MUNDO

Sobre todo, no preguntar

Las autoridades americanas retienen a miles de viajeros en sus aeropuertos al elevar el nivel de la alerta terrorista

Diario Vasco, JESÚS BASTANTE, 02-07-2007

MIAMI. DV. «Venga conmigo. Ahora». Un fornido oficial del Departamento de Inmigración norteamericano conmina a este cronista a abandonar la fila de la aduana para entrar en una pequeña sala donde se hacinan varios centenares de personas. Sin pasaporte y sin saber la razón por la que nos retienen.

30 de junio. Aeropuerto Internacional de Miami. Estamos en tránsito hacia El Salvador, invitados por el padre Ángel y Mensajeros de la Paz para comprobar la impagable labor humanitaria que esta ONG realiza por toda Iberoamérica. El viaje – que ya ha pasado por Guatemala, Perú, Bolivia y Panamá – debe llevarnos hasta República Dominicana, Cuba y México.

La sala a la que nos conducen se encuentra repleta de hombres y mujeres de toda raza y condición. Las caras de los policías son más tensas de lo normal: los atentados en Glasgow y Londres han desatado el temor entre las autoridades estadounidenses, que – según sabremos al final de esta odisea – han elevado la alerta al nivel naranja en los aeropuertos ante la posibilidad de un atentado coincidiendo con el 4 de Julio, fiesta nacional.

Pero por el momento no se nos ofrece explicación alguna. Únicamente nos recuerdan que no estamos retenidos, pero que, mientras dure la inspección nos está prohibido hablar por teléfono, tomar fotografías, permanecer de pie o dirigirse a cualquier agente del orden.

Cada diez minutos, un policía pronuncia varios nombres y los llamados se alejan con él. Muchos de ellos han sido escogidos aleatoriamente y se los llevan sin informar a los familiares. Ése es nuestro caso y el de Joan, un joven catalán al que han retenido, mientras su novia, de apenas 22 años, espera al otro lado. «No han dejado que me acompañase porque al no estar casados, oficialmente somos unos extraños».

Al cabo de una hora, debemos seguir a dos funcionarios – un hispano y una grandísima mujer de color – que ni siquiera se molestan en comprobar nuestras identidades. De la estrecha sala somos trasladados al otro extremo del aeropuerto, a una zona abandonada donde se apilan sillas, mesas, fotocopiadoras y archivos viejos. Las consignas son sencillas: «Efectuamos una serie de controles. Si colaboran todo será más rápido».

«¿Cómo podemos colaborar?», pregunta un joven italiano. Permaneciendo en silencio y obedeciendo una serie de normas.

Cuatro españoles

Al cabo de otras dos largas horas, el nuevo grupo está formado íntegramente por europeos. Cuatro somos españoles – además de Joan y este cronista, otros dos jóvenes gerentes de hoteles en el Caribe – seis italianos, una familia belga – con un bebé que comienza a sentirse incómodo y al que no se le puede dar el biberón – y un joven inglés que, ajeno al creciente enfado de la comitiva, lee una novela.

El grupo de los españoles permanecemos tranquilos. Porque los agentes están realmente enfadados. «¿Nos tratan como a terroristas!», estalla uno de los italianos. «¿Qué ha dicho?», responde uno de los funcionarios. «¿I’m a terrorist!», contesta, a voz en grito, el transalpino, ante la mirada aterrorizada de su novia. «No están para bromas», nos susurra al oído Joan. Y lo cierto es que la broma de aquel joven le ha costado cara. Al cabo de dos minutos, una patrulla se lo lleva.

Han pasado siete horas desde que abandonásemos la fila, y el grupo de los europeos – la orden consistía en parar a todo aquel vuelo proveniente de Londres, con población inglesa o cuyo avión hubiera repostado en la capital británica – somos llevados a otra sala en la que, esta vez sí, se nos devuelve el pasaporte sin hacer preguntas, ni pedir perdón, ni dar explicación alguna. Sólo una agente, de origen hispano, que acompaña a este cronista explica que «ustedes no saben lo que pasa aquí. Hay mucho temor a atentados. El recuerdo del 11 – S está vivo».

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