Un selecto guardarropa

El Universal, 06-08-2007

También pensamos que los propios artesanos la visitaban para vender a la pintora su trabajo, comenta Marta Turok, antropóloga encargada del análisis del vestuario de Frida.

Quedó confirmado que Frida gustaba del estilo occidental del siglo XIX: prendas con encajes, cuellos altos, faldas largas tableadas o con holanes que le ayudaran a esconder sus defectos físicos. Esto refresca la información sobre la dualidad del cuadro Las dos Fridas, donde se aprecian ambas tendencias.

Algo que no se conocía era su afición por las prendas de origen chino: en el ropero fueron halladas, faldas, textiles y pijamas de seda, existe incluso una foto de Frida portando una de éstas últimas. También había ropa de la madre de Frida que la pintora usaba; se sabe que pertenecieron a su madre porque al estudiar el textil, los investigadores pudieron concluir el año en que fueron confeccionadas.

Una de las blusas favoritas de la artista es la que lleva un peto blanco, cuadrado, al frente y el resto de la prenda es negro. Solía combinarla con una falda de seda y raso.

Una observación es que Frida no fue una mujer de clóset lleno ni que hacía renovaciones periódicas del mismo, más bien parece ser una colección que ella incrementaba minuciosamente con prendas que la fascinaban. De ahí que, según consta en fotos, algunos atuendos los usó repetidamente a lo largo de 20 años. Sus colores predilectos: azul eléctrico, magenta, violeta y morado.

Sin duda, entre las piezas más pintoresca están un par de botines que a primera vista evocan los Converse clásicos. Van bordados y provistos de la adaptación ortopédica que ella requería. El detalle decorativo es una medallita en forma de estrella que lleva una leyenda grabada: para Frida, con Amor, de Pita y Olga. Se sabe que la primera es Pita Amor, pero la segunda pudiera ser Olga Acosta u Olga Tamayo, pues todas eran amigas. Otro tipo de calzado hallado fueron zapatillas de moño muy formales, tradicionales chinas y algún par de ante, lo que predominó fueron zapatos de piel suaves para caminar cómodamente.

Había bolsitas tejidas o bordadas, collares en oro oaxaqueño y yucateco así como varios pares de aretes. Uno invaluable proviene de Sultepec, Estado de México, y representa un gran tesoro toda vez que es uno de los pocos vestigios de una tradición ya extinta, según Marta Turok.

Antes de que Diego y Frida se conocieran, ella vestía prendas clásicas de la moda occidental. Su madre fue excelsa costurera y lograba que su hija fuera la envidia de sus amigas por lo bien ataviada que lucía. El día en que la artista se casó, se le ocurrió llevar un rebozo prestado. Quedó tan fascinada con la pieza que al mes ya poseía varios de la mejor calidad. A partir de los años treinta ella adoptó marcadamente su preferencia por los atuendos indígenas. Construyó toda una imagen a través del vestuario típico que para ella fue una forma de expresarse y rendir homenaje permanente al arte textil indígena. Frida reconocía y gustaba auténticamente del arte popular y logró revalorizarlo comenta la antropóloga. Un dato curioso es que ella le pidió a Lola Álvarez Bravo ser velada en un huipil que, ahora se sabe, proviene de Yalala, Oaxaca, y no del Istmo.

Podemos asegurar que todo lo que ella viste en sus pinturas, no fueron recreaciones, sino que eran parte de su ajuar y se los ponía para autorretratarse. Ejemplo de ello es uno donde aparece con un resplandor (especie de holán que se coloca alrededor de la cabeza) estilo Juchitán, se lo puso realmente para retratarse en Diego en mi pensamiento.

Conocer el armario de Frida despertó un proceso de reconstrucción y nueva interpretación de su imagen. Se disolvieron mitos de lo antes escrito y llenó de entusiasmo a sus biógrafos el poder conocer el verdadero color de los atuendos que aparecen en decenas de fotos blanco y negro, como en la que aparece con un huipil que, también se ha comprobado, fue bordado sobre terciopelo con máquinas de cadenilla.

En otra foto, la pintora aparece con un huipil de Guatemala de Cobán y un rebozo de Santa María del Río, la técnica es un complicado hilado a mano. También se encontró una blusa bordada de chaquira para el traje de china poblana, faldón, chal de seda criolla y una faja estilo cinturón con las que no hay fotografías ni retratos. Uno de los trabajos más arduos, luego de estudiar las piezas fue investigar su lugar y etnia de procedencia comenta Turok.

Sin duda, el ropero de Frida guardaba verdaderos tesoros, porque muchas de las piezas ahí encontradas ya no se fabrican en ninguna parte del país. Los jóvenes indígenas, en aras de mejorar, dejan de aprender el oficio artesanal y buscan estudiar licenciaturas o ganar dinero pronto en otras actividades. La tendencia en las etnias es vestir como en las ciudades y dejar en el olvido los trajes típicos.

Además, el racismo contra los indios provoca que las nuevas generaciones ya no deseen ser artesanos ni hacer notar su origen para no ser discriminados, así abandonan técnicas ancestrales. Mi propuesta es consumir artesanía sin regatear, es hora de entender el costo y el valor del trabajo que implica lo hecho a mano para que se preserve su fabricación y ello dé para vivir dignamente a quienes lo hacen. En una generación puede extinguirse la producción textil artesanal, ejemplo de ello es que en cinco años se retiran los últimos cinco tejedores del taller más importante de Moroleón, eso significa no más de sus rebozos de algodón.

Turok dice que debemos entender la maravilla del arte popular como lo hizo Frida, esa es parte del legado que la artista comparte hoy con nosotros concluye la antropóloga.

También pensamos que los propios artesanos la visitaban para vender a la pintora su trabajo, comenta Marta Turok, antropóloga encargada del análisis del vestuario de Frida.

Quedó confirmado que Frida gustaba del estilo occidental del siglo XIX: prendas con encajes, cuellos altos, faldas largas tableadas o con holanes que le ayudaran a esconder sus defectos físicos. Esto refresca la información sobre la dualidad del cuadro Las dos Fridas, donde se aprecian ambas tendencias.

Algo que no se conocía era su afición por las prendas de origen chino: en el ropero fueron halladas, faldas, textiles y pijamas de seda, existe incluso una foto de Frida portando una de éstas últimas. También había ropa de la madre de Frida que la pintora usaba; se sabe que pertenecieron a su madre porque al estudiar el textil, los investigadores pudieron concluir el año en que fueron confeccionadas.

Una de las blusas favoritas de la artista es la que lleva un peto blanco, cuadrado, al frente y el resto de la prenda es negro. Solía combinarla con una falda de seda y raso.

Una observación es que Frida no fue una mujer de clóset lleno ni que hacía renovaciones periódicas del mismo, más bien parece ser una colección que ella incrementaba minuciosamente con prendas que la fascinaban. De ahí que, según consta en fotos, algunos atuendos los usó repetidamente a lo largo de 20 años. Sus colores predilectos: azul eléctrico, magenta, violeta y morado.

Sin duda, entre las piezas más pintoresca están un par de botines que a primera vista evocan los Converse clásicos. Van bordados y provistos de la adaptación ortopédica que ella requería. El detalle decorativo es una medallita en forma de estrella que lleva una leyenda grabada: para Frida, con Amor, de Pita y Olga. Se sabe que la primera es Pita Amor, pero la segunda pudiera ser Olga Acosta u Olga Tamayo, pues todas eran amigas. Otro tipo de calzado hallado fueron zapatillas de moño muy formales, tradicionales chinas y algún par de ante, lo que predominó fueron zapatos de piel suaves para caminar cómodamente.

Había bolsitas tejidas o bordadas, collares en oro oaxaqueño y yucateco así como varios pares de aretes. Uno invaluable proviene de Sultepec, Estado de México, y representa un gran tesoro toda vez que es uno de los pocos vestigios de una tradición ya extinta, según Marta Turok.

Antes de que Diego y Frida se conocieran, ella vestía prendas clásicas de la moda occidental. Su madre fue excelsa costurera y lograba que su hija fuera la envidia de sus amigas por lo bien ataviada que lucía. El día en que la artista se casó, se le ocurrió llevar un rebozo prestado. Quedó tan fascinada con la pieza que al mes ya poseía varios de la mejor calidad. A partir de los años treinta ella adoptó marcadamente su preferencia por los atuendos indígenas. Construyó toda una imagen a través del vestuario típico que para ella fue una forma de expresarse y rendir homenaje permanente al arte textil indígena. Frida reconocía y gustaba auténticamente del arte popular y logró revalorizarlo comenta la antropóloga. Un dato curioso es que ella le pidió a Lola Álvarez Bravo ser velada en un huipil que, ahora se sabe, proviene de Yalala, Oaxaca, y no del Istmo.

Podemos asegurar que todo lo que ella viste en sus pinturas, no fueron recreaciones, sino que eran parte de su ajuar y se los ponía para autorretratarse. Ejemplo de ello es uno donde aparece con un resplandor (especie de holán que se coloca alrededor de la cabeza) estilo Juchitán, se lo puso realmente para retratarse en Diego en mi pensamiento.

Conocer el armario de Frida despertó un proceso de reconstrucción y nueva interpretación de su imagen. Se disolvieron mitos de lo antes escrito y llenó de entusiasmo a sus biógrafos el poder conocer el verdadero color de los atuendos que aparecen en decenas de fotos blanco y negro, como en la que aparece con un huipil que, también se ha comprobado, fue bordado sobre terciopelo con máquinas de cadenilla.

En otra foto, la pintora aparece con un huipil de Guatemala de Cobán y un rebozo de Santa María del Río, la técnica es un complicado hilado a mano. También se encontró una blusa bordada de chaquira para el traje de china poblana, faldón, chal de seda criolla y una faja estilo cinturón con las que no hay fotografías ni retratos. Uno de los trabajos más arduos, luego de estudiar las piezas fue investigar su lugar y etnia de procedencia comenta Turok.

Sin duda, el ropero de Frida guardaba verdaderos tesoros, porque muchas de las piezas ahí encontradas ya no se fabrican en ninguna parte del país. Los jóvenes indígenas, en aras de mejorar, dejan de aprender el oficio artesanal y buscan estudiar licenciaturas o ganar dinero pronto en otras actividades. La tendencia en las etnias es vestir como en las ciudades y dejar en el olvido los trajes típicos.

Además, el racismo contra los indios provoca que las nuevas generaciones ya no deseen ser artesanos ni hacer notar su origen para no ser discriminados, así abandonan técnicas ancestrales. Mi propuesta es consumir artesanía sin regatear, es hora de entender el costo y el valor del trabajo que implica lo hecho a mano para que se preserve su fabricación y ello dé para vivir dignamente a quienes lo hacen. En una generación puede extinguirse la producción textil artesanal, ejemplo de ello es que en cinco años se retiran los últimos cinco tejedores del taller más importante de Moroleón, eso significa no más de sus rebozos de algodón.

Turok dice que debemos entender la maravilla del arte popular como lo hizo Frida, esa es parte del legado que la artista comparte hoy con nosotros concluye la antropóloga.

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