Valencia
Los afectados: Quiero dinero para ver a mi familia
Las Provincias, , 18-07-2007Los afectados reiteran la necesidad de conseguir papeles para trabajar y rechazan los centros municipales por los horarios y la estancia limitada Con 37 años a sus espaldas, Alhousseynou Sy parece más mayor de lo que es. Sentado en un banco en las inmediaciones de la Casa de la Caridad, este senegalés, libreta y boli en mano, se esfuerza por practicar el castellano. De hecho, hablando se desenvuelve bastante bien pese a llevar sólo nueve meses en España.
Cuando llegué había algo de trabajo en el campo, pero ahora no. Antes vivía en un piso pagado, pero cuando me quedé sin dinero me fui. Ahora estoy en la Casa de la Caridad, donde como bien, sonríe.
Antes de acogerse a la cama de la institución, también había dormido en el viejo cauce. De hecho, explica que pasa las horas con el resto de compañeros del río. Ayer estaba bajo el puente cuando se produjo el desalojo, aunque explica que no hubo problemas.
Sueña con trabajar, ganar dinero y conseguir los tan preciados papeles. Como todos, señala sonriendo. Si consigo dinero, volveré a ver a mi familia a Senegal. Sus ojos oscuros parece que se humedecen. Si en algún momento ha flaqueado, no muestra síntomas de debilidad, pues prosigue rápidamente con su relato.
En Senegal es imposible trabajar, es muy, muy difícil. Los gobiernos no hacen nada, explica. Venimos de otro país porque esperamos encontrar trabajo. Queremos buscar trabajo, tener una vida buena y alquilar un piso. Como todos, insiste. Antes de despedirse, da al periodista un teléfono por si le puede encontrar algún trabajo.
La desesperación es una característica común entre los inmigrantes que aún pernoctan en el río, pese a los nuevos carteles situados en la zona, bien visibles, que recuerdan la prohibición de acampar en el jardín más grande de Valencia. Sobre todo, porque sin trabajo no hay papeles y sin papeles no hay trabajo. Como un callejón sin salida, un círculo vicioso o un problema sin solución.
Daniel es un rumano de 32 años que ha dormido en el nuevo asentamiento. Señala que les trataron como a perros, aunque entiende el trabajo de la Policía, pues carga contra los de arriba.
Se maneja bien con el idioma y se gana la vida vendiendo chatarra y cobre, lo que le permite, dice, subsistir. Tiene dos niñas en Madrid. Buscas trabajo y siempre piden papeles. No hemos venido para robar, sólo queremos trabajo. No nos importa si se ríen de nosotros por cómo estamos. Sólo queremos trabajar, insiste. No ha recurrido a los albergues porque dice que en una semana los echan a la calle y que los horarios les impiden, cuando pueden, ir a trabajar.
La misma idea apunta un inmigrante durante la limpieza de la plaza. No sabemos qué hacer, no nos podemos llevar toda la ropa, añade. A otro le ofrecen un cigarro. No tengo hambre de fumar. Tengo hambre de piso y de trabajo, espeta con la mirada ausente.
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