El día más triste

La Prensa Gráfica, Jorge Ramos, 08-07-2007

No es posible que el país que se percibe a sí mismo como el más adelantado y libre del planeta trate casi como esclavos a millones de sus habitantes. Es un apartheid. Estados Unidos está dividido en dos: la población legal y luego, abajo, lejos, los indocumentados.

No entendieron. Los senadores que mataron la reforma migratoria y las esperanzas de legalización de unos 12 millones de indocumentados nunca comprendieron que su decisión costará cientos, quizás miles, de vidas. Y que están promoviendo la creación de un país definido por el miedo y el odio.

Fue un día muy triste. Por la radio escuché llorar a muchos inmigrantes. Es terrible oír las historias de niños que temen que sus padres sean detenidos, de padres que no saben qué más pueden hacer para proteger a los suyos, y de una clase política sorda, ciega y coja (y de vacaciones toda esta semana).

Dejan las cosas como están

Por principio, los senadores no hicieron bien su trabajo. Su labor es resolver problemas y fracasaron estrepitosamente en uno de los más importantes. Les faltó voluntad política, creatividad y valentía.

Lo más absurdo de la decisión del Senado es que deja las cosas como están. Cada minuto un indocumentado cruza ilegalmente la frontera con México, o viola los términos de su visa y se queda a vivir en Estados Unidos. Y medio millón se suma cada año a los 12 millones que ya están aquí. Cuando el tema resurja en el Congreso dentro de varios años, el problema será monstruoso.

Pero lo peor es que, con su falta de acción, los senadores están condenando a muerte a cientos de inmigrantes cada año. El año pasado murieron 432 en la frontera. Este año podrían morir más.

No es posible que el país que se percibe a sí mismo como el más adelantado y libre del planeta trate casi como esclavos a millones de sus habitantes. Es un apartheid. Estados Unidos está dividido en dos: la población legal y luego, abajo, lejos, los indocumentados. Es una subclase explotada, asustada, sin derechos, sin representación … y creciendo cada día.

Responsables del fracaso

Qué falta de visión política de estos senadores. Que se olviden del voto latino. Ya circula entre varias estaciones de radio en español una lista de los 53 senadores que votaron contra la reforma migratoria.

Los dos partidos políticos, Demócrata y Republicano, son, en parte, responsables del fracaso en el Senado. Treinta siete senadores republicanos y 15 demócratas, más un independiente, votaron contra la reforma.

Es cierto que los indocumentados no votan. Pero 12 millones de ciudadanos hispanos sí lo van a hacer en 2008. Y ese puede ser el momento de la venganza política. Los votantes hispanos tendrán memoria de elefante.

En unas elecciones muy cerradas, como seguramente serán las del próximo año, el voto latino será crucial. Y es una tontería no tratar de enamorar y entender lo que quiere el grupo electoral de mayor crecimiento en Estados Unidos.

Pero hay sensación de poder

Aunque no se obtuvo la legalización, lo nuevo en la comunidad latina e inmigrante es esa sensación de poder. Los hispanos han descubierto que juntos son más fuertes y que así los escuchan. Y para probarlo, ahí están las marchas del 1.º de mayo, el millón de cartas a favor de la legalización que se llevaron a Washington y los altos porcentajes de residentes legales que están convirtiéndose en ciudadanos para votar.

Fallas de estrategia

Pero esto no quiere decir que los hispanos y los inmigrantes estén libres de culpa por el fracaso de la reforma migratoria en el Senado. Hubo muchos errores.

Para empezar, no hubo ninguna coordinación ni estrategia común entre todos los grupos que buscaban la legalización.

Segundo, falló el marketing (o mercadotecnia). Los antiinmigrantes lograron presentar como amnistía lo que era una legalización justa. Además, según me dijo una cabildera, por cada llamada telefónica en favor de la legalización que recibía un senador, existían 200 en contra. Los llamados de la radio en inglés ahogaron los esfuerzos de la radio en español.

Se necesitaba un ejército de voceros en las grandes cadenas de televisión y radio. No lo hubo.

Faltó liderazgo

Y tercero, faltó liderazgo. No hubo un solo líder latino u organización que hablara por todos, que coordinara esfuerzos y que presentara un mensaje claro y convincente en inglés. Es increíble que un locutor de radio, como el Piolín (Eduardo Sotelo), tenga más poder de convocatoria que los tres senadores hispanos, la veintena de congresistas latinos, el gobernador de Nuevo México y el alcalde de Los Ángeles.

La lucha por los derechos de los inmigrantes es, en muchos sentidos, muy parecida a la de los derechos civiles en los años sesenta. Está llena de derrotas, es a largo plazo y tiene muchos días tristes.

La esperanza es que, tarde o temprano, este país de inmigrantes sea fiel a su centenaria tradición (ahora celebra su cumpleaños 231), corrija rumbo y deje de perseguir a sus habitantes más productivos y vulnerables. Pero eso no va a ocurrir este año, ni el próximo, ni el que sigue.

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The New York Times Syndicate.

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