Un «cayuco de la muerte» se cobra más de 50 vidas en la mayor tragedia en aguas españolas

ABC, 20-07-2007

ERENA CALVO

SANTA CRUZ. No se recordaba una tragedia siquiera similar en aguas españolas desde hacía años. Las escenas vividas fueron estremecedoras. Un centenar de cuerpos agitándose, presa del miedo, en una «frágil cáscara de nuez». Olas de cinco metros. Un fuerte viento de 30 nudos que hace pensar en lo peor. Los presagios se cumplen. Decenas de personas caen al mar, decenas de personas asustadas que se «perderán para siempre en las profundidades del océano».

Lo cuenta a ABC un miembro de Salvamento Marítimo que participó en el rescate del cayuco hundido, que llegó la madrugada del jueves a Canarias desde las costas africanas. Cien personas integraban la expedición. Menos de cincuenta la superó con vida. Nadie se atrevía a asegurar ayer si entre el desafortunado grupo viajaba algún menor.

La embarcación clandestina había sido localizada por un avión del Servicio Aéreo de Rescate (SAR) a última hora de la tarde del miércoles. «Estaban muy lejos de la costa, a unas cien millas náuticas (cerca de 185 kilómetros) de la isla de Tenerife». El dispositivo de socorro se activó de inmediato. Antes de iniciar la operación ya había quien olía de lejos el peligro que podían correr los inmigrantes. «Mandaron dos de los remolcadores de Salvamento Marítimo para que trasladasen a los indocumentados a tierra firme», el «Luz de Mar» y el «Conde de Gondomar»; no fueron los únicos medios que acudieron al lugar del desastre.

S.O.S.

Les acompañaban otras dos «salvamares» (embarcaciones más pequeñas), helicópteros, aviones y siete barcos (de Panamá, Reino Unido, Malta y Singapur) que faenaban en la zona y acudieron al S.O.S. de la Dirección General de la Marina Mercante. Un portaaviones francés, el «Tonnerre», también participó en el operativo y sus helicópteros sobrevolaron las oscuras aguas que acaban por engullir a los inmigrantes durante varias horas.

Todo sucedía de madrugada. La primera aproximación al desorientado cayuco se producía a la una y media. La embarcación no estaba en buen estado, «no podría haber superado todo el trayecto, demasiada distancia hasta tierra firme con un mar embravecido y un viento de hasta 30 nudos».

La opción estaba clara. Había que trasladar a los inmigrantes hasta los remolcadores. Uno a uno. En el modesto cayuco se agitaban más de cien personas. Sólo quedan 48 con vida. «Eran todos subsaharianos, estaban muy muy nerviosos, en cuestión de minutos todo comenzó a precipitarse rápidamente». Los inmigrantes «no cesaban de moverse», todo era muy «inestable», la expedición sabía que corría peligro «y querían ser rescatados cuanto antes». El miedo en estas situaciones es muy mal compañero, «¿pero qué se le puede pedir a esta pobre gente que recorre cientos de millas para buscar un destino mejor?».

Un destino que les ha jugado una mala pasada. Más de medio centenar de ellos no volverán a ver la luz. «El rescate fue angustioso, de los peores que yo recuerdo», explica un tripulante. Ya habían conseguido subir a los remolcadores a varios indocumentados, «y algunos de los nuestros estaban dentro del cayuco, tratando de ayudar a los inmigrantes a pasar de una embarcación a otra». Un maldito golpe de mar acabó por desestabilizar todo.

El cayuco se escoró, y decenas de cuerpos agarrotados, helados y temblorosos cayeron al mar. «Muchos inmigrantes no saben nadar, y los que saben no pueden por el bloqueo de la traumática situación». Algunos funcionarios de Salvamento, con mucha experiencia a sus espaldas en este tipo de rescates, se lanzaron también al agua. Otros les tiraron salvavidas y chalecos. Los cuerpos se confundían los unos con los otros, el pavor de los inmigrantes dominaba la escena. La operación duró 45 minutos. «Los más largos de mi vida».

«Es tremendo ver cómo se te van escapando y se van hundiendo». En Canarias no se recordaba nada igual desde el naufragio en 2004 de una patera en aguas cercanas a Fuerteventura. En aquel entonces fueron cerca de una treintena los indocumentados muertos.

«Los medios que se emplearon en el rescate fueron los idóneos para ese tipo de operación», cuenta a este periódico un agente de la Guardia Civil destinado en el Servicio Marítimo. «Y aún así no se pudo evitar el desastre».

Las patrulleras de la Guardia Civil, explica, «son más altas que los remolcadores de Salvamento» y trasladar a los inmigrantes desde el cayuco es más peligroso. «Ha sido mala suerte, con estas operaciones de alto riesgo nunca sabes qué te puedes encontrar».

El cayuco del jueves, otro «cayuco de la muerte» más, no habría aguantado mucho más sin tener problemas. «Su motor se había apagado, estaba a la deriva, sacudido por las fuertes olas, mecido violentamente por las rachas de viento». Se encontraba en muy mal estado. No se sabe a ciencia cierta de dónde había partido. En principio se descarta Senegal. Al menos, las patrulleras mixtas de la Guardia Civil y los gendarmes de este país no tenían datos de la precaria embarcación clandestina. Podría haber salido de más al sur, para evitar los controles del Frontex.

Las mafias, apuntan fuentes del Instituto Armado, «son rápidas y se adaptan fácilmente a los cambios». Ahora se están desplazando hacia abajo y los viajes, mucho más largos que antes, cada vez tienen más peligro para las expediciones. No en vano, hace sólo un par de semanas «se enviaron dos patrulleras a Cabo Verde para realizar labores de vigilancia y control». Un buque de la Armada las llevó hasta el pequeño archipiélago. Su misión es cerrar el pasillo de la zona que situada en las proximidades de Gambia o Guinea, más al sur de Mauritania y Senegal.

Precisamente en aguas senegalesas se vivió la peor tragedia de los últimos diez años. Fue en diciembre de 2006. Un centenar de personas morían ahogadas cuando trataban de alcanzar Canarias. Unos pescadores pudieron rescatar a veinte de sus compañeros mientras faenaban en aguas de Saint Louis. El resto de cadáveres, como se estima que suceda con los más de 50 desaparecidos ahora, nunca se recuperaron.

Esta vez han sido 48 los afortunados que han conseguido librarse de una fatal muerte. Más o menos sanos, pero con vida, fueron trasladados ayer hasta tierra firme por los dos remolcadores de Salvamento. Una treintena de ellos (36) llegaron a bordo del «Luz de Mar»; los otros 18, en el «Conde Gondomar». Según aseguraron portavoces de Salvamento Marítimo en la provincia tinerfeña, «por su estado de salud no fue necesaria ninguna evacuación en helicóptero a los hospitales de la isla».

Ellos podrán contarlo, «cuando se recuperen de la traumática experiencia», dicen desde Cruz Roja. Han tenido suerte, y lo saben. Puede que algunas víctimas sean hermanos, primos, hijos o amigos de los muertos. Pero se han salvado de ser engullidos por el gran cementerio azul.

El peligro que corren no se les escapa cuando se suben en las precarias embarcaciones clandestinas con que trafican las mafias. Pero el sueño está a unos cientos de kilómetros de sus expoliadas costas, y son muchos los que han logrado establecerse en tierras más prósperas tras el difícil trayecto. No todos mueren, ni todos son repatriados. «¿Por qué no intentarlo?». Quizá haya suerte.

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