Hasta cumplir los 30, María fue oficialmente heterosexual. Siempre le gustaron las chicas, pero en su país, Ecuador, nunca se atrevió a relacionarse con ninguna. Tampoco consiguió reunir fuerzas para confesarse a los más íntimos. Guardó bajo llave, en lo más profundo, eso que el amante de Oscar Wilde, Lord Alfred Douglas, denominó «el amor que no se atreve a decir su nombre». Hasta que un día se dio cuenta de que su juventud se iba, y con ella la posibilidad de ser quien realmente es. Así que cogió las maletas, se plantó en España, y se atrevió a nombrar lo que hasta entonces había sido innombrable. «La situación allí es muy mala; sabía que aquí encontraría trabajo y podría vivir libremente», resume. La primera vez que pisó un pub de ambiente fue en España. Poco a poco fue liberándose.

Ahora tiene 34 años, una novia española y varios empleos con los que salir adelante. Por las mañanas, compagina su trabajo en un restaurante de celebraciones con otro en un local de comidas para llevar. Las tardes las dedica a una empresa de servicios de limpieza. Es una inmigrante más, como tantas otras que se dejan la piel en España para enviar dinero a su familia. Quizá nunca habría dado el salto si no se hubiera visto empujada por la necesidad económica. Pero lo que tiene claro es que, sin ese paso, hoy no tendría asumido que es lesbiana. «Aquí me siento bien; mis compañeros de trabajo lo saben y no tengo problemas». No todos tienen la misma suerte. Murcia es ahora su tierra, y aunque sabe que también en la Región queda todavía mucho por hacer para desterrar la homofobia, al menos se siente libre de ataduras.

EL PODER ROSA TOMA MADRID I Página 74.