los pies en el suelo

Chabolas, okupas, campamentos

Las Provincias, JOSÉ-ANTONIO BURRIEL, 04-08-2007

Y albergues provisionales, y “pisos patera” –donde deben vivir tres o cuatro, viven tropecientos–. Estoy encantado con la Copa América en Valencia y con el circuito de Fórmula 1, y con la transformación del balcón al mar de Valencia y con los nuevos bulevares y avenidas, y con el nuevo estado del Valencia, y… con la transformación urbanística de nuestro entorno. Pero me preocupan esos cientos, casi miles, de inmigrantes y extranjeros que duermen “a la luna de Valencia” o en condiciones infrahumanas.


Me escandalizan “los pelotazos” urbanísticos en tantos municipios y otros lugares. Me preocupan las transgresiones del medio ambiente en tantas urbanizaciones costeras y no costeras. Pero mucho más me escandalizan y preocupan las “viviendas’’, por llamarlo de algún modo, de inmigrantes y grupos marginales


Referirse a los derechos humanos elementales cuando surgen los desalojos de indigentes y sin techo es por obvio innecesario. No es lugar el viejo cauce del río, ni las fábricas desmanteladas ni las chabolas de tres al cuarto para morar, para vivir. Es lógico, por tanto, que las autoridades intervengan. ¿Cómo gestionan a continuación la indigencia habitacional de los desalojados y expulsados del lugar? Centrar la atención sobre la falta de condiciones sanitarias y humanas para explicar el desalojo es intentar que se mire hacia otro lado, que se obvien esas grandes bolsas de pobreza que en nuestra sociedad existen a pesar de la coyuntura económica bonancible.


No tengo, lejos de mí, una varita mágica para solucionar el problema, tampoco creo que la tengan las autoridades, aunque, eso sí, podrían hacer mucho más de lo que hacen –obras son amores y no buenas razones–. Sí propongo una estrecha vigilancia –existen personas cualificadas para ello en el paro– para luchar contra “los pisos patera”.


Dueños de pisos desaprensivos –auténticos buitres– más necesidad de un espacio bajo techo para vivir y el resultado es claro: quince o veinte personas, y no exagero, en unos pocos metros cuadrados que apenas dan para un par de personas. Encogerse de hombros –por aquello de que preocupan más quienes viven bajo los puentes o en solares o en fábricas y talleres abandonados– ante la existencia de “los pisos patera” es injusto.


Integrar a los inmigrantes lleva consigo, entre otras muchas cosas, defenderlos e los buitres y procurar una vivienda digna en la medida de lo posible. Resolver la situación de los ilegales no lleva consigo abandonarlos a “la luna de Valencia”.

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