El trabajo negro de los inmigrantes
El País, , 12-08-2007El dinero que mueven los turistas que visitan las costas valencianas en los meses de verano ha permitido a muchos empresarios locales “hacer el agosto” desde hace décadas. Ahora, los picos de ocupación turística coinciden con la llegada de miles de inmigrantes dispuestos vender cualquier cosa y a atender los servicios básicos que requieren los turistas, sobre todo en hostelería, sin plantear mayores problemas a los patronos. Los latinos, procedentes de Suramérica, son mayoritarios, pero el dinero solo exige el trabajo negro de los inmigrantes.
Por la playa de Xeraco se ven pasar cualquier día, entre las tres y las ocho de la tarde, hasta cincuenta muchachos de Senegal cargados de objetos para vender. Aparece uno desde la lejanía cada pocos minutos. Ofrecen CD y películas piratas, vestiditos de playa y camisetas, bolsos, viseras y cinturones de imitación. De los CD venden poco – uno a tres euros, dos a cinco – , lo de las películas de estreno – sobre tres euros, grabadas en las mismas salas de exhibición y con mal visionado – les va mejor. Sobre todo las que son para niños, como Ratatouille, recien estrenada. “Entre CD y DVD vendemos 15 al día, es cosa mala”, explica uno de ellos, en un castellano limitado. Las copias, cuenta, las hace “un amigo, él tiene máquina para eso”. Sin embargo, se sabe que algunos van a locutorios y pasan por fax a sus contactos en Madrid hasta listas de discos y películas de estreno que la gente demanda en las playas.
El joven que habla vive con otros tres treintañeros de Senegal en un pueblo cercano a Xeraco, y se recorre la larga playa de la mañana a la noche. “En verano venimos muchos a costa, de otras partes de España, hay que intentar comer”, apunta.
Los cinturones de Dolce & Gabbana, más falsos que Judas, son apreciados, pese a su mala factura, por gente con ganas de epatar en el barrio. “Mi hermano vende cosas de esas en playas”, dice otro chico africano, éste con contrato en una empresa de limpieza de un pueblo de l’Horta, “es sólo para gente que viene ilegal y hay demasiados haciéndolo, la gente no compra”. Y tienen la competencia del pirateo de Internet – en cuanto a CD y DVD – y de los mercadillos, en cuanto a la ropa.
Ya hay inmigrantes, venidos de Asia, que intentan ofrecer a los bañistas masajes exóticos. Al igual que los venidos de Senegal, tienen cara de estar pasándolas canutas. A los de rasgos menos distintos, les va mejor. “Cuanto más pareces occidental, más fácil es encontrar un trabajo mejor, sobre todo si es de cara al público”, explica una chica latina, que, como el resto, prefiere que su nombre no aparezca en estas líneas. “En sitios de moda hay camareras o gogós argentinas, pero no rasgos indígenas de Colombia o Ecuador”, afirma. “Los de estos países están más bien de pinches de cocina, o de camareros de batalla”, apunta.
¿Y por qué esta abundancia de inmigrantes? “Necesitan el dinero, no ponen impedimento a trabajar lo que sea, ni hacen ascos al fin de semana”, dice esta inmigrante, cuyo marido fue camarero. Otros, ecuatorianos sobre todo, se dedican en verano a ofrecerse a particulares como pintores de brocha gorda, ofertando pintar a 300 euros pisos por los que una empresa legal cobra seis veces más.
Pero la hostelería es la reina. Está copada por inmigrantes latinos, de Europa del Este y por estudiantes – sobre todo italianos – que han acabado la beca Erasmus y quieren prolongar su estancia. Hasta en la zona valenciana de la Copa del América y la Malva – rosa, muchos camareros son inmigrantes. El trabajo suele ser de dos tipos: o contratados todo el mes, o como colaboradores – por decir algo – de fin de semana.
“La hostelería está pagando sueldos cercanos a 1.000 euros al mes”, explica la dueña de un restaurante cercano a Cullera, “pero muchos no saben tomar notas, y casi tampoco servir”. Pese a ello, se les da el trabajo, porque “los españoles no lo quieren y ellos ponen menos problemas”. Según cifras de la consultora Randstad, el 40% de los trabajadores de hostelería en España ya son inmigrantes, y la cifra puede dispararse en verano hasta más del 60%. Si uno se da una vuelta por nuestra costa, la percepción es que este porcentaje se queda corto.
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