¿La vida sigue igual?

La Prensa Gráfica, Juan Héctor Vidal/Columnista de LA PRENSA GRÁFICA, 02-07-2007

 

La noticia del fracaso de la reforma migratoria en los Estados Unidos, aunque tenía más detractores que adherentes y por lo tanto se trataba de una muerte anunciada, debería llamarnos a una profunda reflexión. Y aunque nuestro gobierno aparentemente lo ha tomado con tranquilidad, al dar a entender que ya habrá otra oportunidad, creemos que llegó también el momento para que los salvadoreños, al menos alrededor de este problema, comencemos a trabajar con visión de país.

No tenemos ninguna duda de que el gobierno ha tratado, a su manera, de contribuir a la solución del status migratorio de los miles y miles de salvadoreños que se encuentran de manera ilegal en Estados Unidos. Pero el problema es tan complejo, que difícilmente podrá encontrarse una solución ideal en función de las aspiraciones de los propios afectados y de los intereses que supuestamente tenemos como país.

Para comenzar, esa solución no depende de nosotros y ni siquiera del gobierno federal de Estados Unidos. Solo pensar en la carga que significa festinar una decisión que puede complicar más las ambiciones partidarias de mantenerse en el poder, ya señala la dificultad que tiene hasta el mejor intencionado para que millones de extranjeros hagan realidad el sueño americano, en un país que empezó a construirse y desarrollarse como producto de grandes migraciones.

Esa es una realidad, a pesar de que la mayoría de los actuales emigrantes siguen la tradición de quienes los antecedieron, generando a ese país más beneficios que daños. Sin embargo, tampoco hay que perder de vista que los tomadores de decisiones también tienen compromisos con sus electores que seguramente hoy son más fuertes que antaño.

Para estos últimos, poco vale la contribución que hacen los inmigrantes al progreso de su país, en términos de la fuerza de trabajo (barata) que ofrecen, los impuestos que le generan al gobierno federal, a los Estados de la Unión y a los gobiernos locales y hasta cuando son utilizados como carne de cañón en las aventuras bélicas en que se involucran sus gobiernos. Frente a todo esto, pesa más la estigmatización que se ha hecho de los inmigrantes en torno al debilitamiento de los servicios básicos diseñados para sus conciudadanos y la seguridad nacional.

Pero por de pronto, todo indica que el gobierno se dará su tiempo. A juzgar por las reacciones iniciales del propio presidente solo queda, al menos durante la presente administración estadounidense, la inscripción acelerada al TPS, aun cuando se sabe que esta opción solo constituye un paliativo ante la magnitud del problema que significa para El Salvador que la mayoría de compatriotas se encuentren de manera ilegal en aquel país.

Claro, mientras aun bajos esas condiciones, ellos sigan aportando el sudor de su frente para mantener a flote la economía, lo poco que podamos hacer internamente para cambiar la situación, tampoco tiene aparentemente mayor importancia.

Esto lo inferimos, a partir de la interpretación torcida que le dan ciertos iluminados al por qué siete de cada diez salvadoreños tienen entre sus aspiraciones más sentidas emigrar, pero que no reparan en el daño colateral en términos de la desintegración familiar, el surgimiento de una especie de parasitismo social y al fomento de la delincuencia.

Justamente el mismo día en que LPG destacaba en primera plana la muerte de la reforma migratoria, en sus páginas interiores nos traía la noticia de que solo en seis meses EUA ha deportado más de diez mil salvadoreños. ¿Cambia esto nuestras vidas?

P.D.: La corrupción no se combate con amonestaciones.

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