Cambio de vida: dejó el trompo por el activismo
La Prensa Gráfica, , 10-08-2007En El Salvador no pensaba, solo quería jugar, ni siquiera era buen estudiante, recuerda Vásquez, quien de 11 años dejó la patria para reunirse con su madre en Los Ángeles.
La travesía del muchacho, que cursó hasta quinto grado y que en lo único en que destacaba era jugar trompo, fue como la de todos los inmigrantes indocumentados. Logró pasar la frontera entre México y Estados Unidos escondido en una camioneta, y se reunió con una mujer que decía que era su mamá. Pero después de siete años de no verse, recuerda que Rosa Vásquez era para él una extraña que estaba embarazada y que trabajaba mucho.
Atrapado en las paredes de un apartamento en el centro del corazón de una ciudad cosmopolita, el niño extrañaba las calles de Sonsonate y la libertad de salir a jugar con primos y amigos.
La soledad le hizo refugiarse en el estudio, y en las amistades, y para fortuna el connacional se juntó con jóvenes que luchaban por la causa de los indocumentados. Aunque él no se interesaba precisamente por el problema, les siguió.
La buena fortuna le acompañó. Mientras esperaba relatar su historia a los participantes de la marcha de Los Ángeles el 1.º de mayo de 2006, Vásquez conoció a la señora Erika Glacer, a quien el connacional le contó que quería ir a la universidad, pero que al ser indocumentado no podía acceder a los beneficios de los residentes legales. Así es que Vásquez fue el primer beneficiario de un fondo de becas que donó Glacer. Ahora estudia segundo año de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de California.
Cuando mira hacia atrás y recuerda lo que dejó en El Salvador, está seguro de que allí no habría podido ni imaginar que sería becado y que tendría la ilusión de llegar a Harvard.
Aunque ya obtuvo su residencia permanente a través de NACARA, el joven sigue en pie de lucha por los indocumentados, cambió el trompo por el discurso y las camisetas por la corbata para hablar frente a la Casa Blanca.
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