Un viaje por el mundo sin salir de la ciudad

El Periodico, PATRICIA Ameijeiras, 22-07-2007

Un grupo de chinos se abre paso entre unos senegaleses, un puñado de hindús se cruza con varios congoleños y tres paquistanís conversan al lado de dos mozambiqueños. El olor a paprika se mezcla con el del curri, el del arroz cocido o el del pescado secado en los balcones. Los kebab conviven con el chop suey, el bacalao, la mandioca y el bambú. Los vaqueros se cruzan con los saris, las minifaldas con los caftán. Esa es la vida cotidiana en la céntrica plaza de Martin Moniz, en Lisboa.
Para unos es el mejor ejemplo de la multiculturalidad y la posibilidad de conocer otras culturas sin salir de casa. Para otros es foco de violencia y delincuencia. Unas veces es el escenario de manifestaciones en contra del racismo y otras de provocadoras reuniones de los xenófobos. Pero lo cierto es que en esta gran plaza de Lisboa, que irónicamente lleva el nombre de uno de los héroes de la expulsión de los moros de la ciudad, conviven diferentes culturas. Aunque eso sí, juntas pero no revueltas. Porque es muy raro que se mezclen las distintas comunidades. Comparten el espacio pero no sus vidas.
Al pie del barrio de la Moureria, esta plaza se convierte en punto de encuentro, en el mejor sitio para “matar saudades” y tener noticias de la tierra que se dejó atrás, y por supuesto el único en el que se pueden adquirir casi todos los productos de sus países de origen. Martin Moniz está rodeada por tres centros comerciales en los que las tiendas tradicionales fueron sustituidas por supermercados y bazares de productos chinos, paquistanís, indios, africanos. Es el barrio donde hay más peluquerías africanas de Lisboa.
Al principio, en esas tiendas solamente compraban los originarios de cada país, pero ahora ya no es nada raro ver a portugueses y turistas comprando arroz, salsas de soja y especias. El propietario indio del ultramarinos Krisnha, Abhaykumar Kotecha, se esfuerza en dar las instrucciones necesarias sobre como se debe cocinar gambas al curri, el arroz de biriani o el pollo tandori, pero también podría explicar cómo hacer pasteles de bacalao, todo en un portugués rudimentario, el justo para comunicarse con sus clientes.
Pero en esta plaza, en donde los niños alivian el calor del verano en sus fuentes y los mayores toman una cerveza al caer el sol, también hay problemas. A pesar de estar situada en el corazón de la ciudad, la zona está muy degradada. El barrio de la Moureria, en donde vive la mayoría está en un estado lamentable, con casas apuntaladas, calles sucias y aceras destrozadas. Eso lleva a muchos a decir que hay violencia, indica María, portuguesa de 70 años que lleva toda la vida allí y ha sido testigo de la transformación del barrio.
“La culpa de que esto esté así es del ayuntamiento, que no lo arregla. Aquí hay la violencia que puedes encontrar en cualquier otro sitio. El único problema es el olor a pescado que hay a veces porque los chinos lo secan en el balcón”, se queja esta maestra jubilada.
En su opinión, los africanos son más sociables que los asiáticos. “Incluso aprendí a cocinar iebodienne, un plato de pescado con arroz y verduras, típico de Senegal” afirma sonriente.

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