«SI YO FUERA MARADONA, VIVIRIA COMO EL»

El Mundo, MARTIN MUCHA, 12-08-2007

TIENE 46 años, un hijo en Brasil y está a punto de lanzar «La RadioLina», su nuevo éxito. Manu Chao recorre el mundo con sus mensajes rebeldes y millones de fans. Los genios, dice, «están en las cantinas» Nunca. Manu Chao jamás pensó que se convertiría en un icono mundial. El era, simplemente, un músico que leía a los clásicos. Que se educó en el seno de la revolución real maravillosa de García Márquez. Un hombre que – sencillamente – buscaba encontrar el camino a la felicidad. El, al recorrer esa ruta, se convirtió en uno de los artistas más importantes del siglo XXI. Un cantante global. El tipo que aprendió a cantar la tristeza de la humanidad. Su nueva producción discográfica, La RadioLina, – sale a la venta el 3 de septiembre – es recibida como si en lugar de canciones tuviera oraciones. Hoy el hijo del periodista gallego Ramón Chao no es sólo un cantante, es – para demasiada gente – una epifanía.


Si Manu Chao (París, 1961) tiene un hábitat, es una vieja cantina. Allí lo encontré. En el Queirolo, un viejo local de Lima (Perú), donde habitualmente los poetas abandonados al alcohol conversan entre botellas de pisco. Concertó la entrevista en ese lugar, con toda su banda. Las mesas tenían cientos de heridas. «Conozco miles de lugares así», sentenció mientras observaba las paredes mal pintadas. En sitios como ese ha ido dejando su aura. Captando seguidores incondicionales. Han pasado siete años tras esa conversación de varias horas. «No me importa el tiempo, aquí estaremos hasta que el cuerpo aguante». Desde entonces ha vendido más de seis millones de discos como solista (Clandestino y Próxima estación Esperanza).


Actualmente, los máximos líderes políticos mundiales le temen o le aman (Hugo Chávez ya lo quiere captar para su causa). Se escucha su voz en cualquier urbe africana (desde los suburbios de Chicago a la tristeza de Beirut). El movimiento antisistema lo ha adoptado como parte de su religión. En su particular historia personal lo que nunca ha cambiado es su discurso. Sigue en su ley, en su idilio con la felicidad. «Allí – en un bar – no eres Manu Chao, ni Mano Negra, ni qué coño». El líder de los antisistema no se reconoce como tal. Lo único que él confiesa es que es el vástago de un escritor. «Lo otro es un invento de la prensa. Ustedes necesitan creer que existen personajes e ídolos…» Chao es un ser humano a secas. Lúcido, triste, global, mestizo, dulce…


Su primer disco solista apareció en 1998. Clandestino era una elegía para muchos. Dedicado a los hombres que nunca fueron A los seres que no están en el lugar preciso. Un Lp escrito para quienes serán aurora. Aquellos que intentan cruzar una frontera. Sobreviviendo.


Su nuevo disco, La RadioLina recupera ese fulgor – esperanza – tragedia. «Vivir sin ti es estar muriendo/ vivir así no lo recomiendo/ así que yo sigo insistiendo…/ vivir sin ti es morir queriendo» (El kitapena). Retrata la dulzura de los días que te ayudan a sobrevivir. Esa es la clave de su música. Creer en los días futuros. En el porvenir de los que deberían estar muertos.


El padre cuenta que la figura del cantante ha superado a la familia desde la aparición de Clandestino, su primer disco solista. «Eramos Antoine [su hermano y aliado en Mano Negra] y yo. Ambos nos hemos visto superados por el fenómeno Manu. Somos sombras a su lado. Seguimos haciendo nuestra misión. Escribimos, viajamos, escribimos… Pero él ha logrado una cosa increíble. Capta – como una antena – lo que sucede en el planeta. Por eso lo aman. Por eso lo odian», dice Ramón. «Aunque tenga años en una batalla personal contra las injusticias del mundo no me importa ser sólo el padre de Manu». Su discurso global que, se ha ido construyendo entre garito y garito, «entre la nocturnidad de la hora mágica y la esperanza» – según palabras de Manu – , es lo que ha calado en sus forofos.


Así se ha convertido en el profeta del siglo XXI gracias a lo que le duele. «Africa, América… También España».


«No es un pastiche de referencias sonoras, es un derribo de la estrechez de miras del arte contemporáneo», asegura Ramón. El arte como perfección del yo, añadiría Friedrich Nietzsche.


El yo de Manu, sin duda, es el fruto de una niñez que transcurrió en Sèvres (Francia) a partir de 1963. Este pueblo no quedaba lejos de las factorías de Renault. Entonces, jugaba a la pelota con portugueses, armenios, españoles, nigerianos… Allí aprendió que la miseria humana no tenía geografía, ni academia. Y que el flamenco y la cumbia – tan lejos, tan cerca – eran parte de su propio dolor.


La década de los 70, en Francia, le pilló en plena época post mayo del 68. Su padre era el anfitrión para hombres que cambiarían la historia de la literatura en español. Ramón le enseñó a su hijo que el mundo se nutre de distintos crisoles. El infante Chao aprovechó las lecciones de los maestros de lo Real Maravilloso. Entonces, él se sentaba en el regazo del buen Gabo. Alejo Carpentier le regaló su primer instrumento de percusión. Juan «Pedro Páramo» Rulfo fue el primer fantasma que se cruzó por su vida. Mientras tanto, él decidía que sus sueños eran desidia. Los sonidos notas sueltas que entre su hermano Antoine y él convertían en música.


Su madre Felisa. Ella lo hizo escéptico. La científica vasca era la antítesis de su padre, quien – como buen comunista – creía en la generosidad del hombre. Dudaba por ella. Amaba. Porque ella le había enseñado la ruta. «Ella ha sido más importante en su destino que yo. Su madre le enseñó que la vida, esencialmente, es no creer a ciegas», cuenta Ramón.


Flash forward. Década del 90. Antoine y Manu causaban delirio con una banda fusión llamada Mano Negra. Su nombre nació de un grupo anarquista: misterioso, violento, salvaje. Actuó en el sur de España a finales del siglo XIX. Se le atribuyeron asesinatos, incendios de cosechas y edificios de entonces.


Esa rebeldía – anacrónica, romántica – lo llevó a su primer number one. Se pasearon en un tren en plena ruta del narcotráfico colombiano. En esa vía, observó tanta melancolía que sólo quiso olvidar. Mano Negra desapareció cuando los rankings de las radios le daban la razón a su propuesta musical.


1998. Clandestino. La única promoción que hizo fue el boca a boca. La radio bemba, como en Latinoamérica se diría. Tras separarse de su hermano muchos dudaban de su estrategia. Antoine y Manu parecían un uno indivisible. Entonces eran un uno heterodoxo. El niño que aprendió a tocar la guitarra practicando en las veredas de París, supo que su mejor arma era la libertad.


Dos años después lo encontré en un bar peruano. Desde ese entonces no ha cambiado. Sigue creyendo en la genialidad de los anónimos. De aquellos que olvidamos. «Allí – en esos sitios oscuros – siempre hay uno que te saca una guitarra con dos cuerdas menos y que es un genio y toca. Con ellos me fui de cantina en cantina y reaprendí a hacer música». Con ese devenir, se gestó su leyenda. La de un hombre pequeño de envergadura (1,65 m máximo, muy delgado, con arrugas de tanto reír) que ha capturado la atención del mundo entero. Próxima estación esperanza (2001) se convirtió en una escala más en su ruta hacia la consagración. Entonces, fue pionero en tocar temas de inmigración: «El muro de Berlín ha caído, pero quedan muchas vallas en Ceuta y otros sitios», dijo entonces apuntando con el dedo a los gobiernos europeos. «Nos trataban como terroristas».


Para muchos, durante esos años, ha estado en silencio. No. Sus proyectos han sido aún más ambiciosos que sus creaciones discográficas. Como productor ha dirigido a la Colifata, un grupo salido de un psiquiátrico de Buenos Aires. Con su amigo Wozniak, ha editado atrevidos libros de pintura y poesía. «Demasiada hipocresía hay en Palestina», escribía.


Regresa con La RadioLina como una tromba de agosto. El 3 septiembre. Tras una gira por América. Ha asumido su compromiso político. Chávez intenta seducirlo para que apoye su causa. «Es una respuesta compleja, pero puedo decir sobre el chavismo que antes no había esperanza y ahora la hay». Sigue comprometido con la misma idea esencial. «Sólo quiero que exista un mundo donde la felicidad no esté prohibida».


Su discurso se hace más sólido cuando su hijo se menciona. El es brasileño. Su nombre es Kira y vive en Fortaleza. «Siempre pienso en él. En sus ocho años. El es parte de esto también. Hace muecas. Muecas gigantes…»


Continúa lanzando sus versos en distintos lenguajes. «Como una ensalada de frutas». Rechazando – aunque suene inverosímil – el vil dinero. «El único – maldita sea – que no necesita visado». Le ofrecieron por una canción para un anuncio de televisión 500.000 euros. Dijo no.


¿Cómo conecta con el público de esa manera? «Es muy difícil que responda. Lo único que hago es dar todo. Quizás la gente note que soy un tipo tímido. Soy simplemente un observador que intenta contar lo que ve. Sin mentir».


La clave del éxito de su mensaje es que describe y critica donde sea que esté. En una entrevista al Chicago Tribune, da su impresión sobre los que llegan a España buscando un mejor porvenir: «No habría agricultura, tampoco habría existido el boom de la construcción si los inmigrantes sin papeles no hubieran llegado…».


«Bush es el terrorista número uno». Se lo dice en su tierra. Aunque juegue de visitante. Los american youngs lo aplauden. Pocos tienen su valentía.


Sus letras son su discurso. «Si yo fuera Maradona viviría como él…».


La parafernalia que lo acompaña no es discreta. El productor del disco ha trabajado con los Beastie Boys (uno de los más reconocidos grupos de EEUU). El videoclip del primer single, Rainin’ in the Paradise, lo ha dirigido el cineasta Emir Kusturica (ganador de la Palma de Oro 1995, en Cannes, por la comedia negra Underground).


Todo es meditado, aunque parezca un producto audiovisual naif. Los personajes son pacientes de un psiquiátrico en un autobús – participan enfermos reales – que mientras van por una carretera viven la locura de la guerra. Se identifica con ellos. Es como un retorno a su etapa en el instituto en Sèvres. «Tenía dos vidas. Era como un autista perdido entre la gente.».


Siguen sonando bocinas y sirenas como en sus discos anteriores. Dedicados a los inocentes que huyen de la policía. Es un homenaje a sí mismo. El asistió a atracos. «Como observador. No he tocado nunca una pistola». Los balazos, en este caso, son sus frases.


«El mundo es una bola que se vive a flor de piel». Ese es un verso de la canción que le dedica al legendario 10 argentino, la segunda (la primera, Santa Maradona, la cantaba en su etapa en Mano Negra). Es parte de la película que desarrolló con Kusturica (un documetal sobre Diego). En Youtube se le ve cantando la canción en el aeropuerto de Buenos Aires. Manu Chao toca entre cámaras que lo fotografían. El famoso director de cine lo aplaude como un fan más. Es el videoclip de su vida. Se para en un bar. Canta. Todos le escuchan (el subcomandante Marcos, Hugo Chávez, los anónimos que cruzan la valla de Melilla…). El luce ensimismado con su guitarra. Esperando que llegue la hora mágica.


«Tristeza, maleza»


El nada en el mar/ Ella nada en el mar/ Todo nada en el mar/ Como una raya.


Infinita tristeza / late en mi corazón / infinita tristeza / escaldada pasión / infinita pobreza / tu sombra en la pared / Infinita tristeza / viento de Washington


Y choré… y choré… y choré… / y choré… y choré / Infinita tristeza… por dos


Infinita tristeza / viento de Washington / infinita pobreza / tu sangre en la pared / infinita maleza / escaldada pasión


Infinita tristeza / late en mi corazón / infinita pobreza / tu sangre en la pared / infinita tristeza / infinita tristeza


«Mundo revés»


Cada día me miro / en un mundo al revés / cada día me veo / en un mundo tan fierro / cada día es un día / y un volver a nacer / cada día una suerte / pa saber alcanzar / cada día yo grito / a la luna mi celo por dos


Cada día es absurdo / como un pozo al caer / cada día me río / para no despreciar / la muerte es un regreso / que tendrá que esperar / porque yo voy pal frente / de este mundo demente


Y cada día yo lucho / para no decaer / cada día me espanto / de tanto rebuscar / cada día rabiando / saltando en la sartén / con mi zapato ardiendo / en busca libertad / cada día me veo / en un mundo al revés / cada día me veo / en un mundo tan feo / cada día me espanto / porque si no me muero / cada día me olvido / en un mundo al revés


«La vida tómbola»


Si yo fuera Maradona / viviría como él / si yo fuera Maradona / frente a cualquier portería / si yo fuera Maradona / nunca m’equivocaría / si yo fuera Maradona / perdido en cualquier lugar.


La vida es una tómbola… / de noche y de día… / la vida es una tómbola / y arriba y arriba….


Si yo fuera Maradona / viviría con él / …mil cohetes… mil amigos / y lo que venga a mil por cien… / si yo fuera Maradona / si yo fuera Maradona / saldría en mondovision / para gritarle a la FIFA / ¡Que ellos son el gran ladrón!


La vida es una tómbola… / de noche y de día… / la vida es una tómbola / y arriba y arriba….


Si yo fuera Maradona / viviría como él / porque el mundo es una bola / que se vive a flor de piel


Si yo fuera Maradona / frente a cualquier porquería / nunca (¿siempre?) me


equivocaría…


Si yo fuera Maradona / y un partido que ganar / si yo fuera Maradona / perdido en cualquier lugar…


La vida es una tómbola / de noche y de día…

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)