campamento alambrado», explica. «Yo era el cocinero. Por televisión vi que había 500 que habían saltado la valla, y tres muertos. Entonces nos metieron en un autobús y nos llevaron a Oujda [ciudad del norte marroquí fronteriza con Argelia, a 1.500 kilómetros de distancia, donde los agruparon con los detenidos junto a Ceuta y Melilla]. Al día siguiente, nos llevaron al desierto en la frontera con Argelia, hacia el Sur. Nos llevaban maniatados y no nos daban de comer. Había heridos de bala y bastonazos. Al tercer día llegó Médicos Sin Fronteras. Luego vinieron de la embajada de Senegal. Nos trajeron de vuelta a Oujda y nos expulsaron de allí en avión».


Menos suerte tuvo su primo. Después de que los repatriaran, volvió a intentarlo por otro camino: desde Nuadibú (Mauritania) llegó a Las Palmas en barca. «En septiembre de 2006 [durante la crisis de los cayucos], la policía española lo montó en un avión diciéndole que lo llevaban a Madrid o Barcelona, pero lo mandaron otra vez a Bamako. Está muy triste, no quiere volver a intentarlo. Ahora se gana la vida en su pueblo como agricultor».


Cerca de Somita, Mohammed Sissoko, de 21 años, escucha su historia mientras engarza las cuentas de un collar. Estuvo un año y medio en ruta, atravesó el Sáhara, Argelia y Marruecos e intentó en vano saltar las vallas de Melilla y Ceuta antes de que lo atraparan las fuerzas marroquíes y le pegaran una más que simbólica patada en el culo para devolverlo al punto de partida. Ha pasado el tiempo, pero Mohammed sigue enfadado con las autoridades españolas y marroquíes que no le abrieron la puerta: «Si tú vienes así a Malí no te repatrían».


Las deportaciones de Europa no cesan. «Cada día el avión de Air France de París trae a dos o tres expulsados», cuenta Somita.


LA PROXIMA VEZ, EN AVION


El, sin embargo, no guarda rencor: «Yo no estoy enfadado. He tenido la suerte de volver vivo, la suerte que nos faltó para llegar a España. No tuvimos suerte allí. Sólo eso. Cuando regresé, mi tío hizo una fiesta. Estaba contento de que estuviera vivo porque pensaba que había muerto en el camino. Dice que yo soy el último al que envía por la vía clandestina, y que la próxima vez iré en avión…».


Porque, ¿habrá próxima vez..?


«Yo quiero quedarme», asegura el joven. «Quiero quedarme a condición de tener algo que hacer. Mi primo Baba está en Madrid; Fassiriman, en Barcelona; Courimbala, en Lérida; Daba, en Almería; Foune, en Valencia… No me dicen dónde trabajan pero ellos y los amigos míos que están en Francia cuentan que tienen coche, que se ganan muy bien la vida. Ayudan mucho a la familia. Ese es el objeto de nuestro viaje. No vamos a Europa para ver lo bonita que es, sino para trabajar y ayudar a los nuestros».


Lo que no habrá es próxima vez por la vía clandestina, atravesando el desierto, en cayuco… «Yo ya no quiero ir así. Ya sabemos que te expulsan de España, no merece la pena arriesgar la vida».


La alternativa de comprar un visado en el mercado negro de Bamako también la descarta por inalcanzable. «Un visado para Francia cuesta tres o 3,5 millones de francos CFA [entre 4.580 y 5.340 euros], y para EEUU, cuatro millones [6.100 euros]. Es muy caro. Un primo mío pagó tres millones y está ahora en Francia».


Lo paradójico de toda esta historia es que los jóvenes rechazados en la valla tienen muchos proyectos laborales y empresariales que les encantaría poner en pie en Malí, pero les hace falta financiación. Para eso han creado Retorno – Trabajo – Dignidad. Reclaman microcréditos para establecerse por su cuenta.


Coulibaly – y la propia asociación – también defiende la solución de que las autoridades españolas abran la vía para que los empresarios puedan venir a contratar directamente a Malí, como se hace ya en Senegal. Allí, según el Ministerio del Interior, se han realizado 2.000 contratos en 2007, una cifra exigua comparada con la demanda, pero prometedora.


El Gobierno español, que concede prioridad a Malí dentro de su Plan Africa, ha expresado su intención de extender a este país los visados laborales. España, donde hay empadronados sólo 16.448 malienses, abrió una embajada en Bamako en mayo de 2006, pero un año después su sección consular, encargada de tramitar estos permisos, aún no había abierto.


Mientras, a los chicos de Retorno – Trabajo – Dignidad no les queda mucho más que esperar a que abran y seguir peleando. Resumen sus peticiones en tres puntos: que el Gobierno español, las ONG (están en contacto con MPDL) u otras instituciones les concedan microcréditos para desarrollar sus iniciativas profesionales y no tener que salir; que se abra una vía de emigración laboral legal como con los senegaleses, y que les ayuden a hacer campañas de difusión.


«Queremos sensibilizar a los jóvenes para que no partan a España así, porque pueden morir en el mar o en el Sáhara», dice Issa. «Todavía hay muchos que se van». Legiones de españoles también lo harían si vivieran en un país que es 23 veces más pobre y donde los hombres tienen 28 años menos de esperanza de vida. Aunque suele decirse que la esperanza, a secas, es lo último que se pierde.


VUELTA A EMPEZAR.


La organización Retorno – Trabajo – Dignidad agrupa a unos 160 malienses que fracasaron en su intento de llegar a Europa, pero sólo en octubre de 2005, tras la llamada crisis de las vallas en Ceuta y Melilla, Marruecos repatrió a más de 1.000 jóvenes a Bamako. Estudiantes, comerciantes, artesanos, mecánicos o parados, confeccionan collares en un taller del grupo por 75 euros mensuales.

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