Editorial

Cayucos de muerte

Diario Vasco, 20-07-2007

La madrugada del miércoles al jueves dio lugar a uno de los episodios más espantosos que puedan imaginarse en la huida de la miseria hacia una vida mejor. Una mar terrible hizo naufragar un cayuco atestado de hombres y mujeres desamparados en la noche, muchos de los cuales fueron arrastrados por las olas ante la impotencia de quienes trataban de organizar su rescate. La paulatina reducción de las corrientes migratorias legales e ilegales a la frialdad de los datos estadísticos está deshumanizando la mirada de quienes contemplamos el fenómeno desde el puerto de llegada. Pero la voluntad de tantos africanos que anhelan alcanzar las costas españolas como puerta hacia la esperanza se manifiesta como una fuerza imparable cuando osan aventurarse entre la vida y la muerte movidos por la desesperación. Sólo la suerte de quienes al límite de sus fuerzas pudieron zafarse de las frías aguas del Atlántico ofreció ayer el estímulo necesario para que sus salvadores puedan continuar oteando el horizonte en la seguridad de que pronto alguien precisará su ayuda.

Esa hambre viajera, fomentada por traficantes sin escrúpulos, ha rescatado las más humanitarias leyes de la mar y ha obligado a una sociedad opulenta a tender la mano hacia quien más lo necesita. La sobrecogedora tragedia del cayuco minimiza el dato de que en los cinco primeros meses de este año se hubiera reducido en un 68% el número de ilegales arribados a Canarias. Pero la tragedia no cesa. Los paisanos de los náufragos de ayer pondrán mañana mismo en riesgo su vida. Y España y Europa deberán proseguir en sus esfuerzos, vigilando sus costas y cooperando en el desarrollo de los países de procedencia, para tratar de evitar que la emigración de los subsaharianos se convierta en una trágica rutina.

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