Ocio / Integración
Diez goles solidarios
El Mundo, , 23-07-2007Paraguay se alzó ayer, contra Uruguay, con su segunda victoria consecutiva en el Mundialito de la Inmigración, que culminó su 5ª edición. Los vencedores dominaron todo el encuentro y terminaron con un 8 – 2 a su favor El río de gente que salía de la boca de metro ya anunciaba que algo ocurría. En grupo y con los colores de su equipo en las camisetas. Unos eran rojiblancos, los otros, blanquiazules. Paraguay y Uruguay se disputaron ayer la final del V Mundialito de la Inmigración y la Solidaridad.
El partido comenzó a las 12 horas en el Centro Deportivo Municipal Antiguo Canódromo, pero los aficionados se agolpaban en las gradas desde antes de las 11. El juego era sólo parte de la fiesta. La diversión estaba en el ambiente y en las actuaciones que precedieron a la competición. Varios grupos musicales se desplazaron desde los países que se disputaban el campeonato. Sus actuaciones fueron tan aplaudidas o más que los propios jugadores.
El mundialito fomenta los valores de la convivencia y la tolerancia entre culturas. Por esto, antes del comienzo del partido y con Miguel Ríos cantando el Himno a la Alegría de fondo, los organizadores decidieron soltar 500 palomas como símbolo de paz. Cuatro niños, en representación de los cuatro continentes que disputaron el campeonato, sujetaron cuatro palomas blancas que ellos mismos liberaron. Cuatro o 10, porque no llegaban a repartirlas todas sin que al primero ya se le hubiera escapado la suya.
Las gradas, que tenían una capacidad para cerca de 3.000 personas, ya dividían a la afición. Paraguay llenó al completo su aforo. En el lado de Uruguay se notaban los huecos. Los paraguayos ganaban en asistencia, pero no en «alentar», decían los de Uruguay. Tenían también justificación para la presencia. «Nosotros estamos más repartidos», comentaban en referencia a que en el barrio de Aluche residen muchos paraguayos.
Antes de que el árbitro pitara el comienzo del partido, los aficionados hacían porras siempre en su favor. Una vez que los jugadores comenzaron a correr, eran cada vez menos los atrevidos uruguayos que aún confiaban en la victoria de su equipo. Paraguay no se hizo esperar más de cinco minutos para meter el primer gol. Después de ése vendría el segundo y el tercero. Así hasta el 8 – 2 definitivo que le dio la victoria a los paraguayos.
Cada vez que Paraguay se acercaba al área pequeña, los paraguayos estallaban en gritos de apoyo, mientras que la afición de Uruguay maldecía a su portero. «Los goles que le han metido han sido muy tontos». Esto era lo que comentaba Ignacio durante la primera parte y cuando sólo habían encajado cuatro tantos. Él ya veía el partido perdido. Alvaro era más optimista. «Si ellos nos han metido cuatro en 45 minutos, nosotros podemos devolvérselos».
Acudió al partido con un grupo de amigos. Eran de los pocos españoles que ayer disfrutaban del encuentro. Apoyaban a un amigo que jugaba con Uruguay. Los uruguayos le caían mejor por «el acento y la mala leche». No le importaba que su amigo Sergio lo escuchara, era uno de los extranjeros del equipo. Madrileño de pura cepa.
Con el 5 a 0 en el marcador, Alvaro todavía esperaba que Sergio saltara al campo. Durante el campeonato, solía salir de titular, pero en la final el entrenador lo tenía sancionado. «En el anterior partido, se quedó dormido y llegó tarde. Un pequeño castiguito», se lamentaba Alvaro.
Pese a que iban perdiendo, el ambiente uruguayo no decaía. Alvaro lo tenía fácil. «Soy del Atléti. Estoy acostumbrado a sufrir». Entre los asistentes que seguían la liga española, había muy pocos madridistas. La mayoría de los paraguayos eran del Barça. Censo lo escogió por los colores, los mismos que los de su equipo en su país, el Cerro Porteño.
Marianela fue una de las pocas afortunadas que pudo volver a casa motorizada. Durante el descanso se sortearon dos scooters y un coche. A ella le tocó el coche. Su abuelo la invitó al partido y le dijo: «A lo mejor volvemos en coche». Y se cumplió. La afortunada reconoció que hubiera preferido el dinero, pero estaba contenta. Le costaba decidir qué sentimiento era más fuerte, si la alegría por el premio o la tristeza por el partido. Su abuelo, Natalio, después de siete años en España, también se decantaba por el equipo culé. La camiseta, como a Censo, le ayudó a escogerlo, pero por todo lo contrario. «Los colores del Madrid son los del Nacional, mi enemigo en Uruguay».
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