Editorial

La llamada de Europa

Diario Vasco, 30-07-2007

La enorme complejidad del fenómeno migratorio obliga a las autoridades a recorrer cada día la distancia que media entre la épica de las historias concretas de sus protagonistas y las frías estadísticas que describen la dimensión global de la inmigración. Dramas como los que periódicamente llevan al fondo del mar a seres humanos en busca de mejor fortuna ponen el foco en los movimientos migratorios que discurren al margen de los cauces legales. En 2006, el Gobierno repatrió a casi 100.000 ‘sin papeles’; otras tantas historias de sueños frustrados, sueños tan poderosos que llevan a muchos de sus protagonistas a hacer lo imposible, como viajar camuflados en el salpicadero de un coche o en minúsculos dobles fondos. Una picaresca tan desesperada como desinformada que, en los casos más graves, embarca a decenas de personas en ‘cayucos’ condenados al naufragio. El refuerzo de las medidas de control de las fronteras ha permitido reducir en un 68% el número de indocumentados arribados a Canarias en los cinco primeros meses de año, un dato positivo minimizado por los episodios más trágicos y las recientes críticas vertidas por la prestigiosa organización Human Rights Watch sobre el tratamiento a menores indocumentados en centros canarios.

Si la imprescindible empatía con el sufrimiento ajeno obliga a no perder de vista el factor humano, la necesidad de una gestión equilibrada de un fenómeno que trae cada año a 500.000 personas de forma clandestina a la UE requiere una visión global. Así, la inmigración ilegal adquiere rasgos más normalizados si tenemos en cuenta que la vía de entrada más habitual son los aeropuertos y otras fronteras convencionales, generalmente bajo el disfraz de un ‘falso turista’. Alrededor de 800.000 personas son rechazadas cada año en el espacio comunitario – 600.000 en Ceuta y Melilla – . Un flujo que no responde a ciertas caracterizaciones exageradas que de él se hacen, pero cuya extensión a lo largo de la ampliada frontera oriental de la Unión y a latitudes cada vez más meridionales exige ir más allá del necesario equilibrio entre medidas de ‘mano dura’ y políticas de integración. Toda estrategia europea debe poner en el centro el verdadero efecto llamada que anima a la inmigración, tanto ilegal como legal: la promesa de un empleo en el bloque económico más próspero del planeta. Por ello, los 27 deberán profundizar en recientes iniciativas de la Comisión europea encaminadas a adelantar las estructuras de gestión de flujos mediante la creación de centros reales y virtuales de información legal y laboral en los países de origen, una medida necesaria para humanizar y hacer sostenible un proceso consustancial al ser humano.

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